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Ancestros gallegos del Samaín

Ahijados de la muerte

Recuperada recientemente debido a la repecusión mediática del Halloween procedente de Estados Unidos, la celebración gallega del Samaín contiene, no obstante, una tradición propia plagada de seres que viven entre este mundo y el otro. Algunos hunden sus raíces en la cultura celta, pero otros se popularizaron durante la Edad Media como una manera de adaptar la cristianización y, a la par, de manifestar una relación sui géneris entre los vivos y los muertos, entre esta vida y la otra, entre la tierra y su Mas Allá

Recreación de la Compaña en un Samaín celebrado en Vigo FdV

La tradición oral gallega es diáfana: hay que ser ciego para no ver que, en Galicia, la Muerte (así, con mayúsculas) tiene características de auténtico dios. Como relatan Xoan R. Cuba, Antonio Reigosa y Xosé Miranda en Diccionario dos seres míticos galegos (Xerais), la Muerte es el tercero de los dioses de nuestra mitología popular, y es más poderoso que los otros dos (que son el Dios propiamente dicho, y su enemigo, el Demonio). 

Diccionario dos seres míticos galegos

Diccionario dos seres míticos galegos (Xerais)

Para los gallegos, la Muerte es así pues una divinidad, temida pero justa, que hace a todos iguales: “En los cuentos populares la Muerte es el padrino (y habría que añadir, la madrina)_perfecto. (….) La gente no quiere como padrinos ni a Dios ni al Demonio, pues admiten recomendación y tienen dos varas de medir”, suscriben los autores del Diccionario.

Y, por si fuera poco, en esta tradición mitológica de nuestra tierra habitan la Muerte Blanca y la Muerte Negra. La primera avisa siempre para dar el tiempo que los humanos precisan para ajustar cuentas y despedirse, algo muy importante que todavía se conserva en la Galicia rural mediante la expresión “respeto al buen morir”. Por el contrario, la otra, la que viste luto, cuando llega es para ejecutar “su verdadero trabajo”. Dicho esto ¿a quién le extraña que, a caballo entre éste y el otro mundo, pululen por estos lares seres como los siguientes:

SOCIEDAD DEL HUESO (SOCIEDADE DO ÓSO): Se trata de una sociedad secreta, compuesta por personas comunes, que acostumbran a recorrer los caminos de noche. En estos recorridos, los “socios”, para alumbrarse, portan en sus manos huesos de difunto encendidos. Los miembros de la Sociedade do Óso, cuando saben que uno de los suyos va a morir, visitan su casa y, acto seguido, le hacen un funeral nocturno en la iglesia más próxima.

El cuerpo real del difunto queda en casa y el que se introduce en el ataúd es, en realidad, la sombra del muerto. Hay que tener cuidado si, aunque fuere por azar, se presencia un funeral de esta Sociedad, porque en el transcurso de la ceremonia, se corre el peligro de que uno de los socios se acerque y ponga en la mano del testigo una (aparente) antorcha que, sin embargo, cuando todo se acabe y amanece, comprobará que no hay tal, sino que lo que tiene en la mano es una tibia humana helada y fría como la misma muerte.

Gaiteiros maquillados encabezan un desfile de “mortos vivos” en Ourense.

RUÍN. Es el ánima de un muerto condenado al Infierno. Si se amortaja con un hábito bendito, no puede entrar allí y anda penando por el mundo, situación que le vuelve insoportable. Tiene pues que RACHAR O HÁBITO y, para ello, le resulta obligado encontrar un vivo al que robarle el alma. En la versión cinematográfica de “El bosque animado” dirigida por José Luis Cuerda, basada en la novela de Wenceslao Fernández Florez, el “alma en pena” con el que se cruza el personaje de Alfredo Landa tiene toda la pinta de ser un ruín. Por eso Landa huye despavorido. Y hace bien.

GUAPO DE LAS MEDIAS BLANCAS. Hombre que, mientras estuvo vivo, cubría las piernas con unas medias blancas, un color del que la mitología gallega sostiene que es anunciador de que la muerte está próxima. Acontece en ocasiones que, después de muerto y enterrado, no falta quienes quieran vengarse burlándose en su tumba. Esto es peligroso, pues el Guapo podría tratarse de un muerto que llama por los vivos.

