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“Ezto ez Ezpaña, zeñores (y zeñoras)”

Vaquerizo y Junqueras, encuentro inesperado.

Gocé el otro día siguiendo en La Sexta el estreno de Encuentros inesperados, que reunió en comunión salvífica a gente tan diferente como Mario Vaquerizo, el actor Alberto San Juan, el político Oriol Junqueras y la periodista Ana Iris Simón, para hablar sobre la fe católica. Fue una cita que generó optimismo porque la sensibilidad cultural de todos los implicados permitió una feliz convivencia de opiniones: ninguno quiso asaltar la razón del otro ni erigirse con verdad alguna, respetando la de todos. Vaquerizo mostró una sentimentalidad religiosa de efectos terapéuticos, San Juan manifestó su oposición a la institución eclesial pero con delicadeza intelectual, Ana Iris -una de las nuevas plumas de El País- se postuló como hija y nieta de comunistas a las que ella salió rana como creyente y Oriol Junqueras, también católico practicante, me convenció tanto de su espíritu humanista y dialogante como de su buen talante -y a Vaquerizo, que no paraba de darle besos- y sigo sin entender como un hombre de tal calibre humano puede militar en algo tan cerril como el nacionalismo independentista.

Admiro a quienes defienden conceptos hoy poco correctos políticamente que antes eran los correctos. Palabras que ahora se han vuelto impronunciables en el formulario progresista, como Dios, la fe católica o la monarquía por elegir los primeros que me vienen a la mente. Hay quien dice que los ateos son de una arrogancia digna de compasión, unos pobres de espíritu, y yo de eso no estoy seguro pero sí de que es mejor que pierdan las esperanzas de acceder al reino de los cielos. ¿Monárquicos? Declararse tal hace que las miradas del gentío se vuelvan sobre ti como si hubieras tenido una involución intelectual y la República fuera como una Diosa Fortuna. Mucha simpleza, tal cual la de contraponer la dictadura franquista y la Segunda República como si de dos etapas históricas se tratara, cuando la república fue algo importante por su espíritu de cambio ante una política corrupta, pero efímera en la historia de España. Los espadones, guerras civiles, absolutismo, represiones, injusticias o desigualdades vienen de una larga tradición anterior al franquismo, casi ADN español.

Pasa lo mismo con la progresía de mi generación, ese tiempo de los albores de la democracia española en que todo joven que se preciara de avanzado iba de marxista, agrupados entre ellos por un galimatías, embrollo o enredo de siglas apocalípticas e imposibles aunque con algo que los unía a todos: ninguno había leído a Marx. Hoy, que todo está también polarizado, se tiende a simplificar y te pueden llamar fascista por no aceptar el nacionalismo indigenista o por poner en duda esa necia acusación de “criminal” a la conquista de América; o comunista demoníaco por defender el control de los precios de alquiler o poner en duda los efectos equilibradores del libre mercado. Si defiendes la Constitución del 78 te saldrán espíritus puros que dicen que eso es una interpretación reaccionaria vinculada al sostenimiento de mitos franquistas, pero si respaldas la necesidad de una Segunda Transición no faltarán quienes quieran ponerte un capirote penitencial y pasearte por plaza pública como destructor de la unidad ansiada.

Ezto ez Ezpaña. Un país dividido entre españoles que creen que su bandera es un signo franquista y quienes la exhiben en sus balcones, entre nacionalistas centralistas y soberanistas periféricos, entre maduros defensores de la memoria histórica y legiones de jóvenes que no saben ni qué es el Valle de los Caídos. El problema, dijo Russel, es que los ignorantes están completamente seguros de todo y los intelectuales llenos de dudas. ¿Hay mayor número de idiotas ahora que en otras épocas? No; siempre fuimos muchos pero ahora se nos nota más. Aún así, yo no querría dejar de ser español ni un solo minuto.

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