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Crimen y castigo

Will Smith recogiendo su Oscar a mejor actor ETIENNE LAURENT

Confieso que no tenía ni idea de quién era Chris Rock hasta que Will Smith le propinó el famoso bofetón en la ceremonia de los Oscars. Vaya revuelo. Ya no importó el cine, ni los vestidos de alta costura. Solo Will.

Juzguémoslo, analicemos cada arista de su poliédrico carácter. Lo tachan de machista, prepotente y enfermo. Lo que hizo estuvo mal, muy mal. Cómo se le ocurre, delante de millones de espectadores y siendo referente para tantos jóvenes. No hay excusa: no importa que estuviese nervioso, ni el ambiguo pasado que le uniese al agredido y a su mujer. Tampoco importa que Chris Rock supiese o no de los problemas de alopecia de la esposa de Will: resulta bastante cuestionable hacer humor con el físico de los demás. El caso es que surgió el conflicto y que la solución fue la de un patio de colegio de primaria. Un guantazo y una palabrota de esas que se dicen con rabia contenida y que resultan mucho más amenazantes que un puño cerrado.

Tenemos dos criminales: el humorista que no hace gracia y el aludido que responde con violencia, cuando el honor de su esposa podía ser defendido por ella misma o por el propio Will con el don de la palabra cuando hubiese recibido el premio: habría sido considerado un caballero digno de América.

"Una medida ejemplarizante no necesita destruir a una persona que había aportado más sonrisas que penas”

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Y ahora, como en la maravillosa novela de Fiódor Dostoyevski Crimen y Castigo, tenemos también una condena. Will Smith ya había dimitido como miembro de la Academia, pero ahora además ha sido vetado por ésta a cualquier acto vinculado a la institución y por supuesto a la gala de los Oscars durante 10 años. Además, han sido cancelados los proyectos cinematográficos que tenía con Netflix y Sony. En cambio, Chris Rock ha visto cómo las entradas a sus espectáculos de humor han visto agotadas sus entradas y cómo ha subido considerablemente su caché. Cuando suceden contrastes semejantes, reflexiono sobre la proporcionalidad de las cosas y regreso a Crimen y Castigo; en la trama, el joven estudiante Raskólnikov, harto de la miseria y del mundo oscuro en el que habita, asesina a hachazos a una anciana usurera para robarle y, al ser descubierto por una segunda persona —inocente y buena—, también la asesina. No hay excusa: si enloqueció de rabia, hambre y miseria, no fue el sistema el que descargó el hacha, sino su propia mano. El protagonista lucha consigo mismo sobre la moralidad de lo que ha hecho, lleno de remordimientos. Mientras se esfuerza en realizar buenas acciones para los demás, termina confesando y, dada su sinceridad y buenos antecedentes, es condenado a solo 8 años de trabajos forzados. Aún estará a tiempo de tener una vida. Lamento si les he hecho spoiler, pero desde 1866 ya habían tenido tiempo más que de sobra para leer esta tremendísima novela.

El caso es que a Will, por un sopapo, le ha caído una pena temporal más grande que a Raskólnikov y ahora mismo está en un clínica privada para “rehabilitarse”. Ya sé que de Will Smith dispongo solo de información parcial y publicitaria, pero también sé de la proporcionalidad de las cosas. Una medida ejemplarizante no necesita destruir la vida de una persona, que hasta ahora había aportado más sonrisas que penas a los demás. Algunos me dirán que se ha hundido él solito. Por supuesto. Pero recuerden esa inquebrantable ética cuando estén delante de problemas de verdad, de las imágenes en televisión de los cadáveres de Bucha mientras deshacen las maletas de estas vacaciones de Semana Santa. ¿Hay proporción entre nuestro espanto inicial por la invasión de Ucrania y nuestro progresivo desapego ante el horror? ¿De verdad nos creemos en posesión de un verdadero sentido de humanidad? Quiero pensar que, como se dice en Crimen y Castigo, al final es el amor el que nos regenera.

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