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Maleventum

Claustro de Santa Sofía, en Benevento (Italia) FDV

Estamos cansados, no lo nieguen. Agotados de vivir en esta rueda que gira despacio pero imparable, que cuenta siempre las mismas historias, aunque las vista con distintos nombres. Amor, desamor, tristeza, traición, vida, muerte. Y más, mucho más, incluidas las pandemias, cuyos patrones y gestión política se repiten peligrosamente a lo largo de los siglos. Pues imagínense saber esto, ser consciente de pertenecer a una raza que tropieza siempre en las mismas piedras de forma cíclica y, encima, tener que vivir en Maleventum.

Sí, suena a lo que significa: un lugar de malos vientos. Se llamaba así una localidad cercana a Nápoles, en Italia, que tampoco distaba demasiado de la antigua Roma, por lo que era un campo propicio para celebrar múltiples batallas. Imagínense el panorama: lanzas, espadazos, muertos y heridos cada poco tiempo en lo que ahora son suaves y apacibles colinas en Campania. Pero sucedió que, a finales del siglo III después de Cristo, hubo en Maleventum una batalla tremenda entre los romanos y Pirro Epiro, que era un general macedonio de armas tomar al que apodaban “El Águila”, y que ya había vencido hasta en dos ocasiones a los romanos (¿no les suenan las “guerras pírricas”?). Sin embargo, Pirro no tuvo la misma suerte en el lugar donde soplaban los malos vientos. Allí, él, sus tropas y sus elefantes fueron derrotados de forma contundente, y desde entonces los romanos decidieron cambiar el nombre al pueblo; ahora, sería el lugar de los buenos vientos: Beneventum. Unos cuantos siglos después se asentaría el nombre actual de Benevento, haciendo que un hecho histórico aislado cambiase la actitud y hasta el sino de sus habitantes.

En este enclave, cuando ya solo soplaban estos aires positivos, en el siglo VIII se fundó la iglesia de Santa Sofía, que añadió un monasterio y un convento benedictinos a la edificación religiosa. En el siglo XII, un abad llamado Giovanni reformó todo aquello creando un claustro ecléctico y sorprendente, en el que cuarenta y siete columnas de granito, caliza y alabastro vistieron el insólito lugar con sus molduras y representaciones de diferentes historias. No sé si sería el maestro cantero o el propio abad quien tendría la idea de hacer un nudo en una de las columnas. Un giro artístico, para la época, original y sorprendente. Pero, bien pensado, ¿por qué iban a limitarse a representar animales, santos y escenas bíblicas en los capiteles? Qué diablos, estaban en el lugar de los buenos vientos, si querían gastar una broma a la humanidad y a su pedantería no tenían más que jugar con las formas de la piedra caliza. ¿Quieren ustedes un paraíso terrenal, un refugio de reposo y recogimiento? Aquí lo tienen —pensarían—, pero vamos a ponerle un poco de humor.

Si van ustedes a Italia y visitan Benevento, les dirán que lo más relevante de la zona es el Arco de Trajano, pero no hagan caso; deslicen sus pasos hasta el claustro de Santa Sofía, que hoy es Patrimonio de la Humanidad. Posen su mano sobre este nudo irreverente en la columna, dejen ahí sus tristezas y frustraciones y sonrían, porque ya saben que, si no nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio, desde un mal viento podemos llegar a caminar hacia la más cálida de las brisas.

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