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El tiempo y el pene de Rasputín

Ola de calor en Ourense. Brais Lorenzo

Cuando el tiempo se radicaliza, adopto la estrategia del avestruz. Si no lo veo no lo sufro. O, vaya, por lo menos eso intento, porque ni sellando puertas y ventanas desde las 9 a las 23 horas, ni aunque beba agua embotellada como si fuera a caducar mañana, logro evitar los rigores de la ola de calor en Ourense, que en muchos días del verano es un lugar del que resulta urgente huir, porque hace daño. Puestos a ser comprensivos, se entiende algo mejor por qué Paula Prado dijo –y tuiteó– que “el AVE ha llegado a Ourense, pero no a Galicia”, porque la meteorología de la provincia, tan alejada de los estereotipos sobre esta tierra, confunde.

Mi gata está dotada de un oído fino que se anticipa a la percepción humana. Da la sensación de que pueda adivinar los hechos. Cuando veo que abandona su hamaca y se desliza por la tarima como en vuelo rasante, ligera y muy deprisa, pero sin perder la gracilidad, sé que en unos segundos el cielo se abrirá en dos mitades, y la carga eléctrica que causaba retortijones a las nubes espolvoreará el paisaje.

Me enfada, de verdad, esa gente que disfruta con las tormentas, que desafía la atmósfera inestable y sale a los balcones para hacer vídeos o fotos, que incluso observa los mapas de predicción del tiempo deseando que los sistemas convectivos, que parecen un ejército de malos de una película de Marvel, lleguen a su ciudad o descarguen rayos y granizo en su pueblo. Son morbosos, son incautos o simplemente no tienen miedo, y esa manera de ser, tan pancha, que tanto desearía, me fastidia, me incomoda.

A Rasputín, la leyenda le atribuye cualidades sobrenaturales, como supuestas capacidades de sanación o haber muerto solo una vez pese a ser asesinado en varias ocasiones. Lo mataron, por insistencia, tras una fiesta en Petrogrado –hoy San Petersburgo–, que entonces era la capital del imperio ruso. Primero intentaron envenenarlo con cianuro. Al ver que el tóxico no funcionaba, le dispararon cuatro tiros por la espalda. Tampoco, caray. Le propinaron a continuación fuertes golpes en la cabeza, y finalmente lo arrojaron al río. La causa definitiva fue el ahogamiento.

Su historia más increíble no habla de cómo murió sino de los atributos que atesoraba en vida. En San Petersburgo se exhibe en formol un pene gigante, de 28,5 centímetros, que el dueño del museo atribuye a Rasputín, monje, sanador y también profeta. Según contó Jesús Callejo en 2018 en SER Historia, sobre el cambio climático, cuyas fauces fieras vemos estos días, Rasputín auguró hace más de un siglo: “El aire que hoy desciende a nuestros pulmones para llevar la vida, llevará un día la muerte. Y llegará el día en que no habrá montaña ni colina; no habrá mar ni lago que no sean envueltos por ese hálito”. Tendremos que hacer algo más que el avestruz.

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