¿Amigos por Whatsapp?

Amigos por Whatsapp

Amigos por Whatsapp

Nacho Mojón

Nacho Mojón

Un mal día, la empresa traslada a un buen amigo a Bélgica. Celebramos su fiesta de despedida y prometemos estar en contacto. En seguida extrañamos el tiempo que pasábamos juntos. Sin embargo, ya nadie se va del todo. Siempre queda el Whatsapp. Seguimos su nueva vida, el piso alquilado, los amigos, su jefe, el gimnasio. ¿No es maravillosa la tecnología?

Whatsapp minimiza el sentimiento de echar de menos, basta meter la mano en el bosillo para contactar con alguien. Sin embargo, esta posibilidad apaga la energía que necesitamos para organizar un viaje. En el libro En defensa de la conversación, la profesora Sherry Turkle describe acertadamente como los smartphones han cambiado la manera de relacionarnos.

A esta psicóloga del MIT le llama la atención el aumento de casos de adolescentes habituados a intercambiar a través de Whatsapp confidencias e información personal con un grado de intimidad alto, pero incapaces de reproducir ese nivel de comunicación en la vida real; el cara a cara les bloquea y lo evitan.

Mi amigo vive ahora en Bruselas, nos vemos una o dos veces al año. Cenar juntos y tener una larga sobremesa es uno de los momentos más agradables de mis viajes. Siempre le he considerado uno de los mejores conversadores que conozco. Cuidadoso con su vida privada, no usa Facebook ni Instagram, aunque sí Whatsapp. Sin embargo, sus mensajes son infrecuentes y breves, nunca más de dos líneas, jamás una conversación. Su estilo me hace pensar en lo que me decía mi padre: “Cuelga ya, que el teléfono está para dar recados”.

La promesa de estar siempre en contacto que ofrece la tecnología y las redes sociales encierra un engaño, la ilusión de hacernos creer que una noche chateando hasta la madrugada nos proporciona intimidad, conformándonos con un sucedáneo de conversación que calma las ganas de oírnos, de sentirnos cerca y que nos hace pensar que la frecuencia de los mensajes puede ser suficiente. No tengamos miedo. Echémonos de menos, dejemos que las ganas de vernos crezcan hasta que nos empujen a comprar un billete y sentarnos cara a cara.

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