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Maldita sea ¿los tenderos en retirada?

Entre Amazon, Wallapos y grandes superficies ¿acabará así el pequeño comercio?

La primera vez que fui a Estados Unidos, allá por 1972, pasé allí todo un verano con base en Nueva York, y me sorprendió que en el distrito de Brooklyn en el que vivía apenas hubiera pequeño comercio. La gente cogía su coche e iba a comprar a grandes superficies cuando en España andábamos aún en la etapa de los supermercados, y a mí me deslumbraron aquellos espacios de poder en que había de todo y la vista parecía no cansarse nunca. Ha pasado casi medio siglo y la España de hoy sigue fielmente aquellos dictados del consumismo americano y europeo de concentración de la oferta. Nuestra geografía está ocupada por esos espacios elefantiásicos en que se congregan multitud de firmas o una sola que lo puede todo y cada llegada de una nueva se celebra al son de clarines y timbales.

No voy a ocultar que Brooklyn o Queens eran lugares residenciales, barrios dormitorio huérfanos de bajos comerciales y en los que no había mas vida que la interior de las viviendas unifamiliares, salvo cuando sus moradores salían a la puerta para sentarse en sus escaleras a tomar una birra. Imposible este monocromo paisaje urbano para aquellos poéticos flaneur franceses cuya actividad era vagar por las calles, callejear sin rumbo, sin objetivo, abiertos a todas las vicisitudes y las impresiones que le salían al paso: no se iban a encontrar más que con números sucesivos de viviendas, todas iguales, y de vez en cuando agujeros en el suelo, bocas de metro en que la gente se sumergía para ir a sus trabajos.

En Galicia podríamos hablar ya de barrios dormitorios de esas características y ciudadanos que se concentran a la hora de la compra en grandes superficies, sea en los suyos o en enclaves exteriores de la ciudad, donde se puede disponer de grandes aparcamientos. En Vigo se acaba de dar la bienvenida entre aleluyas a una de ellas, 43.000 metros cuadrados dentro de un mastodonte de 125.000 contando con las estaciones de tren y autobús, en que la mirada no hace huelga nunca, atrapada por miles de incitaciones de compra salpicadas de propuestas culturales para barnizar la razón de que la gente vaya allí: el consumo.

Se ha recibido a esta inmensa superficie entre cánticos de alegría como antes la imagen de un ídolo cualquiera. Sea bienvenida porque es un signo de los tiempos y, sobre todo, si es cierto que no va a afectar al pequeño comercio sino que será una prolongación del mismo. ¿Os imagináis sino la ciudad sin bajos comerciales y sin ese trato de tú a tú del pequeño comerciante, asaetado por Amazon, grandes superficies, wallapos de segunda mano e impuestos indigestibles? Yo vivo entre Vigo y Salamanca y en esta última ciudad en una hermosa urbanización de reciente factura en la que hay miles de viviendas pero solo una minúscula tienda y ni siquiera un mal bar que llevarse a la boca. Todos los bajos son la parte inferior de los dúplex.

El shopping, ir de tiendas, se ha convertido en actividad de ocio y estos centros son lugares privilegiados para practicar la full inmersión y pasar todo el día deambulando y viendo kilómetros de escaparates. Los saben bien los árabes petroleros y Dubai se ha convertido en una verdadera meca mundial de las compras para la que centros como el de Vigo son enanos. Pero olvidaros del tendero amable que te mira a los ojos mientras compras un kilo de manzanas y te pregunta por tu madre. Rezad para que no paseéis por una ciudad con bajos comerciales cerrados por liquidación. En un país tan tradicionalmente de tenderos, parece que estos hayan tocado a retirada. Antaño tan codiciados, ahora se instalan en ellos precarios negocios que operan en el mundo de lo barato, el low cost. Yo les seré fiel. Maldita sea.

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