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La alternativa cruel al amigo invisible

Si odias el amigo invisible, esta Nochebuena te propongo acabar con la tradición más sosa de estas fechas y pasarte al Pongo, el cruel intercambio de regalos que gracias a una mezcla de competición y mala baba pondrá a prueba el espíritu navideño de tu familia.

El juego empieza fijando un límite de gasto. Después, debemos comprar algo que, a diferencia del amigo invisible, no sabremos para quién será. Si alguien cree que unos calcetines son buena idea, que sean de talla única ya que deberán entrar en el pie del nieto y del abuelo. Esto nos obliga a estrujarnos las meninges y olvidarnos de agarrar la primera cosa cuqui del Tiger. La esencia del Pongo es el engaño. Seamos, por tanto, astutos, camuflemos nuestro regalo: sólo un aficionado al amigo invisible envuelve una raqueta como una raqueta. En la papiroflexia está la victoria.

Llega la Nochebuena, empieza la partida. Primero se apilan todos los regalos, después se desmiga una servilleta de papel y se escribe en cada una de las bolitas tantos números como personas participan, se mezclan y reparten. El número que nos toque indicará el turno en el que cogeremos el regalo. A simple vista, el primero parecería el más afortunado ya que tiene todo el montón a su alcance y puede hacerse con el paquete más apetecible. Sin embargo, este juego busca la zancadilla.

Quien haya sacado el número dos elegirá otro de los que quedan en el montón y podrá decidir entre quedarse con él o darse el placer de cambiárselo al primero. El tres podrá hacer otro tanto con el segundo y así sucesivamente. El último en participar, al que sólo le queda un regalo, se convierte en el Rey del Pongo ya que se le concede el derecho a intercambiarlo por cualquiera de los que han elegido antes sus rivales.

Este año celebraremos la quinta edición del Pongo. Por ahora, me he llevado un juego de ping-pong, un libro de recetas de Master Chef, un altavoz por Bluetooth y una máquina para hervir huevos. Como ven, no les engaño. Los regalos siguen siendo igual de tristes. Sin embargo, adiós a las sonrisas de palo y a las frases cínicas para alabar a nuestro amigo invisible. Con el Pongo, los regalos son la guerra.

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