MUERTOS VIVOS. Están vivos, no obstante forman parte de la comitiva de la Compaña. Se cuentan decenas de casos, pero las leyendas recogen, especialmente, los de los nobles Roi Díaz de Andrade y Lourenzo Martelo: ambos carecían de conciencia. Roiz Díaz de Andrade, noble de Bibres (Cambre/A Coruña) cometió toda clase de injusticias con sus súbditos; cuando lo sacan en la Compaña, va vivo pero sobre un ataúd.

Lourenzo Martelo, por su parte, además de carecer de conciencia, no tiene corazón, de manera que hasta que le nazca uno, la Compaña lo saca de paseo. En la Xeración Nós, abundaban los que pensaban que, entre los caciques, la mayoría de ellos eran candidatos a ser muertos vivos.

EL ESCRIBANO ERRANTE. En vida fue un escribano muy tramposo. Por eso, al fallecer, San Pedro no lo dejó entrar en el Cielo, pero es que, encima, el demonio tampoco quiso abrirle las puertas del Infierno. Ante esta situación, un día recordó que, en vida, le había tenido cierta devoción a Santo Antón, al que nunca le había pedido nada, por eso creyó llegado el momento de solicitarle una recomendación. Resolvió pues volver al Cielo y, al llamar a la Puerta, le habló a Santo Antón de su caso. Como no sabía muy bien qué hacer, el santo fue a ver a Dios que, reunido con San Pedro, resolvió darle una nueva oportunidad al escribano. Eso sí, mediante una prueba que consistía en que su alma volviese a la tierra en el cuerpo de un viejo mendigo que, si encontraba a alguien que tuviese memoria de una cosa buena del escribano, se le permitiría la entrada en el Cielo. Pasaron muchos años y, por fin, el escribano encarnado en mendigo se tropezó con una anciana que lo recordaba porque una vez le había regalado una moneda muy valiosa. Regresó el escriba al Cielo, pero San Pedro, que no se fiaba de su palabra, solo le permitió asomar la cabeza con la puerta entreabierta. En esta tesitura, el individuo requirió de nuevo la presencia de Santo Antón, al que se ofreció como “escribano del Cielo”:

-Mira -le dijo- Como aquí no hay escribano alguno, yo puedo hacer esa función y vamos al 50 por ciento. Y después, si te interesa, nos deshacemos del Patrón y le robamos el puesto.

Santo Antón no reaccionó, pero San Pedro, enterado de la “maniobra” del escribano, le asestó un golpe con las llaves en la cabeza y lo arrastró hasta las puertas del Infierno. Pero allí, el Demonio Portero tampoco le abrió. Desde entonces su alma vaga por el mundo buscando un refugio llamando a casas, y extrañamente ocurre que, sin por un casual, la casa está habitada por brujas, éstas huyen de él como si fuese el mismísimo Dios.

Podría ser un alma en pena disfrazada de trasno

LUCIÑAS. Son almas de personas que fallecieron en desgracia o violentamente. Solo las pueden ver los que no tienen miedo. Acostumbran a aparecer de una en una en el lugar donde murió alguien, pero se mueven de aquí para allá. Se apagan y se encienden reclamando que las requieran, que las saquen de penar. En ocasiones intiman con la gente, pero no les gusta que las “exconjuren”. Cuentan que a un cura que lo intentó se le apareció el muerto de cuerpo presente.

Gaiteiros maquillados encabezan un desfile de “mortos vivos” en Ourense.

XAS. Fantasmas nocturnos o ánimas en pena que recorren los caminos y los lugares donde haya gente, para hacerles daño. A veces actúan como trasnos (diablillos burlones) pero no se debe olvidar que en realidad son ánimas.

XANS. Fantasmas de vivos, o sea, sombras o dobles que deambulan en procesiones nocturnas formando dos filas con un ataúd en el medio. El (o lo) que va en el ataúd es una persona que ya tiene un pie en el otro barrio; los demás, según vayan menos o más cerca de la caja, tardarán más o menos tiempo en morir, incluso los que van más lejos no pasarán de los dos o tres años de vida. Solo los pueden apreciar aquellos que tienen el don adivinar el futuro, y siempre en las encrucijadas, pero por lo demás ni siquiera se sienten pasar. Si algún vivo se encuentra con una Xan y es amigo de los de la comitiva, se lo llevan por el aire a otro lugar sin hacerle daño; si, por desgracia, se lleva mal con alguno de ellos, le dan una paliza. Se trata de una variación de nuestro mito más famoso, la COMPAÑA (o SANTA COMPAÑA), también llamada HOSTE y ESTADEA, es decir, la aparición de una fila de encapuchados fantasmales cuya función no es otra que la de visitar o poner en aviso de una cercana defunción.

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