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La mascarilla reveladora

Usuarios del centro comercial Vialia el primer día del fin de la obligatoriedad de la mascarilla en interiores ALBA VILLAR

La máscara revela a la persona, decía Oscar Wilde: “El hombre no es él mismo cuando habla en su propia persona. Dale una máscara y te dirá la verdad”. Esta semana muchos ciudadanos se la han quitado, mientras que otros permanecen con ella, quizá porque no se fían de las mismas autoridades de Sanidad que hace dos años les aseguraban que no hacían falta, mientras los cadáveres se apilaban en las morgues.

Lamentablemente, llevar o no mascarIlla se ha convertido en lo que los anglosajones llaman un “statement”: una declaración, una toma de postura. Algunos defienden que solo es libre quien no lleva ese elemento de prevención que denostan llamándolo “bozal”, como si fuera menos libre quien se ajusta el cinturón de seguridad al volante o se pone un arnés cuando trabaja en un tejado.

Todavía recuerdo cuando llegué de Estados Unidos y, acostumbrado a lo que era preceptivo allí, me ponía el cinturón de seguridad en el asiento trasero, dos años antes de que fuera obligatorio en España. Muchos se burlaban. Con el tiempo la gran mayoría ha tomado conciencia de la necesidad de esa prevención, pero aún te encuentras a gente como aquel taxista que, no hace mucho, me aseguraba que el cinturón de seguridad era inútil, con el argumento de que él había viajado de Vigo a Cádiz sin llevarlo y no le había pasado nada.

Como Poncio Pilato, y pasada la Semana Santa, las autoridades de todo signo político nos han dicho que nos quitemos las mascarillas en interiores, lavándose las manos ante las posibles consecuencias y sin haber impulsado una mejora de la calidad del aire en los lugares públicos. Apelan a un “uso responsable” de la mascarilla a la vez que eliminan la medición de la incidencia acumulada en la población general, un termómetro del riesgo de contagio que la población conocía bien tras dos años de pandemia. Ahora los “canarios en la mina” sobre los que se calcula la incidencia son los mayores de 60 años y los vulnerables. Y ni siquiera eso, porque hay personas por encima de esa edad a la que ni siquiera se les indica test PCR.

Quizá, como le ocurrió a aquel taxista, no nos pasará nada, no contagiaremos a vulnerables, no desarrollaremos COVID persistente ni ningún otro efecto a largo plazo de los muchos que se van descubriendo de este virus. Quizá por fin, pasadas seis olas, tenemos una “superinmunidad” poblacional tras las sucesivas dosis vacunales e infecciones. Es posible. Pero, ¿y si no?

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