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Familia con huecos

Personas esperando en el puerto de A Coruña para emigrar Alberto Martí

Estos días de imágenes terribles, mi madre ha recordado que, de niña, algunas mañanas se despertaba sobrecogida con el ruido de la calle. Entonces se asomaba a la ventana y veía familias despidiéndose entre llantos en la parada del coche de línea. Demasiados vecinos se subieron a aquellos autocares que los llevaban a Vigo y Coruña para embarcar a América, sin saber cuánto tiempo pasaría hasta poder volver. Los de más edad temían no vivir suficiente para ver regresar a sus hijos. Muchos no se equivocaron. Aquello ocurría en el Montederramo de los años cincuenta. Con más de un millón de emigrantes, pocas familias gallegas habrá que no puedan contar historias parecidas.

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Fotos que pueden emocionar a un papa Manuel Ferrol / Archivo Pacheco / Alberto Martí

Mi madre tuvo suerte. Encontró trabajo e hizo su vida aquí. No ocurrió lo mismo con todos sus hermanos. Ella fue la segunda más pequeña de una familia con once hijos. En una época en la que no resultaba fácil salir adelante, los Mojones acabaron divididos a ambos lados del Atlántico.

Para mí, que nací en la España-Cuéntame del 76, en una familia de clase media, las historias de emigrantes formaban parte de aburridos programas de la gallega, de libros de texto con fotos de Manuel Ferrol o de los viajes de Fraga en campañas electorales. Pronto me di cuenta de lo equivocado que estaba.

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Viaje a las Américas desde el puerto de Vigo Hilda Gómez

Estudiando en Santiago, mis padres vinieron un día a recogerme para acompañarlos al aeropuerto a buscar a mi tía Rebeca, que volaba desde Buenos Aires. Había escuchado hablar tanto de la benjamina de la familia que me alegraba al fin poder conocerla. Cuando la vi, me quedé mudo. Aquella mujer a la que nunca había visto era idéntica a mi madre. Por primera vez fui consciente de que había un nosotros en otro lugar.

Para cualquier gallego, estas historias son comunes y, sin embargo, pronto las olvidaremos. Hoy la palabra emigrante evoca otras imágenes y relatos. Las vidas de esos familiares que se montaron en barcos y trenes necesitan memoria. Siento admiración cuando países como Irlanda construyen museos en los que rinden homenaje a quienes empezaron de cero. Necesitamos lugares que nos hagan recordar que nuestras familias están llenas de huecos, de piezas al otro lado del Atlántico.

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