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GALICIA: LA VÍA LÁCTEA DE LA SAUDADE (XXV)

Un barbero y un militar de Pontevedra

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Alfonso Armada: Un barbero y un militar de Pontevedra

Hay muchas formas de entrar en una ciudad, aparte de nacer, pasar la infancia y estudiar el bachillerato en ella, enamorarse y vivir la vida. Los libros son una forma extraordinaria de multiplicar la experiencia. Tratándose de Pontevedra, la capital de mi provincia, una ciudad a la que quiero como si hubiera nacido y me hubiera enamorado en ella, hay un libro reciente que es una sutil manera de adentrarse en sus misterios, porque además de tratarse de un verdadero libro de bolsillo, que cabe en la palma de la mano, está escrito con tinta extraída del corazón y luz cordial: Pontevedra. Tal como éramos es memoria íntima y compartida de mi amiga Susana Fortes y su forma de decir “me acuerdo”, con los que iré salpimentando esta parada en una de las ciudades más discretas y amenas de Galicia.

“Me acuerdo de la costumbre de ir a ver escaparates antes de Navidad. Me acuerdo de los disfraces de india nativa de El Gran Garaje y de la juguetería Chacón y del bazar Varela que tenía una cristalera decorada con nieve de algodón”. Susana Fortes.

En caso de duda, Julio Camba: “Pontevedra es, con relación a Vigo, lo que Madrid con relación a Barcelona. No tengo temor alguno en establecer esta relación entre Pontevedra y Vigo porque la considero igualmente honrosa para ambas ciudades. En cuanto a su exactitud, ya verá el lector hasta qué punto logro justificarla”. Eso, que hizo el autor nacido en la provincia (Vilanova de Arousa, 1884) el 22 de mayo de 1908 en el diario El Mundo, es someterse a cuerpo gentil al escrutinio del lector, y dice mucho de su alacridad y buen humor. Dice Camba que en la capital provincial predomina “el elemento oficial”, mientras que en Vigo es el industrial. “El Gobierno civil, la Audiencia, la Diputación y el Instituto: he aquí los cuatro centros principales que sostienen la vida de Pontevedra. Una vida pequeña, pintoresca y blanda, que se parece mucho a la de Madrid. La vida de Vigo, por el contrario, es lo que, con un adjetivo patológico, suele llamarse una vida febril”. Ha pasado el tiempo y nada –¿nada?– es lo que fue, pero hay rasgos que el entomólogo y topógrafo social Camba bien recogió. Pero parece una juguetona hipérbole a la octava potencia esa supuesta similitud entre Pontevedra y Madrid, aunque en 1908 los sombreros, la ropa interior y la política de los cafés eran como el sistema sanguíneo de los atribulados españoles sin imperio y modestas aspiraciones. Pero sigo el paseo del brazo de Camba por la orilla del Lérez: “Los vigueses tienen el orgullo de Vigo. En Pontevedra me han contado que en los periódicos de Vigo es muy frecuente esta frase: ‘Vigo y su provincia’. No respondo de la exactitud de la anécdota; pero encuentro digno de todos los elogios este sentimiento de superioridad, merced al cual Vigo va progresando con una rapidez tan asombrosa”.

Ofrenda al pasado y al progreso. / A. A.

No es de extrañar que Xosé Luis Méndez Ferrín, en un arrebato febril, pero muy documentado, haya ido más allá y propusiera recientemente en una entrevista concedida a Público que Vigo se convirtiera en capital de Galicia. Por mi parte, todo que objetar a reabrir ese melón de la capitalidad que tantas fatigosas disputas generó en su día. Pero sigo del brazo de Camba: “Pontevedra no progresa, pero se dispone a progresar”.

“Me acuerdo de cuando en Pontevedra se puso de moda operar a los niños de las amígdalas y a toda la chiquillería del barrio nos pasaron a cuchillo el mismo día, uno detrás de otro, en el Sanatorio Santa Rita de la carretera de Vigo. Una escabechina”. S. F.

