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Fernando J. Múñez Novelista y filósofo

“El machismo es el dogma que más persiste”

El autor sitúa en el medievo su última novela, “Los diez escalones”, donde plantea prejuicios e intolerancias que aún subsisten

El escritor madrileño de origen gallego Fernando J. Múñez. Miguel Garrote

Empezó escribir su primera novela con 14 años y su primer guión de cine con 18. Tras licenciarse en Filosofía y completar sus estudios cinematográficos en Estados Unidos, Fernando J. Múñez dirigió su primer largometraje e inició su carrera literaria en 2002 con literatura infantil y juvenil. En 2019 publicó su primer best seller, “La cocinera de Castamar”, que ha inspirado la exitosa serie homónima en A3 Media. Ahora traslada al lector al medievo con “Los diez escalones” (Planeta), un thriller de intriga y amor en el que los personajes se enfrentan a demonios que aún perviven en la actualidad: perjuicios, ideas irracionales y dogmas. De origen gallego por parte materna, este madrileño nieto de ourensanos de Trives y Navea, cerca del Cañón del Sil, dedica un personaje de su última obra a su abuelo, que ejerció de afilador en la capital.

A la izquierda, su primer bestseller, "La cocinera de Castamar". A la derecha, " Los diez escalones"

– Tras el éxito de “La cocinera de Castamar” continúa en la novela de ambiente histórico pero ahora nos traslada al medievo, ¿qué aportan estos viajes literarios al pasado que no tengan las historias situadas en el presente?

– Para contar el tipo de historia que quería me interesaba un mundo que tuviera muchos contrastes. El relato empieza con un personaje, Alvar León de Lara, un noble segundón que ha hecho carrera en la iglesia, y, siendo cardenal de la curia papal en Roma, le llaman de la abadía de Urbión pidiéndole que vaya lo ante posible porque han descubierto los diez escalones. Él se muestra reticente porque se había separado hacía 20 años del amor de su vida y tenía muchas cicatrices. Aun así vuelve, sabiendo que se va a encontrar con Isabel, y al día siguiente se desencadena una tragedia de la que surge un tobogán emocional con tintes detectivescos tipo Arthur Conan Doyle y una historia de amor que lo vertebra. Me gustaba que esta trama estuviera en un mundo con duros contrastes: por un lado en Toledo conviven musulmanes, cristianos y judíos; y un poco más abajo se estaban partiendo el pecho a espada para imponer ideas determinadas contra el Islam. Me interesaba profundizar en el concepto de la intolerancia y cómo el protagonista se tiene que enfrentar a estos dogmas inapelables, muchos de los cuales aún conviven en nuestros días.

"No trato de ser moralista, pero sí plantear modelos de pensamiento crítico como el que representa el protagonista de la novela"

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Fernando J. Múñez

– ¿Cuál de esos dogmas es el que más se resiste a caer?

– Sin ninguna duda, el machismo, por encima de todos. Solo tenemos que ver el techo de cristal, la brecha salarial y la violencia de género. Hoy por hoy nos sería difícil decir en un momento determinado “qué mal conduce este negro”. Si oyéramos esto nadie se quedaría indiferente, pero si se dice que alguien conduce mal por ser mujer, en determinados contextos y ambientes se puede sacar una sonrisa. Esto es lo que me indica que el sistema patriarcal sigue persistiendo de una forma atroz; yo he sido educado en un ambiente machista, no porque mi madre lo quisiera así, sino porque fue educada así. No trato de ser moralista, pero sí plantear modelos de pensamiento crítico como el que representa el protagonista de la novela, un hombre que calla ante determinadas cosas que no sabe y cuando habla mantiene la duda razonable de que puede estar equivocado; mantiene esa actitud socrática de que para aprender es necesario declararse ignorante ante algo. Porque cuando uno cree conocer las cosas ya no puede aprenderlas. Así puede enfrentarse a esos dogmas, a esa intolerancia que se abandera de la verdad con mayúsculas y en nombre de ella se justifican barbaridades.

– Es inevitable pensar en “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, al que le hace un guiño en la relación que tiene el protagonista con su pupilo, ¿es un homenaje o un riesgo?

– Para mí primero es un homenaje; podría ser un riesgo que se compare con una obra descomunal como la de Umberto Eco, pero tampoco me pesa demasiado, ya que no solo hago un guiño a la gran novela sino también a la película que inspiró y al imaginario que las rodea: la abadía, la niebla, el frío. Eso me sirve de punto de partida para poder contar la naturaleza de cada uno de los personajes. Como Isabel, la mujer abandonada por todos, incluso por Alvar, por la iglesia y la sociedad, que vive bajo el techo de un marido atroz que la maltrata y la ve como un vientre paridor que le tiene que dar un vástago.

– Sostiene que el lector puede ver esta novela como una extensión de “La cocinera de Castamar” y que incluso hay un especie de diálogo entre los personajes de ambas obras. ¿A qué se refiere?

– A que la estructura en “La cocinera de Castamar”, con una historia de amor, aventuras, drama histórico e intrigas, era parte del vehículo para hablar de temas de más calado, como el racismo, el clasismo y el machismo que se daban en el siglo XVIII. En ese sentido, “Los diez escalones” recogen ese testigo porque toda la tragedia, la historia de amor, las investigaciones, los enigmas, al final no dejan de ser vehículos para hablar de la intolerancia; de la religiosa y también de la que tenemos los humanos para soportar las opiniones ajenas.

– Aparte de comenzar a escribir su primera novela, ¿qué leía con 14 años?

– Leía bastante; la poca paga que tenía la gastaba en libros. Por poner ejemplos, “La Regenta”, “El estudiante de Salamanca”, muchos clásicos de nuestra literatura. Leía también narrativa fantástica, a Tolkien, por ejemplo.

– “La cocinera de Castamar” se ha posicionado como la serie con mejor arranque de la temporada, ¿está contento con la adaptación?

– Nací en platós de cine y soy coproductor ejecutivo de la serie. Cuando uno se plantea vender los derechos audiovisuales de su libro tiene que dejar a los profesionales tomar sus propias decisiones. Una vez que hice mis planteamientos para la serie – que el formato fuera panorámico y que la luz estuviera puesta de forma para que se vieran bien los fondos, que se notara que estábamos en el siglo XVIII y era la llama la que iluminaba- los dejé. Las cosas que puedan gustarme más o menos respecto a la novela tiene poca importancia. Si la hubiera dirigido yo muchas cosas no serían iguales pero otras sí.

– ¿Cómo influye su faceta de creador audiovisual ala hora de escribir?

– Soy autor de brújula, no sigo un mapa ni una escaleta. Parto de una naturaleza primaria de los personajes y a medida que escribo se va conformando la historia. Mi forma de escribir y el hecho de que me haya criado en el audiovisual hace que en mí cabeza ruede la película de mi novela dos o tres veces. Aunque siempre me he sentido más escritor que guionista.

– ¿Ve “Los diez escalones” en las pantallas?

– Se podría estudiar, tal vez más en el cine que como serie. Ahora lo importante es que la novela encuentre su propio espacio porque parece que el éxito de una obra es que hagan una serie de ella. Yo creo que es que la lean.

– ¿Considera que la relación entre la literatura y el audiovisual atraviesa un momento dulce?

– Se podría estudiar, pero siempre ha habido ese trasvase: “Lo que el viento se llevó”, la insuperable trilogía de “El padrino” o “El nombre de la rosa” son ejemplos de ello. Ahora, al haber más plataformas ávidas de contenido, el ritmo de ese trasvase se ha acelerado.

 

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