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El gran misterio de Lord Byron

FARO DE VIGO publica, en exclusiva, un adelanto de la nueva novela de la escritora viguesa María Oruña, habitual articulista de este periódico. “El camino del fuego” (Destino) es la quinta entrega de serie de libros de Puerto Escondido, y llegará a las librerías el próximo miércoles.

María Oruña y la portada de su nuevo libro, “El camino del fuego”

Con unas cifras de ventas que ya superan el medio millón de ejemplares de sus libros, María Oruña vuelve a adentrarse en el misterio con “El camino del fuego”, en la que su personaje fetiche, la teniente Valentina Redondo, se enfrenta por primera vez a un crimen lejos de Cantabria.

En esta ocasión Valentina Redondo y su compañero Oliver deciden tomarse unas vacaciones y viajan a Escocia para visitar a la familia de éste. Su padre, Arthur Gordon, empeñado en recuperar el patrimonio del clan de los Gordon y de la historia de sus antepasados, ha adquirido el castillo de Huntly, en las Highlands, que había pertenecido a su familia hasta el siglo XVII.

Durante la rehabilitación del edificio encuentra un diminuto despacho que llevaba oculto doscientos años y en él, documentos que revelan que las memorias de Lord Byron —supuestamente quemadas a comienzos del siglo XIX — pueden seguir intactas y hallarse entre esas paredes.

Pronto correrá la voz del extraordinario hallazgo y tanto la prensa de todo el país como varias personas allegadas a la familia se acercarán a ellos para seguir el curioso acontecimiento. Para estudiar los documentos, Arthur dispondrá de la ayuda de un editor, de una profesora de lengua y de un anticuario especialista en manuscritos y joyas literarias... ¡Y hasta aquí podemos leer!

Estamos ante un libro repleto de referencias literarias de las grandes figuras del romanticismo inglés: Walter Scott, Jane Austen, las hermanas Brönte, Mary Shelley, Percy Shelley y, por supuesto, Lord Byron, cuyas memorias supuestamente destruidas por el editor John Murray serán el tesoro oculto en el camino del fuego.

María Oruña ha tejido una intriga en la que conoceremos a coleccionistas, a apasionados de la literatura y a buscadores de obras míticas tanto de nuestros tiempos como de mediados del siglo XIX. Todos ellos con un nexo común, un gran misterio: ¿y si alguien escondió las famosas memorias prohibidas de Lord Byron?

María Oruña

  • En el aire bailaban motas de polvo…

    …como si el pasado todavía estuviese vivo y en movimiento allí adentro. Sobre los muebles y los libros, sin embargo, la nube de partículas y de viejas pelusas reposaba en completa quietud, como si su calma y silencio fuesen los protectores de un tesoro. A pesar de ello, los colores todavía se podían distinguir: el verde del terciopelo del sillón, el granate de la pluma que reposaba sobre el escritorio, la alfombra de tartán verde y negra. Sobre una mesa baja y diminuta, al lado del sillón, había lo que parecía una lámpara de aceite y un bloque de pasta de lacre junto a un sello de hierro. Los hombres entraron en el cuarto sin dejar de admirarlo y sin entender qué sentido tenía un espacio oculto de aquellas características.

    —Parece... No sé, parece como si alguien se estuviese instalando aquí y de pronto hubiese dejado de abrir cajas, ¿no? —dudó Arthur, que ya había comenzado, con cuidado, a mirar las cubiertas de los libros. ¿Qué antigüedad tendrían? ¡Allí podía haber una pequeña fortuna!

    —A lo mejor ese Gordon del pasado no se instalaba, sino que estaba largándose a toda leche —observó Donald, viendo que las cajas estaban a medio embalar.

    Arthur frunció el ceño:

    —No era un Gordon.

    —¿Qué?

    Donald miró a Arthur, que había hablado muy serio mientras observaba algo que iluminaba con su móvil sobre el escritorio. Parecía un bloque ordenado y amarillento de varios folios de gran tamaño. Uno de ellos estaba escrito con caligrafía clara, amplia y angulosa. Arthur sopló cuidadosamente el polvo que reposaba sobre el papel y comenzó a leer en voz alta.

