El encaje de Camariñas es una tradición artesana prácticamente inalterable a través de los tiempos. Dicen que puede provenir –entre otras teorías– de los intercambios comerciales con los puertos de Flandes en el siglo XVI y así, palillo a palillo, alfiler a alfiler, se ha mantenido viva esta técnica artística con renombre internacional.
Desde 1996 existe el Museo do Encaixe en el propio concello de Camariñas, que a su faceta de promoción y difusión de la técnica palillera une el propósito de recuperación de antiguas piezas y diseños. El centro presenta una variada muestra de elaboraciones antiguas y dibujos utilizados tradicionalmente no solo en la villa, sino también en toda la comarca.
Hilo a hilo, es todo un espectáculo ver a las palilleiras elaborar las piezas que dieron fama a Camariñas allende los mares. La tradición continuó muy viva en otras zonas próximas como Muxía, donde, al igual que en otras localidades, grupos de mujeres se reunían en una casa común a las órdenes de una maestra y bajo una luz de candil para aprender y completar el oficio. La enseñanza de este arte era impartida fundamentalmente por las abuelas y madres de la familia. Y así se perpetuaba el conocimiento de tal manualidad.
De eso sabe mucho Lucita Figueroa, de Ozón-Muxía, descendiente de una amplia y conocida estirpe de encajeras, con unos cuantos premios y distinciones en su haber. Palilleira desde los seis años, es heredera de una tradición que se ha transmitido durante varias generaciones entre las mujeres de su familia. Desde hace décadas el encaje es su forma de vida y ha participado en numerosas ferias, exposiciones y muestras dentro y fuera de Galicia. Fundadora de la Asociación de Palilleiras de Ozón, es imposible no detenerse a admirar la rapidez de sus manos cuando acude a algún evento. “Herencia de mi madre, de mis abuelas, y bisabuelas”, dice, que perpetúa a través de su hija, también Lucía.
La madre de Lucita, Mercedes, ganó el primer certamen Antonio Fraguas en el año 1998. Y ella misma quedó finalista con una colcha. Y así, generación tras generación. Lucita realiza todo tipo de productos y complementos decorados con encaje: abanicos, fulares, manteles e incluso las ya imprescindibles mascarillas. Con filtro, seguras y diferentes. “A la gente les gusta”, explica, “porque ven que están hechas a mano”. Incluso una parlamentaria gallega lució una máscara con puntillas en el Congreso de los Diputados. La pieza incorpora un diseño en forma de concha, símbolo identificativo del Camino a Compostela.
Además de trabajar en su taller y de acudir a ferias, esta palilleira tiene un puesto desde hace ocho años en O Ézaro, junto a la cascada. En lugar tan especial, impresiona con la rapidez y destreza de sus manos a quien visita su stand. Los turistas que acuden a ver sus trabajos dicen que hace “magia”.