Puede que Pontevedra no haya prosperado, y sin embargo nadie duda de que sea una ciudad a la medida del hombre, mientras que Vigo, febril y fabril, con todas sus contradicciones, se ha dedicado a redibujarse hasta el punto de volverse irreconocible, o tan poliédrica, y por tanto con una identidad tan incognoscible, tan borrosa, tan intratable, que tal vez sea el verdadero rasgo de su modernidad, si eso puede considerarse, a estas alturas de partido, una virtud. Pero como si hubieran escuchado mi conversación con Camba no me resisto a traer aquí, una vez más, y prometo que será la última al vendedor de Biblias, ese George Borrow que con tanta enjundia y arbitrariedad observó y retrató a nuestros antepasados. Conviene, antes que nada, prestar atención a lo que el traductor al gallego y diligente encargado de las notas a pie de página, el poeta Salvador García Bodaño, advierte del interlocutor pontevedrés de nuestro Borrow. Se armó no un pequeño lío. El supuesto notario público (autor de una Descripción económica de la provincia de Pontevedra, publicada en 1834) no era “notario público” sino médico (“cirujano titular” de ciudad), y no se apellidaba García sino González, de nombre Claudio, que mostró gran interés en vender los Testamentos (como llama el propio George Borrow a sus Biblias). Pero vayamos con el lío:

El instituto de Xosé Fortes Bouzán

“Era un patriota entusiasta, pero por supuesto en un sentido local, porque ningún otro país le interesaba que no fuera Pontevedra.

—Esos tipos de Vigo –dijo– dicen que su ciudad es mejor que la nuestra y que tiene más méritos para ser la capital de esta parte de Galicia. ¿Escuchó alguna vez disparate de mayor calibre? Se lo digo a usted, amigo, que no me importaría que Vigo fuera quemado y con él todos los badulaques y canallas. ¿Pensó usted alguna vez en comparar Vigo con Pontevedra?

—No lo sé –respondí–. Nunca he estado en Vigo, pero he oído decir que la bahía de Vigo es la mejor del mundo.

—¿La bahía, buen señor’ ¡La bahía! Sí, esos bribones tienen una bahía, y la bahía es la que nos ha robado todo nuestro comercio. ¿Pero qué necesidad tiene de una bahía una capital de provincia? Lo que necesita son edificios públicos donde los diputados provinciales puedan reunirse para tratar de sus asuntos; ahora bien, además de no disponer de un solo edificio público confortable, en todo Vigo no hay ni una casa decente. ¿La bahía? Sí, tienen una bahía, ¿pero tiene agua para beber? Sí, la tienen, pero el agua es tan salobre que haría reventar a un caballo. Espero, querido amigo, que no habrá hecho usted un viaje tan largo para ponerse de parte de una gavilla de piratas como los de Vigo.

—No vine a ponerme de su parte –le respondí–. La verdad es que ignoraba que necesitaran de mi ayuda en tamaña disputa. Vengo únicamente a traerles el Nuevo Testamento, del que verdaderamente están muy necesitados si es que son tan pícaros y canallas como usted los retrata.

—¿Retratarlos yo así mi querido señor? ¿Acaso no habla la realidad por sí misma? ¿No dicen que su ciudad es mejor que las otras, más apropiada para ser capital de provincia? ¡Qué disparate! ¡Qué canallada! Nunca me entró en la cabeza que pudiera tener tal derecho a una bahía un nido de lechuzas como Vigo”.

Tres vistas de la Ría. / A. A.

