Decía Cartier-Bresson que el objetivo de la fotografía era atrapar el instante decisivo, ese que se hace casi a hurtadillas, el más natural que se puede ofrecer a los que observan tras la cámara. Pepe Guitián también busca el instante, el recuerdo imborrable del tiempo. Y para ello pone la cabeza, el ojo y el corazón en sus retratos. Es uno de los últimos fotógrafos al minuto, encuadrado su quehacer cotidiano por las piedras seculares de Compostela y por el aire de historia perenne que emana de Fonseca.
Antes hubo otro José Guitián, su padre, que hizo fotos durante más de cuatro décadas, desde finales de los años cuarenta hasta su jubilación en 1989. El progenitor no era minutero, sino que tuvo el estudio Foto Guitián con el que lograría gran fama y, además de especializarse en el retrato y la fotografía científica, también pasó tiempo en dejar imágenes de la misma ciudad –como su famosa serie de nocturnos–, sus gentes y sus costumbres. Por la cámara de Guitián pasaron la evolución urbana y humana compostelana de la segunda mitad del siglo XX.
El Guitián de hoy, el del siglo XXI, creció entre miles de negativos y ahora sale todos los días a captar momentos con su cámara, proceso que se realiza al momento porque es laboratorio a la vez. Sabe que es de los últimos representantes de un oficio pasado por el tiempo. Parejas de novios, turistas gallegos y extranjeros, cantantes, artistas, ilustres de todo fuste y anónimos se han llevado un recuerdo extraído de su cámara, que él mismo restauró y tiene más de ciento treinta años, inconfundible con su color rojo.
Trabaja igual que siempre se ha hecho, antes de que las fotos se sacasen a decenas y se borrasen a las pocas horas como un recuerdo fugaz. Hace fotografías como las de antaño, como documentos para guardar entre los tesoros personales y familiares.
Guitián conserva un oficio cuyo origen se remonta a finales del siglo XIX, la fotografía minutera. Conoció a otros colegas de cámara de cajón y trípode, aunque él es de los pocos que continúa en la profesión, dedicado a la que hoy ya es casi una labor histórica. Sabe que es de los últimos que quedan, pero piensa seguir en este viejo arte hasta que el cuerpo aguante.
Con sus pequeños tesoros como la fuente traída del convento de las Carmelitas, sus bancos y sus jardines, Fonseca alberga otra joya más, la cámara de color rojo de Guitián, que sigue inmortalizando a enamorados y transeúntes. Guitián aporta luz de autor a un oficio que se extingue. “Yo continúo porque le tengo cariño a la profesión y seguiré mientras pueda”. Luego ya vendrán otros, si vienen. Mientras, él sigue congelando en papel parte de un instante.