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¿Dormir bien o dormir juntos?

Siendo estudiantes, una amiga guardaba un jergón bajo la cama. Si la noche se daba bien y regresaba a casa con alguien, rematada la faena del amor, sacaba su ‘colchón de invitados’. No suena romántico, pero se despertaba fresca como un bebé. Entonces me parecía, no sé, una anfitriona un tanto ruda. Hoy la veo como una visionaria.

Me dejan perplejo las parejas que duermen a pierna suelta haciendo la cucharita, encajados como dos platos hondos en la alacena. Oyéndoles, me considero uno de esos egoístas que adoran no ya estirar el brazo, sino hacer la estrella de mar y encontrar el colchón libre y fresco como una playa por la mañana.

Una de las cosas más difíciles de hacer en pareja es dormir, construir ese espacio sin ruidos nasales, sin el síndrome de las piernas inquietas, sin respirar al oído del otro como la cafetera del bajar de abajo.

Pronto mi Lama y yo cumpliremos diez años y, aunque nos queda camino, hemos hecho ciertos progresos. Dejando a un lado los inicios, cuando todo se pasa por alto, las dificultades aparecieron. Para ser honesto, he de reconocer que estoy lejos de ser el compañero de cama perfecto. Tengo cualidades para molestar y, sin embargo, exijo un silencio cósmico. Soy tan quisquilloso que necesito dos habitaciones: la de siempre y una de repuesto; tengo que saber que está ahí, como un refugio al que huir si se presentan sonidos inesperados.

Inicialmente lo intentamos resolver comprando colchones inmensos, apostando por un territorio donde alejarnos con la seguridad de no encontrarnos hasta la mañana siguiente. No funcionó. Sus movimientos implicaban tirones de sábanas, vibraciones... Como todo en la vida, apostamos por aprender de los mayores. A mis padres les ha llevado cuarenta años encontrar la cama perfecta: dos colchones unidos, pero independientes. Cada uno se regula, pudiendo subir o bajar la inclinación sin que afecte al otro. Por si fuera poco, están equipados con mandos a distancia y todo se controla con un dedo. Inmediatamente copiamos la idea y voilà.

Con los años, la pareja se vuelva práctica y el amor confortable. Nos liberamos de tópicos, dejamos de ser rehenes de mitos románticos y aprendemos a estar juntos sin necesidad de estar pegados.

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