Dejamos ahí la fenomenal diatriba de este notario cirujano que no era García sino González y que de tan patriota y furibundo pontevedrés convierte su filípica en un divertidísimo disparate mientras repaso mis ilegibles notas del paseo, este sí real, que en marzo de 2019 hice con mi admirado Xosé Fortes Bouzán por su amada Pontevedra, a la que ha dedicado incontables artículos y notorios libros, y al que conocí por mediación de su hija Susana, ex compañera de la Facultad de Geografía e Historia. Por cierto, en Pontevedra en el espejo del tiempo cita la visita de Borrow, “don Jorgito el inglés”. De la ciudad en sí dirá que “Pontevedra en conjunto merece el nombre de ciudad monumental, pues algunos de sus edificios públicos, en especial los conventos, son tales como no se ven en parte alguna, fuera de España e Italia. Rodéanla murallas de piedra labrada y se halla al fondo de una ensenada en la que desemboca el río Lérez…”. No deja de reseñar en tal hora el extravagante viajero una decadencia que ha formado parte del encanto secular de una villa que, “a pesar de la suntuosidad de sus edificios públicos” encontró en sus calles y plazas “más suciedad y miseria que las usuales de Galicia”. Algo que sin duda forma parte del más remoto pasado, como tendrá ocasión de comprobar quien se anime a hacer de Pontevedra su destino esporádico o perpetuo.

“Me acuerdo de la típica redacción sobre el verano que nos ponían siempre a la vuelta de vacaciones en Primaria. Me acuerdo que yo escribí la mía sobre la playa de Chancelas un día de marea viva, con la arena muy revuelta. Puse que la orilla estaba llena de nalgas. Fue un antes y un después en mi reputación como escritora”. S. F.

Recuerda Fortes padre que de joven se reconocía byroniano y romántico, no en vano la lectura ha sido su mayor vicio desde muy joven. Adquirió fama perdurable gracias a haber sido uno de los capitanes laminados al final del franquismo por haberse atrevido a cofundar la Unión Militar Democrática. Fue amnistiado y rehabilitado con la llegada de la democracia, y se reincorporó a las Fuerzas Armadas con el grado de coronel. Una de sus etapas más queridas de su vida fue cuando dirigió la revista gráfica juvenil Vagalume. No hay mejor guía que él para sumergirse en la memoria de las piedras y los aromas de Pontevedra, donde hizo el bachillerato y se enamoró, y fue cadete, salvoconducto para entrar en los casinos (el más empingorotado, el Liceo Casino, y el de clase media con aspiraciones, el Casino Mercantil, antes Recreo de Artesanos).

“Me acuerdo que los sábados por la tarde toda Pontevedra pasaba dando vueltas alrededor de la Peregrina y tenía que saludar a las mismas personas un montón de veces”. S. F.

El culto al cuerpo también ha llegado a Pontevedra. / A. A.

Pasó por la Academia Militar de Zaragoza, aunque cuando habla de sus años de formación nunca deja de citar la bendita influencia de Fernando Díaz-Plaja. Desde el casino en el que se casó al instituto en el que estudió y enseñó habla de Herodoto como de un compañero de viaje por la historia, el latín, la memoria, como si fuera un vecino ilustre de su milimetrada Pontevedra, que podía haberse sentado también cada sábado en el café Carabela junto al arquitecto César Portela, los juristas Luciano Varela o Modesto Barcia, y el periodista Rafael López Torre, autor de Aromas de Pontevedra. Allí se reunían, como reconoce Fortes, “para fustigar al mundo” en una tertulia que durante más de 40 años ha sido un repositorio de voces, ecos, pasiones y conspiraciones.

Celebra especialmente Xosé Fortes, de viva voz y por escrito, la “praza da Ferrería. Pasear por ella una mañana soleada o un atardecer sentarse en la praza da Estrella un día de verano, o contemplar desde un ventanal del café Carabela su brillo en una tarde de lluvia es como remansarse en el sosiego del espíritu”. Recalca este militar de estirpe cervantina que ha hecho de las armas y las letras un matrimonio armonioso que la de la Herrería es la plaza “más cargada de historia” de la villa, y que “en ella “se proclamó la Constitución de Cádiz y se alborozó el entusiasmo popular por la concesión de la capitalidad”.

