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¡Cuán difícil es escribir, Sancho, y cuanto más que lean!

Un nuevo orden capitalista, no del trabajo sino especulativo, está en camino. EFE

Cada vez que me siento ante el ordenador para escribir una columna me pregunto cómo captar la atención del lector, esa figura tan acosada por una invasiva cultura de la imagen que nos hace pensar que el registro audiovisual está arrinconando progresivamente al texto escrito. Desde luego, es más cómodo encender el televisor que abrir las páginas de un periódico o un libro, que te obligan a utilizar energías superiores del pensamiento. Leer convierte en protagonista a tu imaginación porque eres tú quien recreas espacios o personajes, te obliga a reflexionar, ejercita tu cerebro, aumenta tu vocabulario.... y sin embargo los que nos dedicamos a eso, a escribir, sentimos que estamos trabajando para los últimos resistentes a ese apocalipsis de la imagen que genera masas cada vez más uniformadas. Por culpa de esa sensación los que estamos en esto del orden alfabético nos empeñamos en utilizar recursos que permitan, ya no captar nueva población lectora, vaya utopía, sino al menos mantener a los que están a punto de abandonar el barco del texto impreso por ese “dolce far niente” de la imagen, que nos da la comida masticada.

Recursos como por ejemplo eludir, huir de temas como el que yo estoy tratando, cuya seriedad o complejidad seguro que me habrá hecho perder no pocos lectores que, a partir de las primeras líneas, han desviado su mirada hacia otros artículos más llevaderos. Recursos también como utilizar un lenguaje más suelto, o personalizar los temas para evitar que parezcan abstractos utilizando ejemplos de la vida cotidiana como “mi mujer, mi hija, mis abuelos”.... No hay artículos de más elevada alcurnia intelectual o estilística entre nuestros columnistas españoles que los de Manuel Vicent pero su forma y fondo los destinan a la capa más elitista de los lectores porque la mayoría leen como en zig zag, a todo correr, y huyen despavoridos cuando el tema tiene más densidad de la que su capacidad digestiva le permite, tentada y seducida por la comodidad mayor que da procesar imágenes en vez de textos.

Mi generación creció abducida por el texto escrito, fuera en los libros, periódicos o revistas pero en mis años jóvenes no había más que una televisión y nuestra atención no estaba requerida por incontables canales de televisiones privadas, por no hablar de los reclamos que proceden de artefactos como los ordenadores entonces impensables. Había deseos de cambio y razones que lo justificaban pero hoy asistimos a una estabilización, a la muerte de esas aspiraciones y al advenimiento de la satisfacción del ser como se es, reconfortados por el consumismo mediático, por el fin de la utopía. En el mismo mundo televisivo ¿cuánta gente ve La 2 o cuánta ese inteligente pero miasmático programa de Tele 5 llamado Sálvame, un embutido de negocio necrófilo (¡niégalo Rociíto!), de humor, del chivateo, mentira, chismografía, vulgaridad... dirigido al cerebro reptiliano, el más básico, instintivo, animal?

Mi mujer (¿veis como recurro a la personalización para mantener vuestra atención?) está empeñada en hacer cada vez mejor su trabajo inmobiliario y recurre hasta a los santos como San Judas Tadeo para vender en su mundo. Mi hija está empeñada en recuperar al padre crítico y contracultural de antaño, invadiendo amorosamente mi correo con muy interesantes textos de teóricos que gritan en medio del desierto contra las grandes mentiras del sistema económico actual, la clamorosa ausencia de la izquierda ante el nuevo orden capitalista cuyo terreno abonaron las medidas contra el Covid, el control de los medios de comunicación, la vulneración de derechos fundamentales…. ¿Cómo hablar de todo esto, tan complejo, en un columna sin que huyan los lectores? ¿Cuántos he perdido hoy hace muchas líneas?

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