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“Siéntese, hermana”

“Siéntese, hermana”

La historia humana, como las vidas que la componen, se escribe sin un plan premeditado. La trama solo cobra sentido en perspectiva, sobre los hechos consumados. Quizá todo pudo haber variado con el simple aleteo de una mariposa. Quizá ni la más grave de las erupciones podría haber modificado lo que pasó. Nos define esa tensión entre nuestra frágil voluntad individual y las poderosas corrientes que nos arrastran. Ni siquiera podemos anticipar qué consecuencias tendrán nuestros actos o cómo se interpretarán en el futuro. Abundan los errores fértiles y los aciertos estériles. Caminamos sobre barro y entre niebla.

Cristóbal Colón quiso llegar a las Islas de las Especias navegando hacia el oeste porque había realizado sus cálculos basándose en Ptolomeo y Toscanelli, que estimaban la circunferencia de la Tierra 10.000 kilómetros más corta de lo que es.

Cuando los geógrafos de las cortes portuguesa y castellana recomendaron rechazar su proyecto, no fue por desconocimiento, envidia o superchería. Amparándose en Eratóstenes, acertaban con las medidas y anticipaban que las tripulaciones morírian en medio de la travesía. Tanto ellos como Colón ignoraban que entre la península ibérica y Japón se encontraba América.

  • “La de Colón es un de las más importantes investigaciones de ADN histórico”

A la mañana siguiente del ataque a Pearl Harbor, el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, que lo había proclamado como “el día que permanecerá en la infamia”, solicitó al Congreso que reconociese la existencia de un estado de guerra con el imperio japonés. El Senado aprobó la declaración por 88 votos a 0. La Cámara de Representantes, por 388 a 1. Solo una mujer, la senadora republicana por Montana Jeanette Rankin, se opuso, igual que se había opuesto a la participación en la Primera Guerra Mundial. Como pacifista convencida, creía que se podía negociar un acuerdo que evitase más derramamiento de sangre. Ni siquiera le dejaron hablar desde la tribuna. “Siéntese, hermana”, le gritaban los congresistas.

Montana Jeanette Rankin

Montana Jeanette Rankin

Colón acertó equivocándose. Descubrió América, si es que se puede descubrir una tierra ya habitada, vikingos y protonautas aparte. Colón, el héroe indómito y el pionero genocida, según la perspectiva o la vez. Jeanette Rankin, la ingenua y la rebelde, se equivocaba acertando. Por impedir el sacrificio de jóvenes americanos hubiera consentido masacres como la que ya se había perpetrado en 1937 en Nankin y el regimen nazi se habría impuesto en Europa.

Podemos fantasear. Si Colón hubiese sido rechazado y un inglés se hubiese adelantado, tal vez las poblaciones indígenas habrían sufrido incluso más su exterminio, como sucedió en el norte. Hoy sabemos que las autoridades estadounidenses manejaban suficientes datos para haber prevenido el ataque a Pearl Harbor. Lo consintieron por negligencia o para disponer de un casus belli que eliminase las reticencias de una opinión pública mayoritariamente aislacionista. Todo resulta laberíntico en su urdimbre umbría. Imaginemos incluso que ningún europeo se hubiese atrevido a navegar contra los números de Eratóstenes y que los japoneses hubieran colonizado América. Un hilo invisible nos cose a todos.

Sucedió lo que debía suceder o solo lo que las decisiones humanas escogieron en cada encrucijada. No lo sabemos. Cada individuo en cada generación se enfrenta a dilemas parecidos, intentando distinguir una dirección o un propósito en los retos a los que se enfrenta. No podemos prever cómo nos juzgará la historia, que a la mayoría ni nos mencionará, pero sí el espejo. Seguir el dictado de nuestra conciencia posiblemente sea nuestra mejor opción aunque alrededor nos griten: “Siéntate, hermano”.

 

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