El gran cedro de Lourizán

“Para cualquier niño criado en el monte el caballo es el rey”. Así arranca A rienda suelta, quizá el libro más entrañado, esclarecedor y hermoso que ha escrito Xosé Fortes, donde hay tanta sensualidad (“me acuerdo del sonido de los cencerros bajo las estrellas en las noches en vela, asomado con mi prima a la ventana”) como memoria (“la única sombra que oscureció aquellos días azules en los que comenzaba a asomarme al mundo, fue la muerte en la guerra de mi padre, Isaac, el 19 de enero de 1938, el II Año Triunfal en la cronología franquista. En Teruel. Yo acababa de cumplir tres años”). Pero después de haber recorrido Pontevedra de la mano de Xosé Fortes y de escuchar su devoción por los libros y la historia, las páginas de A rienda suelta en las que relata la decisión familiar de que ingresara en el instituto son más que una revelación, porque no iba a ser solo él, “el único varón de la familia” el que estudiara el bachillerato, sino que “en aquella casa no se harían distingos entre las chicos y chicas. O todos o ninguna. Allí se iba a estudiar con todas las de la ley, por oficial y sin discriminaciones por sexo”. Para él, “llegar a la ciudad fue casi como cambiar de continente”. Aquí podría encandilarme con todo lo que Fortes cuenta del instituto, “un edificio demasiado imponente para un niño de diez años” donde los alumnos eran “cachorros de muy distintas camadas”, pero en el que “la sensación de aprender era adictiva”, y una frase más antes de invitar a quien siga leyendo a que corra a hacerse con un ejemplar de A rienda suelta y se lance a galopar (o al trote cochinero) con él: “No creo que Rudyard Kipling valorase más su escritorio colonial de caoba de lo que yo apreciaba mi primera librería”.

“Me acuerdo que de pequeña contemplaba diversos horizontes profesionales para cuando fuera mayor, como misionera, aviadora, campesina, paracaidista, egiptóloga o espía. En una ocasión le pregunté a mi padre si podía tener todos esos oficios al mismo tiempo y me dijo que sí, siempre y cuando no me coincidieran los horarios”. S. F.

Reparé en él, de pie a la puerta de su negocio, cuando hace poco llegué a Pontevedra desde Bueu en autobús. Hasta pensé: si tengo que esperar en la estación de autocares y diligencias para ir a Caldas de Reis, entonces la siguiente estación de mi itinerario, iría a Barreiro a cortarme el pelo y quitarme de la cara la barba que he ido dejando a su merced desde que empecé este retorno. Pero dio la casualidad de que un microbús partía para Caldas cinco minutos después de mi llegada y no lo dudé.

“Me acuerdo de la sensación de vacío los domingos de invierno por la tarde con las retransmisiones deportivas sonando en el transistor y los deberes de Mates sin hacer”. S. F.

Las razones de la celulosa. A. A.

¿Pero cuál fue el motivo de pasar una de las últimas noches del viaje en Pontevedra? La confesable, acercarme a la factoría de Ence y tomar unas fotos delante y detrás de la celulosa. La confesable, hacer por primera vez en mi vida a pie el recorrido por la orilla del Lérez hasta Placeres (un lugar que no estaba ni en mi memoria ni –por lo tanto– en mis deseos), y como en la primera etapa en Pedrafita do Cebreiro, se celebraba un funeral. Una campana de la iglesia de Nuestra Señora de los Placeres tocaba a muerto a tu llegada, y la misa de cuerpo presente estaba a punto de comenzar, con la gente en el adro a la espera del cadáver antes de que lo abandonara el alma. La confesable volver a pie por el interior, y descubrir el pazo de Lourizán, y contemplar otro plantel de árboles dignos de ser admirados (como un cedro del Líbano, una metasequoya, o un reducto de helechos arborescentes), por no hablar de una selección de plantas y flores de Taiwán, en buena medida pasto del descuido o de los azares del clima. La confesable era Barreiro.

“Me acuerdo de las cajas de muñecas con una ventana ovalada de celofán transparente en la tapa”. Susana Fortes, Pontevedra. Tal como éramos.

