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No te dejes arrastrar por el “póthos”, cariño

La jubilación es un estatus, a veces glorioso pero siempre con riesgos. / FARO

Todos los días salvo el domingo la mujer con la que vivo deja el lecho conyugal a las 7 de la mañana. Lo dejamos, porque mi sentido de la caballerosidad me empuja a hacerlo con ella a pesar de que nada me obliga. La veo marchar a su trabajo poco más allá de las nueve tras desayunar y acicalarse, palabra ésta que no debéis decir en la República Dominicana si no queréis que entiendan que estáis dispuesta a beber y rumbear. Tengo la sensación de que su última mirada antes de cerrar tras de sí la puerta y dejarme cómodamente embutido en ropa de casa es de una envidia inocente, que es la que sentimos cuando alguien que conocemos parece tener mejor suerte que nosotros y nos gustaría ser cómo él o ella. Esa mirada se repite cuando sale por la tarde porque su jornada es partida y me ve tan tranquilo, leyendo la prensa o escribiendo en mi mesa de trabajo.

Ya se habrán imaginado ustedes que o yo estoy en paro, o enfermo o teletrabajando o jubilado y esto último es lo que me atañe. Me casé esta última vez con una menor (que yo) y aún tiene por delante al menos 12 años para llegar a este estado paradisíaco, o sea que no podré aprovecharme con ella de los viajes del Imserso, aunque, la verdad, tampoco se me pasó nunca por la cabeza. Yo le digo: “Aparta de mí esa mirada, amor, que yo ya cumplí esos años que a ti te faltan para hacer lo que hago yo”. Claro. Llegué sin enterarme a la tierna edad de la jubilación, activa en mi caso porque cada día envío una columna al periódico y acabo de sacar un libro, pero mi vida ya no está lastrada por aquel estrés en que viví por mi profesión y mis asuntos la mayor parte de ella. El caso es que algún vez le tarareé a la mujer con la que vivo lo de Mecano: “No me mires, no me mires, déjalo ya, que hoy no me he puesto el maquillajeee”. Y redondeo.: “Qué pena me da, qué pena, cuando te veo marchar...”.

"Estoy mucho más cerca de que me dé un pasmo y dejarte viuda alegre que tú dejarme viudo desconsolado a mí. Y no te creas que eso es agradable”

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Nada. Ni utilizando el sentido del humor consigo aplacar esa mirada cotidiana de despedida. Ya sé que debe ser duro dejar a la persona que amas cómodamente instalada en casa, mientras tú tienes que hacer la calle. Le insisto de vez en cuando: “Mira que nada es gratis. Esta paz y libertad en la que vivo tiene sus costes, sus riesgos añadidos. Por ejemplo, haber aprendido que lo que parecía eterno resulta efímero. Por ejemplo, estoy mucho más cerca de que me dé un pasmo y dejarte viuda alegre que tú dejarme viudo desconsolado a mí. Y no te creas que eso es agradable”. Y le añado, para que no me entienda: “No te dejes arrastrar por el “póthos”, cariño”. Un día me respondió que me metiera ese “póthos” por donde quisiera, sin sospechar que la lengua griega tiene esa palabra para describir el deseo obsesivo de lo ausente o inalcanzable, que en el caso de ella sería estar como yo; pero para eso tiene que hacer más méritos, le queda un recorrido. Nació bastante más tarde, pobre, es más joven.

El estado de la jubilación es como beatífico, pero depende de varios azares. El primero, tu espíritu, positivo o negativo, proactivo o abandonado. Otros son si tienes o no una pensión digna o un fondo de armario que la sustituya; si estás solo o acompañado; si estás bien o mal acompañado; si tienes buena o mala salud y amigos; si sabes evitar que te retiren de la circulación y no te quedes pasmado, como un gilipollas muriéndose poco a poco (de esto preguntadle a Xaime Fandiño, volcado en el análisis del estatus jubilatorio)... Lo cierto, en mi caso, es que por vez primera desde que llegué a este estado me afeito con calma, no tiro a la papelera el dinero que acabo de sacar de la 4B y me vuelvo a casa con el ticket, camino a paso normal, soy mi propio jefe, amo mucho mejor... Pero vivo con una mujer aún en medio de la barbarie laboral, una menor, y yo, sin ser a Dios gracias amo de casa, me quedo en ella el tiempo que quiera. Por eso cada día le canto con Mecano: “No me mires, no me mires, déjalo ya”. 

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