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Los médicos de las obras de arte

Restauradores gallegos de bienes culturales comentan detalles de su trabajo interviniendo sobre pinturas, esculturas y otras piezas deterioradas por el paso del tiempo, tanto en sus talleres como a la intemperie, en fachadas, sobre andamios o en el interior de museos, catedrales o iglesias

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Los restauradores se reivindican: "No somos artistas frustrados" G. Santos | P. Hernández

Son como los médicos de las obras de arte. Diagnostican el estado de cada pieza “enferma”, le aplican el tratamiento adecuado para sanearla y prescriben las medidas más adecuadas para preservar su salud y prevenir futuras patologías. Los restauradores y conservadores de bienes culturales son unos profesionales que se mueven entre el arte y la alquimia para preservar el patrimonio creado por autores pretéritos y evitar que se siga deteriorando el legado que han dejado a generaciones posteriores.

Galicia puede presumir de exportar técnicos gracias a la Escola Superior de Conservación e Restauración de Bens Culturais, un centro ubicado en Pontevedra - el segundo creado en España tras la escuela de Madrid- , que lleva treinta años formando profesionales de los que se nutren museos, fundaciones, administraciones y particulares de diferentes partes de España y el resto del mundo. En sus aulas se han formado técnicos como Alfredo Prada, el restaurador de las pinturas de las cuevas rupestres de Altamira, gran parte del equipo encargado de restaurar el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago y profesionales que trabajan en museos e instituciones como el Victoria and Albert Museum de Londres o la Hispanic Society de Nueva York, por ejemplo, así como en las instituciones más destacadas en España.

Existe una imagen bucólica de la profesión que se asocia a artistas que trabajan en talleres de museos rodeados de admirables obras de arte sobre las que intervienen.

“Esos también los hay, pero muchos trabajamos en gran parte de ocasiones fuera, a la intemperie en una fachada, desplazándonos a donde esté la pieza a restaurar, y para eso hace falta vocación”, comenta Yolanda Gómez, restauradora en activo desde 2002 y socia de la empresa Crea en Pontevedra junto a Mar Medina.

"No somos ni artistas frustrados ni historiadores; nuestra formación tiene mucho que ver con el conocimiento de los materiales"

Yolanda Gómez

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Trabajos de restauración en el convento de Vista Alegre Iñaki Abella

“No somos ni artistas frustrados ni historiadores; nuestra formación tiene mucho que ver con el conocimiento de los materiales sobre los que vamos a intervenir -lo cual tiene mucho de química- y de la pieza a restaurar, pero realmente no somos mi la persona que va a a hacer algo artístico ni a estudiar la historia de esa pieza”, añade Yolanda Gómez.

“Me interesa el arte pero no como creadora, sino para conservar el patrimonio pictórico que han realizado otros artistas previamente”

Andrea Fernández

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Andrea Fernández en el taller de pintura de la escuela de restauración. Gustavo Santos

Andrea Fernández, que desde 2013 trabaja como profesora de restauración de pintura en la Escola Superior de Restauración e Conservación de Bens Culturais de Galicia. Previamente a su labor como docente, trabajó para  el Museo del Prado, en cuadros de su depósito, y en un equipo encargado de preparar una exposición de Luca Giordano, del que restauró cuadros como “Santa Rosalía”, “La matanza de los inocentes” o “Las lágrimas de San Pedro”, en el Thyssen, donde tuvo la suerte de intervenir sobre un paisaje de Van Gogh -”Les vessenots en Auvers”-, uno de Edward Hopper - “Habitación de hotel”- y otro de Egon Schiele - “Habitación junto al río”; y en el Quiñones de León de Vigo, su ciudad natal, donde trabajó sobre obras de vigueses ilustres y la colección de arte gallego de esa institución.

“Verte ante un Van Gogh o cualquiera de las obras que he restaurado supone tener el cuadro para ti sola durante un tiempo, para disfrutar de sus pinceladas en la intimidad que difícilmente se tiene en un museo. Es emocionante descubrir esa intensidad original cuando retiras la suciedad o los barnices oxidados y resurge la pintura”, comenta.

En su céntrico taller de Vigo, el séptimo que ha tenido en sus 25 años de trayectoria profesional Mara Toucedo, la que tiene el perfil más artístico de los cuatro restauradores entrevistados para este reportaje, recuerda qué le llevo a estudiar restauración en la mencionada escuela de Pontevedra. “Iba a hacer arquitectura pero acompañé a una amiga al examen de ingreso en restauración, me presenté, me cogieron y cambié de parecer”, resume.

