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El paso del tiempo, la pérdida del paisaje

José Eduardo Valenzuela.

¿Veré este verano a mi admirado José Eduardo Valenzuela y podremos tomar un vino en el barrio viejo de Vigo? Parece una pregunta ociosa pero Eduardo, filólogo, escritor y dramaturgo español con cumplido oficio como funcionario del Estado, nació en 1928, ocho años antes de la guerra civil, y está en esa edad en que se vive la angustia de la pérdida, el declive físico y el espanto al psíquico que haría nuestra vida dependiente por ingobernable. Cada año que Eduardo viene de Madrid a la tierra en que, además de su memoria de la infancia, aún le quedan girones de aquella que fue larga familia otrora, es un éxito en su travesía vital. Puede llegar levemente más encorvado, con miedo a mareos antes desconocidos, apoyándose por vez primera en un bastón... porque esa edad del desgaste es la que le ha tocado vivir, hasta ahora con una mente despierta e intelectualmente rica aunque recelosa del porvenir. Nada que sea ajeno a la experiencia que hemos de ir pasando cada uno de nosotros.

Eduardo escribió “Grita, cuerpo, mis ochenta” poco antes de llegar a la edad de octogenario, cuando no sabía si llegaría a lo que es ahora, nonagenario, pero ya le preocupaba el lento declive del cuerpo. No me olvido de ese libro porque es un diálogo con el paso del tiempo, una radiografía de la vida de un jubilado lleno de interesantes descripciones de cómo se va relacionando el cuerpo con el espacio. Me atrae más ahora esa etapa por la cuenta que me trae, porque hago kilómetros y gimnasia todos los días pero siento la fugacidad del tiempo y la acuciante merma de su horizonte vital. En una magistral descripción, Valenzuela habla de su cuerpo : “También para él los años han pasado, muchos de los viejos amigos han muerto, los ánimos y las fuerzas flaquean”, dice. Yo aún no lo siento pero lo presiento ahora que vuelvo del funeral de un amigo o cuando no hace más que unos días tuve que escribir el “in memoriam” de otro. Sí, esa perdida progresiva del paisaje vital, que se va desvaneciendo en lugares, amigos, amores... para pasar al desván de los recuerdos.

Esa misma sensación que recibí al leer “Grita, cuerpo, mis ochenta” de Valenzuela la viví con “El ayer que se nos fue”, el último libro de Pedro Úbeda aunque con menor intención de ensayo psicoterapéutico que la que se desprende del otro, madrileño como él pero radicalmente vinculado -como él también-a Galicia por familia y vivencias personales. Uno es mucho más joven pero ambos están ya “auris arreptis”, valga el latinajo: con los oídos prestos, en actitud de alerta ante el futuro incierto como estoy yo mismo, que soy aún más corto en años que los dos pero asusto a mi nieta pequeña cuando le digo que tengo diez veces más que los suyos. No diez más, sino diez veces más.

Valenzuela escribe en el libro: “Es ahora cuando se me hace próximo el cumplimiento de mis 80 años de forma más ingrata”. Pero han pasado 13 más al menos y yo me he sentado con él para tomar un vino de verano la mayor parte de ellos. Perdida su mujer, la persona que le acompañó tantos años, Valenzuela tiene en la publicación de sus libros (ya tiene varios editados) un “leit motif” por el que vivir, creyendo en su obra y peleando por publicarla. Mientras tanto sigue reflexionando, a veces con humor, sobre nuevas experiencias que vive su cuerpo, antes impensadas. Por ejemplo, saber si puede coger el autobús, si sobrevivirá su tertulia de los martes por la pérdida progresiva de tertulianos o cómo seguir adaptándose al cada vez más inquietante “tempo lento” en que tiene que moverse su vida. Nada que no hayamos de vivir los demás, si es que llegamos a ello.

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