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Cachito, cachito, cachito mío

A veces, la felicidad es un trayecto en coche.

Eres feliz en tu matrimonio? Se lo pregunté así, a bocajarro, mientras ella conducía en medio de una atardecida navideña y lluviosa. Mi mujer me miró aprovechando la parada de un semáforo. Era la suya una mirada a la castellana, tutti avanti, no a sotavento o barlovento como la de una gallega. “En este trayecto, sí”, me respondió. No voy a negar que me sorprendió; y es que su mirada me pareció castellana pero la respuesta me pareció de aquí, nuestra, del Padornelo para adentro. ¿En qué trayecto?, inquirí alarmado. “En este, de casa de mi hermano a la nuestra”, le oí decir. La verdad es que me resultó muy acomodaticio eso de fiar la felicidad a un trayecto de coche, poco consistente llevando tan poco tiempo casados. Me quedó la duda; si respondió a la gallega puede significar cualquier cosa pero si lo hizo a la castellana, significa lo que significa, lo que oyes, no le des más vueltas.

Se encendió el verde del semáforo y arrancó sin decir una palabra más. Y yo sin saber si había sido lo uno o lo otro. Los gallegos para expresar el amor somos más sinuosos, hacemos diabluras con la lengua; lo que tiene una expresión o lectura recta lo decimos o leemos en sentido figurado. Pero ella no es de nuestra etnia tras os montes sino de esa tierra de Castilla y León acostumbrada a las planicies. Un nacionalista de esos rancios me diría que la culpa de tal duda es mía porque los matrimonios entre naciones diferentes conllevan sus hechos diferenciales, sus psicologías étnicas en contraste y, aunque yo de nacionalista no tengo ni un pelo de la sotabarba, a lo mejor resulta que por vez primera esta gente dice algo que no es un disparate.

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Bueno es avisar que eso de preguntarte si eres feliz es un lujo propio de burgueses bien alimentados y abrigados. Resuelto lo básico, que suele ser material, uno empieza a darle vueltas a cosas más gaseosas. Ya puesto en ello, digo que la felicidad es cosa de complicado alcance para uno solo y aún más en la pareja. Tanto en mis diversas relaciones matrimoniales como en las extraconyugales, o sea en los recreos entre pareja y pareja estable, he ido acumulando datos para poder acercarme a ella pero sigo teniendo muchas dudas. No sé si me he convertido en un hábil auriga en la carrera conyugal o sigo siendo un palafrenero, un mozo de caballos, pero me consuelo pensando que no tenía menos sabiduría Sancho, por montar en burro, que Don Quijote aunque fuera caballero de lanza en astillero. ¿Soy un osado si pienso que se puede alcanzar la felicidad en el matrimonio aunque digan las estadísticas que su supervivencia hoy es cosa de milagro? Aprendes haciendo prácticas, surfeando entre equivocaciones previas, envejeciendo, pero, en cualquier caso, yo cada vez soy más partidario de creer en los milagros. ¡Oh, Dios, apártame de esos ateos tan pobres de espíritu que solo creen en la razón! El matrimonio feliz también es cosa de fe.

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No sé qué me quiso decir la conductora que me llevaba en el coche pero a lo mejor fue que la felicidad se hace a cachitos. Que es una apuesta que nunca se obtiene en su totalidad porque si así ocurriera nos volveríamos imbéciles. No voy a decir que podemos ser tan felices como los tontos pero sí acercarnos si no embrollamos las cosas simples, si no les damos más importancia de la que merecen. Al llegar a casa tras recorrer el trayecto desde la de su hermano, puse sobre la mesa un vermú artesanal traído de Sevilla y unas aceitunas picantonas y, en ese otro trayecto entre la apertura de la botella y la llegada del líquido a la boca, ella y yo solos en buena armonía, le pregunté otra vez: ¿Eres feliz en tu matrimonio? “Sí en este trayecto”, me respondió mientras aromatizaba al vermú mis labios con los suyos. 

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