Esta restauradora especializada en escultura, que ya pintaba desde niña formándose en clases extraescolares, combina su faceta creativa dando clases y haciendo trabajos para decoradores con su labor profesional de restauradora interviniendo sobre piezas que fundamentalmente le encargan particulares. “Ahora lo que más restauro son cuadros, el coronavirus ha hecho que la gente se ocupe más de sus casas, de cuidar el legado que le han dejado sus abuelos”, manifiesta Toucedo, por cuyas manos han pasado lienzos de diferentes pintores gallegos insignes, como Laxeiro o Lodeiro, muebles, retratos de niños fallecidos -una práctica habitual en ciertas clases sociales en siglos pasados- y diferentes piezas escultóricas y cerámicas.

Recuperar una imagen quemada

“Mi trabajo consiste en intentar conservar la pieza el máximo tiempo posible para que no se siga deteriorando y luego arreglarla de manera reversible y casi imperceptible, que se note con lupa que ha sido intervenida, pero no a simple vista”

Mara Toucedo

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Mara Toucedo restaura un cuadro en su taller Pablo Hernández

Entre las obras más deterioradas que ha conseguido recuperar, señala la de una imagen que había ardido. “Me trajeron un madero quemado y una foto de comunión de un niño con la figura de la virgen que tenía que restaurar. La reconstruí como pude”, recuerda.

Al santiagués Pablo Porral el oficio le viene de familia, de sus recuerdos de infancia en el taller de su padre, en una época en que aún no existían los estudios actuales y los restauradores salían de las aulas de Bellas Artes. “Cuando se formaron las primeras promociones en la escuela de Pontevedra, los restauradores eran muy demandados por la escasez de profesionales y porque en Galicia había mucho patrimonio cultural por restaurar. Treinta años después hay mucha gente formada y las oportunidades no son tantas como antes, pero exportamos profesionales al resto de España y a medio mundo”, comenta Porral, que se graduó en el año 2000 en la escuela de Pontevedra donde lleva desde el curso pasado trabajando como profesor de química.

Pablo Porral en el taller de esculturas de la Escola de Restauración y Conservación de Bens Culturais de Galicia. Gustavo Santos

Durante 20 años Pablo Porral, especializado en restauración escultórica, trabajó en Galicia, País Vasco y Navarra para fundaciones, particulares, la Iglesia Católica, administraciones encargadas del patrimonio histórico y hasta museos de arte contemporáneo -en el MARCO_de Vigo-, entidades estas últimas en las que puede parecer extraño que exista la figura de un restaurador. “El enfoque en estos museos es otro, tiene más relación con la conservación de las colecciones”, aclara.

Ante el Pórtico de la Gloria

De todas las obras en las que intervino, destaca los estudios previos para la reparación del Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago.

“Tuve la suerte de pasar seis meses solo estudiando el Pórtico para que los restauradores que vinieran después tuviesen un proyecto de cómo había que acometer la intervención”

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 Le encargaron esa tarea porque trabajaba para una cooperativa vasca especializada en estudios del patrimonio cultural.

Anteriormente, Pablo Porral se había pasado dos años en la reparación de las torres del Obradoiro, a ochenta metros de altura, formando parte de un equipo multidisciplinar de restauradores, canteros, herreros y carpinteros que acometieron esa actuación presupuestada en más de dos millones de euros. “Cimentamos el remate de las torres para quitarles el hormigón que tenían dentro y volverlas a montar. Fue una obra casi de ingeniería”.

 Posteriormente dirigió durante año y medio la restauración interior de las pinturas murales de la capilla mayor, también en la catedral compostelana. “Fue la primera vez, en veinte años de profesión, que me cuestioné si la intervención era viable por el estado de abandono en que estaban”, dice. Ese trabajo se realizó simultáneamente a la restauración del Pórtico de la Gloria, lo que le permitió de algún modo realizar un seguimiento a lo que había comenzado. Intervenir en obras tan sublimes, icónicas y mediáticas como la del mencionado pórtico le infunde “mucho respecto, prudencia y cautela”. “Hay que estudiar mucho antes de actuar , sabes que lo que se haga va a ser muy cuestionado, sobre todo en el caso del Pórtico. Al final se hizo bien porque durante diez años se realizaron estudios previos a un restauración que se acometió en un par de años”.

