La historia del rock está salpicada de parejas envueltas en turbulentas relaciones que rara vez acaban bien. En esta ocasión se me ha venido a la cabeza la que mantuvieron Jim Morrison y Pamela Courson porque el pasado fin de semana se cumplían 50 años de la muerte del poeta y cantante de The Doors y porque existe una canción que Morrison dedicó a Pamela. ¿Su título? “L. A Woman”.
Pamela no nació exactamente en la ciudad de Los Ángeles (lo hizo en la también villa californiana de Weed el 22 de diciembre de 1946) pero sí vivió, y de hecho conoció en el año 1965 al que sería el amor de su vida, en L.A., concretamente en un club nocturno llamado London Fog. Era hija de un comandante de la Marina y de una ama de casa que había ejercido de soltera como decoradora. También era hija de su tiempo, porque la adolescencia la pilló en plena efervescencia de la revolución hippy y, consecuentemente, en una época en la que Sexo, Droga y Rock and Roll era un lema de libertad y futuro.
Para las chicas de aquel momento, tirarse a un músico de rock era una especie de reto en el que incluso se entablaban feroces combates con las rivales de turno, pero no creo que ese fuese el caso. La convivencia entre ambos fue tormentosa desde el inicio y estuvo jalonada por discusiones, peleas e infidelidades. Mas, curiosamente, se tornó, en la medida en que sus volcánicas personalidades lo permitieron, en estable precisamente cuando el “Rey Lagarto” se hallaba en la cumbre de su fama, lo cual, en su tesitura, casi es lo mismo que decir que al borde del abismo.
Hay -habrán escuchado y/o leído estos días- varias versiones sobre cómo acaeció la muerte de Jim Morrison. En una de ellas se cuenta que aquella última noche estuvieron bebiendo juntos por los garitos del París noctámbulo hasta reventar. Sin embargo, no parece creíble, porque nadie estaba con él cuando agonizaba.
Ella no le sobrevivió mucho tiempo. El 25 de abril de 1974, su cadáver fue encontrado en el sofá de la sala de su apartamento en Los Ángeles. ¿Diagnóstico? Sobredosis de heroína. Por expreso deseo suyo, en la placa funeraria todavía se puede leer:“Pamela Susan Morrison″, a pesar de que nunca contrajeron matrimonio. Tenía sus mismos, y malditos, 27 años de edad.