Barreiro tuvo que volver al trabajo (en Galicia trabajo se dice choio) a pesar de que sigue dado de alta en autónomos, porque el jugador que tenía en plantilla quería volver a estudiar:

—Os novos non queren traballar. Faltan fontaneiros, albaneis, camioneiros… perruqueiros. Os mozos só queren vivir do conto. Vivi-la vida. Me caho na hostia…

Dos aves compañeras de viaje

Barreiro, que es pequeño, pero llega donde tiene que llegar con la tijera de podar y la hoz de abrir gaznates para que respire el ser de cada uno, suelta unas palabrotas que no se deberían reproducir aquí (desde el abracadabra de Me caho en Dios para arriba, con un uso desacomplejado de la gheada), mientas que confiesa que vuelve al campo de juego con el mismo espíritu que cuando tenía 30 años. Recuerda que a los 16 dejó la escuela, compró “a ferramenta” y se puso a “cortar cabezas”. Nació en 1941, y aunque pasó sus penurias dice que había trabajo y trabajó. Y no ha perdido ni la pasión por el pelo de los demás ni por decir lo que piensa, tanto si se lo piden como si no. Le pregunto por la polémica en torno a Ence, los que estiman que el cierre de la celulosa por razones ecológicas no compensa la pérdida de numerosos puestos de trabajo. Él es de los que piensan que va a ser una catástrofe para Pontevedra: “Es casi la única industria que nos queda. Va a ser una ruina para nosotros. Pontevedra se va quedar como una ciudad para pasear. Todo marcha para Vigo. Me caho na… Y justo ahora que la celulosa ya no contamina quieren cerrar. Me caho na…”.

Parecía un gigante cuando le vi a la puerta de su peluquería. Daba miedo. Pero es pequeño, llega a los lugares más recónditos de la cara de un hombre, y trabaja con pericia. Desde hace una buena cantidad de años, creo que desde una vez en Milán, no me hacía la barba un barbero como Dios manda. Y Barreiro estaba a la altura en cuanto cuidado y apurado. Le dije que cuando volviera a Pontevedra sabía bien adónde volvería.

“Me acuerdo de las dos torres de la Peregrina mojadas y envueltas en la niebla un día en el que pintaban bastos en España en general y en Pontevedra no digamos”. S. F.

Cogí cinco hojas del mismo camelio del Pazo de Lourizán. Una por cada cuaderno. Y una para Rosalía. Son como una suerte de colofón de este viaje en el que decidí hacer noche en Pontevedra para no llegar a Vigo tan pronto.

Ah, por cierto, arrastrando mi maleta por las aceras de Pontevedra, volví donde el barbero para hacerle la foto. Estaba más lejos de la estación de lo que imaginaba. Eran cerca de las once de la mañana y a esa hora no tenía clientes. Resultó lo que imaginaba. La chica que trabajaba con él era su hija. Se llama María. Él, Alfonso Barreiro. Los dos comenzaron el oficio a la misma edad, a los 14 años. Y se mostraron confiados y felices de que fuera a despedirme con una foto antes de marchar al Vigo que todo se lo lleva.

Alfonso Barreiro y su hija María / A. A.

“Me acuerdo de Bob Dylan y Suze Rotolo, caminando abrazados por una calle nevada del Green village neoyorquino en la portada de Blowin’ in the wind que había en el escaparate de la tienda de música de Vázquez Lascaille”.

En realidad, el título del disco era The Freewheelin’, pero yo no voy a corregirle a mi muy querida Susana Fortes sus recuerdos, que en tantos momentos coinciden con los míos, una compartida educación sentimental que nos llevó a coincidir brevemente en Compostela, donde echó raíces una amistad que el tiempo no ha secado. Al contrario. Hace años que somos gallegos desterrados, ella de Pontevedra (más bien de Lapamán, donde no quise parar no sé muy bien por qué), yo de Vigo, pero mantenemos un tren sentimental de hierro dulce que nada derretirá del todo mientras vivamos, o al menos mientras nuestra memoria siga siendo como un morse y una brújula que nos permita orientarnos en la ardiente oscuridad. 

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