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Soy un hombre nuevo: ya sé mi ID de Apple

Hay nuevos géneros periodísticos y de personas: adiós al masculino y femenino.

Hoy me levanté con la sensación de haber coronado una cima, cumplido una asignatura pendiente, conquistado una posición social, adquirido una personalidad pública y un pasaporte para el presente. Por fin tengo ID de Apple! ¿Qué era yo sin ID de Apple? Nada, un tipo extraviado, periclitado y predestinado a la marginación. No digo que domine el mundo de los podcasts o streaming, ni que haya conseguido ser influencer pero al menos ya no soy vetado cada vez que quiero entrar en alguna ventana de Internet y, como en una discoteca cuando vas con calcetines blancos, te niegan el paso por no conocer tu ID de Apple. Bien es verdad que tuve que convencer a unos encantadores jovenzuelos de la tienda donde había comprado el teléfono de que me hicieran el favor de inventarme una ID (¿es masculino o femenino?) porque, les dije, me sentía como un emigrante al mundo virtual de Internet al que le cierran el paso en la frontera. Me miraron con cierta conmiseración y, con una generosidad intergeneracional digna de aplauso, me dieron el placer a su mundo de youtubers, social media managers, feisbuqueiros y demás tribus bits.

El otro día vi en un periódico que habían dado premios a los comunicadores con mejores podcasts y tuve que ir al diccionario a ver de qué estábamos hablando. Eran colegas, periodistas como yo, pero yo lo tengo casi todo detrás y ellos mucho de supervivencia por delante. Sentado anteayer en la terraza del Vitruvia, mientras leía la prensa reconocí a una periodista en prácticas que hacía lo mismo que yo pero por medio del teléfono. Eso está también en el libro de mi colega de El País, Jesús Ruiz Mantilla, Papel, en el que entremezcla la vida de un veterano a punto de jubilarse y una recién llegada a la Redacción. Ella, cuando se levanta por la mañana y va a hacer pis lo primero que hace es llevarse el móvil para leer las noticias del día; él, baja a pasear a su perro y a comprar el papel en el kiosco de toda la vida.

Somos dos mundos diferentes sirviendo a una misma causa. Ahora muchos periodistas televisivos hacen publicidad y te reivindican una clínica para recuperar el vigor sexual o unas compresas que no dejan rastro, pero cuando yo empecé los estudios de Comunicación nos enseñaron que en el código deontológico de la profesión hacer publicidad era una aberración, un pecado contra natura; también es verdad que cuando yo empecé las entrevistas se nutrían de preguntas y respuestas pero ahora ha aparecido un nuevo género televisivo, sobre todo en el periodismo del corazón, en el que se hacen preguntas y, si acaso, ellos mismos se dan la respuesta mientras corren detrás del supuesto entrevistado. Claro, desde que los gerifaltes lograron metérnosla doblada al colocarnos un Smartphone en la mano, todo empezó a derrumbarse.

Gracias a Dios, Uno y Trino, cuando yo empecé ya se habían desechado las palomas mensajeras pero aún había teletipos y muchas informaciones de los pueblos de alrededor las recibíamos por autobús. Por fortuna, dejé el periodismo diario, el de combate, cuando empezaba ese trabajo en redes, el que Ruiz Mantilla califica como del vértigo difuso, volátil y ansioso. Digamos que me despedí a caballo entre ambos, pero nunca hice el primer pis del día leyendo un smartphone, ni tuve que lidiar con esta época de ofendiditos en que escribas lo que escribas siempre aparece un colectivo que se queja porque todo es ya políticamente incorrecto. Lolitas, transgéneros, no binarios, bigéneros, fluídos, veganos, no sin mi gin tonic o amigos del curry. La nueva censura es la autocensura. Pero yo empecé hablando de mi nueva vida desde que tengo la ID de Apple, y con eso acabo. Voy a ver qué pasa.

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