La clientela de los profesionales que ejercen en Galicia son coleccionistas particulares, museos, administraciones públicas que  sacan concursos para restaurar piezas y la Iglesia. “Muchas veces nos contratan los miembros de una parroquia, que se unen para restaurar sus retablos, esculturas, murales, etc,”, señala Yolanda Gómez, quien en la actualidad trabaja con su socia en el retablo del Cristo del convento de Vista Alegre en Vilagarcía de Arousa. Otras obras que ha acometido, además de cuadros de pintores gallegos del siglo XX en los museos Quiñones de León y del Pobo Galego, son el retablo de la Capilla de la Comunión de la Catedral de Santiago y las pinturas murales de Nogueira do Miño, en Chantada, que llevaban tapadas más de doscientos años y descubrirlas requirió varias fases de trabajo a lo largo de cinco años de manera intermitente.

Sin dejar huella

Los criterios internacionales con que desempeñan su labor estos profesionales atienden a tres principios: respeto a la obra original, lo que exige usar materiales compatibles con la pieza que se interviene, que su labor sea reversible en el tiempo, por sin en el futuro aparecen soluciones mejores, y también que sea discernible, es decir, que cualquier experto que se acerque a una obra pueda distinguir lo que ha hecho el restaurador. “Nunca se trata de devolver la pieza a su estado original, no tendría sentido, estaríamos falseando la historia”, aclara Yolanda Gómez.

"Nuestro trabajo tiene que pasar desapercibido en una obra pero ha de ser discernible por un experto "

Andrea Fernández - Restauradora

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Antes de ponerse manos a la obra, el profesional debe estudiar las técnicas y materiales con que se ha realizado la pieza, valorar si ha habido intervenciones anteriores que estén perjudicando a su conservación y estudiarla desde diferentes puntos de vista para saber qué le sucede en la actualidad y así encontrar los tratamientos más efectivos e inocuos. “Es un trabajo aséptico, donde prima la obra del artista que la creó y no la mano del restaurador”, afirma Andrea Fernández, quien añade: “Nosotros tenemos que pasar desapercibidos en la obra, nuestro trabajo no puede ser el protagonista, ha de pasar desapercibidos para el público en general”.

Normalmente la zona restaurada se acomete con una técnica ligeramente distinta a la original para que los investigadores puedan discernir lo rehabilitado de lo auténtico. “Cuando falta pintura en un cuadro, por ejemplo, ponemos el color muy similar con puntitos, rayitas o líneas entrelazadas diferentes a las pinceladas que ha hecho el artista.”, explica Andrea Fernández.

Estas prácticas son las habituales en museos y en general cuando se restauran bienes culturales. En ocasiones, hay particulares que llevan sus pinturas a un restaurador y le solicitan que rehaga lo que se ha perdido. “Alguna vez me lo han pedido, generalmente no lo puedo hacer porque sería falsificar, pero si la obra no es un bien de interés cultural, podía hacerse”, indica Mara Toucedo.

De este modo, la huella personal del restaurador no debe de existir. Tan sólo quedará reflejada en los documentos, tanto en el proyecto previo a la restauración, donde se documenta cómo se encuentra la obra, qué alteraciones tiene y cómo se va a solucionar el problema, y en el informe que se realiza una vez acabado el trabajo, que incluye las fichas técnicas de cada material que se ha utilizado e información detallada sobre lo que se ha hecho.

Identificar falsificaciones

Aunque no es función de un restaurador detectar falsificaciones de obras de arte, sí podrían detectar cuando se encuentran ante una por el conocimiento que tienen sobre las técnicas y materiales que se emplean en cada época. “Si sospechamos que nos encontramos ante una falsificación o una obra robada lo tenemos que denunciar a las autoridades”, dice Andrea Fernández. “Hay pruebas que usamos que sirven para identificar falsificaciones, por ejemplo, la luz ultravioleta nos da una serie de datos sobre el barniz y algunas analíticas nos permiten identificar pigmentos”, añade Yolanda Gómez, quien reconoce que en alguna ocasión “sí nos han pedido ayuda con firmas que se veían raras en alguna obra, peo no puedo decir cuáles”.

Conservación preventiva

Lo que sí es cometido de estos sanadores del patrimonio artístico y cultural es la conservación preventiva, “el enfoque más adecuado para conservar el patrimonio porque actúa sobre el entorno de la obra evitando que tenga daños, controlando aspectos como la humedad, la incidencia de luz, los rangos de temperatura, las condiciones concretas durante la exposición y los tipos de materiales que se emplean para su manipulación, embalaje y almacenamiento. Es como cuando el médico te recomienda hacer ejercicio o dieta”, señala Andrea Fernández.

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