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La soledad de diciembre

Andando la soledad xoán álvarez

No llevo bien la soledad de diciembre. Hace frío, y me gustaría que alguien viniera a darme un abrazo. Echo de menos el calor. Recuerdo la imagen, el reflejo del fuego en tus ojos, el brillo en la mirada. Todas aquellas conversaciones que, de un extremo a otro, atravesaban la noche disimulada. Como si no tuvieran mayor importancia… Los ademanes cómplices y los dedos entrelazados, casi como de casualidad. Como sin querer, fingiendo que ni siquiera nos habíamos dado cuenta de que éramos nosotros los que estábamos ahí. Todo eso lo perdimos en casa. En alguna casa. Y ahora aquí, fuera, hace frío, y la lluvia no ayuda a mejorar la situación. El escalofrío que sacude mi cuerpo me recuerda que ahora las cosas son así, y pienso que, inmóvil en medio de la calle, tal vez necesite ayuda. Siento este dolor, tan húmedo y frío, como un peso incómodo colgado a mis espaldas, y por un segundo me pregunto si todo esto no será un mal sueño...

Pero no.

Me viene a la cabeza aquella novela en la que yo mismo describía la belleza del movimiento que realizaba un recuerdo hermoso al deslizarse sobre una pesadilla. Al fin y al cabo, la tristeza también tiene su encanto... Observo el espacio que me rodea, y vuelvo a tener esa misma sensación. La rima extraña a mi alrededor. Lo único bueno de estar solo en diciembre es que nadie se fija en ti. Todo el mundo está muy ocupado, yendo de su cabeza a sus asuntos. Y, a cambio, a uno le sobra tiempo para ver que, en efecto, el mundo ha vuelto a cambiar ante nuestras narices. A mí también me gustaría comportarme como si no hubiera pasado nada. Pero no... No, no es la espalda. Es todo el cuerpo lo que duele. Me duelen los brazos, el aliento. Creo que me duele hasta el pensamiento. Pero nadie más lo ve.

Es por la luz...

Hay tanta luz en la calle que nadie ve nada. Todo este fulgor... Como Carol Anne en aquella película, nos dejamos guiar por los malos consejos, y corremos hacia la luz. El fin de semana pasado hubo mucha gente aquí, y más que habrá en los días que están por llegar. Nos han repetido tantas veces que no hay luz como esta luz, que nos lo hemos acabado creyendo... En la Alameda hay una noria que atraviesa el cielo, y en la Puerta del Sol un poblado navideño para que los niños tengan claro dónde vive la Navidad. En realidad, vive junto a unas marcas en la pared, las heridas abiertas en la piedra por los impactos de unas balas que ya nadie recuerda. Pero las marcas están ahí, aunque nadie quiera hacer memoria. ¿Para qué estropearlo?

"A solas, camino envuelto en un abrigo viejo y lleno de agujeros. como las paredes. como yo (...) avanzo despacio, no tengo prisa por llegar a ninguna parte..."

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A solas, camino envuelto en un abrigo viejo y lleno de agujeros. Como las paredes. Como yo. Hundo las manos en los bolsillos y recorro las calles asegurándome de que nadie repare en mis agujeros. Avanzo despacio, no tengo prisa por llegar a ninguna parte, y atravieso la ciudad. Dejo atrás los atascos de la Gran Vía, los invernaderos de colores y el colapso de los centros comerciales. Si pudiera, también dejaría atrás este cielo al que parece haberse encaramado la ría, todo ese mar que ahora se desploma sobre nosotros. Y observo el caudal de gente a mi alrededor. Ayer volvieron a llenarse las calles, y más que se llenarán en los días que están por llegar... Tú pensabas que no me gustaba la gente. Pero no es verdad. A mí me encanta la gente, me gustan las personas, y me encanta ver la ciudad en la calle. He atravesado sus jardines de punta a punta, de espina en espina. Y me ha gustado verlos así, llenos de hombres y mujeres festejando, comiendo, bailando e incluso brindando con vasos de plástico bajo la luz anaranjada de las bombillas. Como si ni hubiera pasado nada. Así que no, no era eso lo que me ocurría. Tan solo es que tenía miedo. Entiéndeme, tanta gente... Y sí, yo también los comprendo a ellos: sé perfectamente que nadie quiere sentir este frío, de manera que todos hacen como que ya ha pasado, y la Navidad, tan inminente como inevitablemente presente en esta ciudad, no es más que otra de esas puestas de sol que tanto nos gustaba fotografiar desde la terraza del auditorio. Al fin y al cabo, siempre es fiesta en esta ciudad hermosa, como siempre es Navidad en el cielo.

(Pero yo sigo sin poder evitar el temblor. Ese murmullo incómodo. ¿Y si todo volviera a comenzar?).

Siento el vacío que deja tu cuerpo, extraño su calor. Un mar en el que dejarme ir. Tal vez así, a la deriva de un amor, yo también sería capaz de sonreír. Pero no lo consigo. La luz solo me permite contemplar el paso acompasado de los que caminan juntos, al calor de un abrazo enamorado. Bueno, para algo tenían que servir todas estas bombillas...

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