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Noche de brujas

Tumba en el cementerio vigués de Pereiró FDV

El otro día leí no sé dónde que la gente lee poco no porque los libros sean caros, sino porque carece de tiempo para dedicárselo a la lectura. Ah, ¡la lectura! Ese pasatiempo vetusto al que solo los nostálgicos y bichos raros de biblioteca se empeñan en recurrir. ¿Acaso no es un deleite ir al cine, dejar que los sentidos visuales y sensoriales, la maestría de los actores y actrices se nos cuele hasta el corazón? ¿Acaso no tenemos en nuestros diminutos teléfonos móviles entretenimiento infinito? La cultura, ese conjunto abstracto de conocimientos e ideas, de idiosincrasia, puede perfectamente adquirirse por medio de fuentes audiovisuales, que ni que viviésemos en medievo. Aunque cualquiera podría decir, en pleno siglo XXI, que nunca hemos tenido tanta información como en estos tiempos, en que tantos ignorantes hacen constantemente acto de presencia. ¿Qué nos hace cultos, entonces? ¿Solo el conocimiento puro o también el modo y formato en el que lo adquirimos?

Divaguemos. Porque hoy es Halloween, amigos. Noche de brujas que aquí llamamos Samaín y que muchos creen proveniente de Norteamérica, porque ya se sabe que los norteamericanos son lo más moderno del planeta. Otros piensan que no, que se trata de una tradición genuinamente gallega, porque lo que sucede es que los yankis siempre terminan por dar contenido a aquello de la apropiación cultural. Y, sin embargo, resulta que todo fue siempre culpa de los celtas, que con su Samhain en gaélico hacían referencia al fin del verano: ¿para qué iban ellos a dividir el año en cuatro estaciones si en la práctica solo había dos? Luz y oscuridad. Con la noche del 31 de octubre llegaba la noche, que solo daría paso a la verdadera claridad el primero de mayo. Hogueras para ahuyentar a los malos espíritus, esos de los que hoy nos disfrazamos jugando al “truco o trato”. Que no crean que esto lo sé porque sí, sino porque me he leído algunos libros sobre el asunto. También podía haberlo visto en un documental, cierto. Pero no lo habría imaginado, ni construido en mi cabeza, ni dibujado con mis sentidos. Podría —para seguir la tradición en una jornada como la de hoy— ver muchas películas de terror esta noche, pero solo estaría ante la visión de una persona que imaginó a su modo algo que había leído en un guion o en un libro. Podría, por ejemplo, ver la película de “El juego de Gerald” de Stephen King: ¿me parecería ridícula? Posiblemente. Pero les aseguro que el libro da un miedo atroz. He ahí la magia de las historias, de los libros, y de la importancia de leer: no se trata de adquirir conocimiento, sino de hacer ejercicio. ¿O acaso me están diciendo que se van al gimnasio para tonificar sus músculos pero que les parece natural negarle a su cerebro la más mínima actividad? Si le dan a su sesera toda la información masticada, jamás desarrollará el pensamiento crítico; no se acostumbrará a construir razonamientos concatenados, axioma tras axioma. Hoy, que dicen que es la noche de los muertos, háganme un favor y no me digan que no tienen tiempo para leer. ¿Han probado a apagar la televisión?   

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