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Nuevas cumbres

En primer plano, la escritora Emily Brontë

No sé si habrán leído ustedes Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë. Es una novela llena de violencia, rabia y pasión. Pura amargura ante lo inevitable. Su autora, de apenas 30 años, la publicó en Londres en 1847 con el seudónimo de Ellis Bell; era tal la dureza del texto, que fue tachado de amoral y considerado una obra de mano masculina. Al final de la novela, una de sus extraordinarias protagonistas dice: “Yo no necesito la felicidad. Ya la he probado, y me aburre. Te necesito a ti; y, si eso supone dificultades y privaciones materiales, creo que ahora estaría dispuesta a afrontarlas”. 

"Soy escritora profesional. No se lo cuento por fardar, sino para que sean conscientes de que 
soy autónoma"

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Ay, las privaciones. No sé si ustedes lo saben, pero soy escritora profesional. Que no se lo cuento por fardar, sino para que sean conscientes de que soy autónoma. Sí, perteneciente al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos. Como escritora, en España no tengo siquiera epígrafe propio en el IAE y no devengo derecho a IVA. Mis posibilidades de desgravar gastos son muy limitadas, ya que es mía la carga de la prueba a la hora de demostrar si tal factura de gasolina o de hotel corresponde realmente a un viaje de trabajo o a puro ocio. Sin embargo, mis ingresos se imputan al IRPF y pagan religiosamente según la escala de la fortuna laboral que haya tenido de ese año, como ya imaginarán. Y no importa que un libro haya llevado años pensarlo y escribirlo: se imputa a un único ejercicio su potencial beneficio y, en consecuencia, se paga según ese grueso de ingresos, aunque lleve mucho tiempo poder volver a producir algo publicable. Quién sabe si con ese esperado Estatuto del Artista —previsto para finales de 2022— el mundo de la cultura recibe algo de calor.

A mayor abundamiento, ahora resulta que el Ministerio de Seguridad Social pretende reformar el RETA (ese régimen de autónomos del que hablábamos) de forma progresiva, de modo que en 2031 quien gane 600 euros netos pague 244 de cuota de Seguridad Social y que quien gane más de 4.050 euros netos pague 1.266. Cualquiera podría pensar que es una cuota algo exagerada, teniendo en cuenta las listas de espera para especialistas de la Seguridad Social y los latentes casos de corrupción, que nos vuelven suspicaces. Que a lo mejor ese mes que pagas tanto resulta que era el único que ibas a ingresar una cantidad decente (los escritores solemos tener uno o dos cobros fuertes al año, por ejemplo, y cero ingresos el resto del tiempo); o a lo peor resulta que el que había logrado un beneficio de 600 se ve algo escaso —tras pagar su cuota— con los 356 que le queden para vivir durante el resto del mes. Pero ya saben ustedes que la gente se pone a gastar y pierde el control. ¿Qué pensará ese pequeño autónomo? Tal vez lo mismo que el personaje de Catherine en Cumbres Borrascosas: “¿Qué me queda, entonces? Me queda este cuarto con su ventana que mira hacia los páramos y su chimenea apagada. Me queda la locura.”

A una le vienen ideas locas a la cabeza, como que el castigar así a los emprendedores no sea más que una estrategia social bien pensada, porque se domina mejor a la masa cuando es asalariada y dependiente. Claro que yo no entiendo gran cosa de política: solo sé escribir.

¿Saben qué? Se conserva una carta en que Emily Brontë le cuenta a su editor que había comenzado a escribir una segunda novela, aunque ese misterioso manuscrito no ha aparecido nunca. Ojalá a nosotros nos dejen escribir la segunda parte de esta historia. 

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