Y ustedes, ¿qué leen?

El placer de leer frente al mar. / FDV
Cuénten--me, ¿qué van a hacer este verano? Tal vez sean unos valientes y se vayan a animar a tomar los aviones que hagan falta – huelgas aéreas mediante- para ese destino soñado que llevan acariciando con la imaginación demasiado tiempo. ¿Qué será, un crucero, un tour? Quizás no. Es posible que algunos aprecien la belleza y el disfrute de lo sencillo y se vayan al pueblo a descansar. Habrá, también, quienes no encuentren reposo y respiren trabajando el aire estival. Pero, sea cual sea su ocupación principal, permítanme curiosear: ¿qué van a leer?
Escoger lo tienen muy fácil o muy difícil, según el enfoque que le quieran dar. Acaba de salir estos días en prensa el resultado del XXV Congreso de Librerías, que ofrece datos impresionantes. En España se ofrecen 15.000 novedades literarias al año. Cada mes tienen ustedes más de 1.000 nuevos libros para escoger. Aquí se incluyen los autopublicados, con lo cual la estadística podemos suponerla algo distorsionada, pero no se aleja de la realidad demasiado; los propios libreros reconocen que el número de novedades impide ofrecer un mínimo de tiempo cada nueva aventura literaria, por lo que no aumenta la rotación, sino la devolución de ejemplares. Uno de los datos que resulta más asombroso del estudio realizado por este Congreso es que un 86% de los títulos vende menos de 50 libros al año. Atentos al dato. Cincuenta libros en un año. ¿Quién los comprará? El primo, el hermano, el vecino compasivo, la tía Mari Pili. Y ese escritor, ¿por qué publicará, viendo que su trabajo navega hacia el abismo del olvido? ¿Será por vanidad o por esperanza, por ser incapaz de dejar de intentarlo? Ambos supuestos son lícitos. Tal vez suponga un simple pasatiempo creativo. Pero, ¿y los escritores profesionales? Aquí sí que se van a quedar patidifusos. Resulta que solo el 0,1% de los títulos que salen cada año vende más de 3.000 ejemplares. No sé si les he comentado alguna vez lo que cobramos los autores; más allá del adelanto -y una vez cubierto éste, si la cosa va bien- los royalties suelen oscilar entre un 8 y un 15% bruto sobre cada ejemplar vendido. Hagan cuentas y comprobarán que hay que vender más, mucho más, para poder vivir del oficio. Añadan apaños extras: artículos, conferencias y festivales.
Pero el asunto tiene un golpe de efecto, una ironía final: el 80% de lo que venden los libreros al año no está entre esas fulgurantes novedades que se lanzan con todos los fuegos artificiales posibles (de los que nadie se acuerda pasados menos de seis meses), sino que la caja se hace, sobre todo, con los libros de fondo de armario. Clásicos o libros que llevan ya varios años en el mercado y que siguen siendo reclamados por los lectores. El boca-oreja es poderosísimo, porque es el libro quien se sostiene por sí mismo y no se encuentra cautivo de las promociones, intereses parciales ni las modas.
Dicen los libreros que las editoriales tienen que bajar el ritmo, editar y publicar con más criterio selectivo y de calidad. Pareciera que, para mantener el pulso del negocio, se hayan dejado llevar por el sistema de la inmediatez, del “usar y tirar”, de esa sangre nueva que creen que el lector solicita de forma constante.
¿Y ustedes? ¿Qué criterio utilizan a la hora de comprar ese libro para la hamaca en verano? ¿Será cierto que nos hemos dejado enredar por esas promesas de entretenimiento rápido? Permítanme el atrevimiento de recomendarles que, cuando puedan, acudan a presentaciones literarias: los festivales y ferias son incontables. Descubrirán la voz de los autores, caras conocidas entre los asistentes, nuevos baremos y filtros con los que decidir sus próximas adquisiciones literarias. Ah, y llévense a los niños a los encuentros. Solo incluyéndolos en la cultura real adquirirán propio hábito y criterio. Quién sabe si, el día de mañana, son ellos los que dibujan las historias que nos hacen soñar a los demás.
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