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La variante ómicron: de como la avaricia rompe el saco

Una sudafricana muestra su cartilla de vacunación.

Después de las variantes Alfa, Beta, Gamma y Delta, llega la variante Ómicron. Pronto el alfabeto griego será insuficiente para denominar las sucesivas mutaciones del virus. Y lo que resulta más preocupante: su creciente peligrosidad.

Las autoridades sanitarias occidentales fían la lucha contra el virus a una tercera vacuna, como si la tercera vacuna nos protegiera en una jaula dorada en la que el virus no penetrase. Así, mientras nosotros vamos por la tercera dosis para los mayores de 60 años, solo el 7% de la población africana dispone de la pauta completa de 2 vacunas. En el Congo solo el 1% dispone de dos dosis. En la India el 28,8%. En Bolivia el 33,4%. En Haití el 0,5%. En Ucrania el 22,7%.

La Organización Mundial de la Salud apela a la solidaridad con el tercer mundo para procurar una distribución más equitativa de las vacunas. Pero el asunto no es ético -que también- es por el contrario ante todo una cuestión científica. Porque mientras en el mundo occidental nos vacunamos por tercera vez, permitimos que la parte pobre del planeta se convierta en un gigantesco laboratorio donde con miles de millones de cobayas humanos el virus ensaya su evolución: de los 7.900 millones de seres humanos, más del 70% vive en condiciones de pobreza severa. He ahí porque de la India y de Suráfrica vienen las variantes Delta y Gamma.

La OMS apela a la solidaridad con el tercer mundo...pero el asunto no es ético sino, por el contrario, una cuestión científica

Los biólogos discuten si los virus son seres vivos o no lo son. Quienes afirman que son seres vivos aducen no sin razón que la vida es un prerrequisito de la muerte: solo los entes vivos pueden morir. Quienes aducen que no son seres vivos, señalan también con razón que no absorben energía del medio ambiente. Es esa una de las tres características de la vida, la función metabólica, y los virus ni se nutren ni tienen metabolismo. 

Pero para Jaques Monod, premio Nobel de medicina en 1965, poco importa sin son seres vivos o no lo son. Podrán no reproducirse como lo hacen los seres vivos, pero indudablemente se replican. Y lo hacen tomando parte del ADN de las células del huésped: nosotros los humanos. Son robots químicos, auténticas máquinas biológicas. Son macromoléculas de ARN (ácido ribonucleico) o ADN (ácido desoxirribonucleico) que están envueltos en una capa de proteínas que protege el material genético, lo que significa que no se pueden replicar por cuenta propia y por tanto necesitan de una célula anfitriona para multiplicarse. Cuando el virus ya está adentro de la célula su ADN se dirige directamente al núcleo. Allí se apropian del material genético de la célula y la convierten en una fábrica que hará copias del virus. Los virus son máquinas que se replican con el material genético del huésped.

Jacques Monod, explica en el “Azar y la Necesidad” los mecanismos bioquímicos de la evolución de las especies, que él resume en el Azar y la Necesidad. Azar es casualidad, cosa fortuita. Necesidad es el impulso que hace que las causas obren fatalmente en cierto sentido. Y la evolución de las especies responde a estos dos principios.

El mecanismo de replicación del ADN es muy exacto. Pero eventualmente, una vez entre millones por azar, comete fallos en sus copias. Hicieron falta miles de millones de años para que en la Replicación de los animales superiores se produjera el error genético. Denominaremos Mutación a la tentativa azarosa de modificar la información genética del individuo. Y esa Mutación necesita, además, ser viable, adaptarse al medio. Denominaremos Selección, la mecánica por la que la evolución es solo resultado de mutaciones adaptativas.

Pero el virus se replica en el continente africano, como lo harían las jirafas a cámara rápida. Es como si miles de millones de años de evolución animal se comprimieran aceleradamente en pocos días. Lo que para los herbívoros costó millones de años, para que una mutación adaptada al medio, como desarrollar un cuello para alcanzar las hojas verdes de los árboles, en el reloj vital de los virus, solo tardan escasas semanas que se repliquen millones de veces por día en ese laboratorio experimental sin vacunas. Y en sus réplicas surge una variante mejor adaptada al medio, con una tasa diferencial de reproducción superior a la variante anterior.

De esos tres procesos que componen la evolución, la Replicación, la Mutación, y la Selección, créanme, solo podemos esperar la mayor fatalidad: ninguna variante más ineficaz que la Delta será su sustituta. Porque está en la lógica del proceso evolutivo que la Delta sea sustituida –lo está siendo- por una máquina más eficaz, con mejor tasa diferencial de reproducción, más selectiva y competitiva: más contagiosa. Triunfa el éxito genético, fracasa la mutación no adaptativa. Porque como dice Monod la evolución es resultado de múltiples tentativas nacidas del azar donde triunfa quien mejor compite y se adapta al medio. No reparamos en las tentativas ineficientes, que no prosperan: sencillamente fracasan evolutivamente.

Por el contrario, cuando por azar la replicación muta en una variante más eficiente, todo nuestro sistema de vacunas se tambalea. Es por consiguiente un imperativo categórico atacar la replicación indiscriminada del virus en el planeta pobre. El tercer mundo no puede seguir siendo el gigantesco laboratorio donde el virus optimiza su tasa diferencial de reproducción, porque la investigación en nuevas vacunas eficaces con esas nuevas variantes siempre irá a remolque de las tentativas evolutivas de la máquina bioquímica. Las tres dosis de vacuna en occidente no son una jaula de oro que proteja de nuevas variantes salidas del planeta pobre en un mundo interconectado y globalizado.

No verán en mi relato ni un ápice de compasión o misericordia con esos cobayas humanos, sino puro cálculo e interés. Créanme, también afirmo ese segundo relato, pero hoy no toca. Aunque estemos en navidades, hoy no toca porque quiero poner el foco en la ciencia y en la estrategia mundial de vacunación.

No les quepa ninguna duda; en África, en Latinoamérica, en Asia, es la vida la que se está abriendo camino; por primitiva y embrionaria que sea. Y en esa vida nos toca ser huéspedes del robot biológico que precisa nuestro material genético para replicarse. Esa vida que se abre camino es letal para la humanidad y allí hay que presentarle batalla.

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