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Una España asnal, digna de cólera jupiterina

Pena que Galdós no viva para retratar la España política de hoy. / FARO

Si Galdós hubiera vivido en la España presente seguro que su acerada pluma de periodista político hubiese hallado materia suficiente para añadir a sus Episodios Nacionales. La suya, antes de volcarse en la literatura, la dedicó desde Madrid a aquella España turbulenta anterior a la I República, esa fugaz de 1874 que no llegó a dos años rica en revoluciones violentas a la que mi amigo Fernando Bartolomé dedicó desde su plácida estancia cercana a Baiona su último libro, Galdós ¿quién mató a Prim?, que acabé ayer mismo. Dibuja Bartolomé con su opulento lenguaje aquella España como “una floresta de bélicos lauros para condimentar por siglos y siglos los guisotes nacionales... con sus curánganos pulpiterinos, sus edecanes apostólicos y sus generales catolicones”, en que se estaba madurando el mito republicano aún con Isabel II en el poder, que bastante tenía la pobre con entregar su monárquico cuerpo a los alrededores palaciegos sin que se lo agradecieran.

La España que dibujó Galdós era la de una política desangradora y fraticida, “un infierno en lo político y miseria, mucha miseria y más palabrería vacía en lo moral”. Galdós dedicó su pluma a ese tiempo de desprestigio de la monarquía, clubes progresistas y sociedades secretas, revolucionarios que pedían cabezas, toda una recua asnal de la España negra poblada de carlistas, federalistas, cantonalistas, repúblicos y la madre que los parió, de tertulias y conspiradores, de atomización partidista en que con la República se hizo verdad el dicho: fue peor el remedio que la enfermedad. Esa que Menéndez Pelayo describió en su Historia de los heterodoxos españoles así: “Imperaba aquí una especie de república... Eran tiempos de desolación apocalíptica; cada ciudad se constituía en cantón; la guerra civil crecía con intensidad enorme; [...] Andalucía y Cataluña estaban, de hecho en anárquica independencia; los federales de Málaga se destrozaban entre sí...; en Barcelona el ejército, indisciplinado y beodo, profanaba los templos con horribles orgías; los insurrectos de Cartagena enarbolaban bandera turca y comenzaban a ejercer la piratería por los puertos indefensos del Mediterráneo; dondequiera surgían reyezuelos de taifas...”.

En román paladino, una España de mierda que quitó y puso rey, a la que siguió la de los desastres del 98 con la pérdida de Cuba y que muchos años después, allá por los 30 del siglo XX, intentó enmendarse con una segunda República casi tan fugaz como la primera que acabó enmerdándola más en la orgía macabra de una guerra fraticida. ¿Y la España de hoy? Desde luego, si viviera Galdós no hallaría esa España tan de esperpentos patrios y culto a la muerte; sería una España a años luz mejorada pero con los mismos instintos básicos. En la política podrían ser válidas las palabras con que Fernando_Bartolomé describe en su libro la de Galdós del siglo XIX: la de un hastío por una política preñada de engaños y socaliñas en la que cada vez priman más los intereses personales que el bien de la patria. Aunque un vergel ante la paranoica  Rusia putinesca o la yanki trumpista.

El Partido Popular protagoniza ahora el último capítulo de este desaliño indumentario de la política, de esta España digna de cólera jupiterina con un presidente destronado, una conspiradora isabelina ansiosa de poder aplaudida en su territorio feudal madrileño y un gallego, Feijóo, proclamado como Mesías en una operación que semeja eso de desvestir a un santo para vestir a otro, hurtar a San Pedro para dar a San Pablo o hacer un hoyo para tapar otro, que nunca se sabe en qué acaba, aunque sí que deja un territorio seguro para meterse en una jaula de grillos de impredecible futuro. La oposición al PP gallego, sin cabecilla carismático ni mediático alguno, se frota las manos ante la marcha del líder canónico de las galaicas masas. Galdós también tendría hoy materia para su pluma.

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