    Huntly, 22 de febrero de 1857

    Estimado Adam:

    Tal y como te prometí, viejo amigo, no he tardado en volver al norte. Me encuentro instalándome en el antiguo palacio de Huntly, que he adquirido a los Brodie; ya sabrás que se han marchado a América. Estoy dirigiendo y ultimando los arreglos definitivos, y en una semana vendrá mi mujer con Cassandra, Peter y la señora Paige. Que esta carta sirva como tarjeta de invitación para que tú y Elspeth nos deleitéis con una visita. Iremos a pescar al Deveron, donde verás las truchas y salmones más hermosos que puedas imaginar. El ambiente aquí es tranquilo, de modo que, a pesar de que permanezco en activo, atiendo las indicaciones del doctor Carlin, que como ya sabes me ha aconsejado reposo.

    Sin embargo, y aún huyendo del bullicio, debo informarte de que ha sido el mismísimo estrépito el que ha acudido a mi nuevo refugio. Ha llegado a mis manos un manuscrito extraordinario, que creo que te gustará revisar. Me veré en la obligación de comunicar este hallazgo a otros posibles colegas interesados, pues en este negocio solo soy intermediario, pero deseo que seas tú el primer editor en tener conocimiento.

    Creo que puedo afirmar, sin posibilidad de error, que tengo en mi poder las desaparecidas memorias de Lord Byron. Oportunamente, razonarás conmigo que fueron quemadas hace más de treinta años, pero ambos sabemos de la amplia y presumible posibilidad de que existiesen copias. Con todo, no es una copia lo que yo tengo aquí, querido amigo, sino el original. La caligrafía es inconfundible, el trazo, el estilo. Lo he comparado con varios de los diarios de Byron y no albergo duda alguna. El texto maneja contenidos ciertamente incómodos, pero no creo que resulten excesivos ni contrarios a la moral. Deberemos en todo caso verificar los detalles con Harrison, el abogado que te presenté en Aberdeen, pues habrá que atar los posibles inconvenientes legales antes de avanzar.

    Por fortuna, y dadas las rarezas y pequeñas fortunas de mi colección, dispongo en Huntly de un cuarto de seguridad oculto que los Brodie han tenido la gentileza de mostrarme y que estoy seguro de que encantará a Cassandra; no creas que es gran cosa, un viejo pasillo reconvertido en poco más que un gran armario y que ahora solo guardaba papeles viejos del clan Gordon, pero estas pequeñas joyas se custodiarán mejor aquí que en mi despacho. Yo mismo he traído hasta este cubículo, a salvo de miradas curiosas, un par de cajas con algunos de los libros de mi colección.

    En todo caso, y de momento, te ruego la debida discreción sobre este asunto. Confírmame, por favor, cuándo podrás venir; no me cabe duda de que tus ocupaciones en Inverness serán muchas, pero convendrás conmigo en que la relevancia de este hallazgo merece el esfuerzo. Quiero que revises este material sin falta, y debemos concertar una cita con el dueño del manuscrito, que viajará para la reunión desde Aberdeen.

    Entretanto, te envío mis mejores deseos de salud para ti y tu esposa, y te confío mi ánimo de que logremos un acuerdo provechoso con este hallazgo, al que calculo un extraordinario valor de mercado.

    Afectuosamente,

    Stuart Hamilton

    Cuando Arthur terminó de leer el documento, todos guardaron silencio. Él giró instintivamente la carta, y vio que en el reverso, en una cuadrícula pequeña, indicaba la dirección en Inverness de un tal Adam Chambers; aquella misiva solo estaba pendiente de ser doblada y lacrada para su envío. ¿Sería posible que las famosas memorias de Lord Byron estuviesen en aquel pequeño cuarto? Todo el mundo sabía que su contenido debía de ser escandaloso, pues habían sido quemadas en presencia y con el consentimiento de los mejores amigos del famoso escritor. Por otra parte, ¿qué le habría pasado al tal Hamilton? Estaba claro que no había llegado a comunicar a nadie de su entorno la existencia de aquel escondite, que para él no parecía ser más que una gigante caja fuerte, una extravagancia de la que hacía uso por cortesía de los anteriores inquilinos.

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