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El futuro de la humanidad: un mundo tecnológico, pero también vulnerable

La tecnología podría ser la solución más eficiente en la lucha contra las grandes amenazas de la Humanidad; la pobreza, el hambre, la enfermedad, la desigualdad o el cambio climático. En los próximos años, el desarrollo acelerado de las nuevas tecnologías nos dará un poder enorme para transformar nuestro entorno, pero debemos ser conscientes de que a medida que aumenta nuestra capacidad de crear y construir, en la misma proporción crece nuestra posibilidad de aniquilar y destruir.

"Necesitamos sabiduría para saber si la tecnología va en la dirección correcta”

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A veces no vemos un problema, porque es muy familiar y llevamos tiempo conviviendo con él, o bien porque es muy grande. Pero si este problema puede destruir la Humanidad, entonces no nos podemos permitir el lujo de no verlo. Necesitamos por lo tanto sabiduría para enfrentar el futuro, para saber si la tecnología va en la dirección correcta y está en las manos adecuadas. A reflexionar sobre este tipo de cuestiones se dedican un heterodoxo grupo de filósofos, tecnólogos, físicos, economistas y matemáticos, en un lugar ubicado en Oxford y llamado el Instituto para el Futuro de la Humanidad (FHI). Esta organización intenta anticipar posibles eventos que podrían acabar con la vida humana, y cómo enfrentarlos. Su director, Nick Bostrom, explica la situación actual de una forma muy gráfica: “Imagínate una gran urna llena de bolas que representan ideas, métodos, posibles tecnologías. Puedes pensar en la historia de la creatividad humana como en el proceso de extraer de esta urna una bola tras otra, y el efecto neto hasta la fecha ha sido muy beneficioso; hemos extraído una gran cantidad de bolas blancas y de varias tonalidades de gris, con pros y contras, pero hasta ahora no hemos sacado ninguna bola negra, una tecnología que invariablemente destruye la civilización que la descubre. La razón no es que hayamos sido particularmente cuidadosos o sabios en nuestra política tecnológica. Simplemente hemos tenido suerte.” Por lo tanto, no deberíamos asumir de forma incuestionable que todo el progreso tecnológico es beneficioso, o que el mundo tiene la capacidad de gestionar cualquier posible inconveniente de una tecnología después de que se haya inventado. Se podría pensar que estas ideas son ciencia ficción, alocadas y alejadas de la realidad, pero cuanto más se acerca uno al ecosistema tecnológico actual, de crecimiento exponencial, más se puede apreciar lo fundamentado que está este temor. Algunas bolas grises que hemos extraído hasta ahora nos pueden dar una idea de la suerte que hemos tenido. En 1954, Estados Unidos llevó a cabo una prueba nuclear en una isla cerca a Japón, un experimento secreto de nombre clave Castle Bravo, con un diseño de bomba termonuclear a base de hidrógeno y litio. Se estimó que la explosión sería de 4 megatones, pero se equivocaron, y la bomba detonó con 15 megatones, más del triple de lo que habían calculado y equivalente a mil Hiroshimas. La explosión destruyó el equipo de prueba y provocó un enorme cráter. Algunos científicos afirmaron que, si se hubiera producido una ignición atmosférica desencadenando una reacción termonuclear autosostenida en el aire, la historia humana habría llegado a su fin en 1945.

"No deberíamos asumir que todo el progreso tecnológico es beneficioso”

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El principal problema es que no tenemos la capacidad de devolver la bola a la urna. Podemos inventar, pero no desinventar. Nuestra estrategia por ahora es confiar en que en la urna no tengamos una bola negra, porque siempre habrá alguien en cualquier población que, por algún motivo, quiera utilizar ese poder de destrucción. Tenemos más y más poder, y cada vez es más fácil usarlo; un solo individuo podría acabar con todo. La Covid-19 se contagia antes de tener síntomas y se transmite con mucha facilidad entre las personas, que presentan la mayor carga vírica en torno al día 5. Ahora imaginemos que un virus más letal es modificado genéticamente en un laboratorio para que se “active” no a los 5 días, sino a los 5 meses, cuando la población mundial estaría totalmente infectada. Ni todo el dinero del mundo serviría entonces para detener la extinción de una parte importante de la Humanidad. Es un argumento realmente alarmante, cierto. Pero el comité de sabios del FHI también ha propuesto algunas maneras de evitarlo:

Podríamos Restringir el desarrollo de tecnologías peligrosas, pero creo que es una opción poco realista y, de conseguirlo, sería extremadamente costoso, pues en la era de internet limitar la información es como intentar poner puertas al campo. Además, el color de cada bola puede resultar ser al final una completa sorpresa. Si bien es cierto que algunas de las actuales ya apuntan a cierto riesgo, como el uso de máquinas de síntesis de ADN para crear armas biológicas, la separación de isótopos por láser en el diseño de armas nucleares, o el desarrollo de la geoingeniería para realizar alteraciones drásticas en el clima de la Tierra.

Otra opción sería Reducir el número de personas motivadas a destruir el mundo, aunque en una sociedad como la actual, con una pérdida progresiva de valores, no resulta muy tranquilizador apoyarse únicamente en esta opción.

Podríamos también Establecer una vigilancia policial preventiva, pero esto supondría conseguir que todos los Estados acordaran la adopción de idénticos requisitos de regulación, y lidiar con la siempre compleja dicotomía entre libertad individual y seguridad colectiva.

Por último, sin duda será necesario Establecer una gobernanza global eficaz, con organismos que supervisen sin fronteras el uso de la tecnología de bola negra. En los grandes países puede resultar fácil, pero un individuo podría instalarse por ejemplo en un archipiélago del Pacífico y montar allí un laboratorio con las leyes nacionales de ese territorio, y las consecuencias de esa actividad destructiva serían globales, no locales.

En conclusión, a mi juicio, no podemos tener poder ilimitado, y libertad infinita para usarlo y manipular nuestro entorno. No podemos tenerlo todo, y es necesario abrir cuanto antes el debate de la regulación de las “tecnologías peligrosas” a nivel mundial en el marco de la ONU. Es un camino pedregoso que no resultará sencillo transitar, pero las generaciones futuras nos agradecerán de por vida este importante esfuerzo. Y pensemos que, quizás el sueño de que la tecnología nos conducirá a un mundo mejor, sin tener que renunciar a nada, quizás no pueda ser posible.

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