Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El laboratorio del mundo es Washington no Pekín

Seguidores de Joe Biden celebrando su triunfo electoral. FdV

¿Qué país será el faro del mundo en esta primera mitad del siglo XXI? ¿Quién sabrá imponer su visión acerca de cómo organizar la sociedad, la economía y la política? ¿Quién determinará la dirección y los usos de las nuevas tecnologías digitales? ¿Quién liderará la organización y la cooperación internacional? La respuesta a estas cuestiones tendrá importantes consecuencias para el mundo en general pero en particular para nosotros los españoles y el conjunto de europeos. ¿Será China o Estados Unidos?

La respuesta que comienza a hacerse habitual en los análisis de muchos expertos y también en el sentir de la gente común es que este es “el siglo de China”. Su dinamismo económico y tecnológico, el impulso de su crecimiento, su capacidad para sacar de la pobreza a cientos de millones de personas, la creación de una clase media amplia y acomodada con lo que esto significa de progreso social parecen ser señales claras de su éxito. Además, su influencia en la esfera internacional tanto económica, política como militar es cada vez más visible. Para completar esta relevancia internacional, su capacidad para lograr y producir en cantidades masivas una vacuna contra la Covid-19 y ofrecerla en condiciones asequibles a los países pobres y en desarrollo hacen que China aparezca a los ojos de muchos como la salvadora del mundo en medio de esta pandemia.

Por el contrario, en esos mismos análisis de los expertos, y en las percepciones de la gente de la calle, Estados Unidos es visto como un país-imperio en decadencia y que su siglo de esplendor, el XX, ha llegado a su cénit. En el ámbito interno hay señales claras de decadencia: pavoroso aumento de la pobreza y deterioro de las condiciones de vida de una gran parte de los estadounidenses, precarización del empleo especialmente por parte de los nuevos monopolios digitales, jibarización de las clases medias y crecimiento explosivo del 0,001 por ciento de los superricos, deterioro de muchas comunidades y ciudades antes prósperas, aumento de conductas racistas, caída de la productividad y del crecimiento económico en las últimas décadas.

En el ámbito internacional su influencia tanto económica como militar y cultural está a la baja. Además, su respuesta inicial a la pandemia de Covid-19 durante el gobierno de Donald Trump ha sido un fracaso y un mal ejemplo para el mundo.

Así las cosas, la batalla parece estar centrada en la lucha entre dos grandes sistema de valores: el “nuevo” modelo autoritario chino frente al “viejo” modelo democrático liberal occidental. Por un lado, la trinidad china basada en la combinación de un capitalismo descarnado, el autoritarismo político y la dirección estatal de la economía. Por otro, la occidental basada en un capitalismo competitivo, la democracia liberal y la cohesión social. Si nos atenemos a los resultados a los que acabo de referirme, el modelo autoritario chino parece ir ganando la partida. Su ejemplo podría ser atractivo para los dirigentes y poblaciones de otros países occidentales.

De hecho, el presidente de China se ha permitido señalar en varias ocasiones en los últimos años la ventaja del modelo chino sobre el occidental. Lo mismo ha hecho el presidente ruso. Otros dictadores que han ido surgiendo en los últimos años a lo largo del mundo en diversas partes al calor de la anterior crisis financiera y económica de 2008 piensan igual. Y en las propias democracias occidentales han surgido fuerzas políticas de extrema derecha que añoran ese mismo modelo autoritario.

Pero debemos ir con cuidado con escribir la esquela del fallecimiento de la democracia y de Estados Unidos. Como diría el mordaz novelista británico de la segunda mitad de siglo XIX Oscar Wilde, “las noticias del fallecimiento de Estados Unidos han sido exageradas”. A mi juicio, con la llegada a la presidencia de los Estados Unidos de Joe Biden, el laboratorio del mundo en cuanto a experimentación de nuevas políticas económicas y sociales vuelve a ser ese país.

La expresión “el laboratorio del mundo” fue utilizada en el año 1933 por John Maynard Keyes, el gran economista británico que mayor influencia tuvo en el análisis económico y en la orientación de las políticas económicas en la primera mitad del siglo pasado. La “Gran Depresión” económica y social que había provocado la crisis financiera de 1929 estaba haciendo estragos en la sociedades y las democracias occidentales. La literatura y el cine reflejan mejor que la propia economía el clima social de aquellos años. Un buen ejemplo es la novela “Las uvas de la ira” de John Steinbeck, trasladada al cine en la estupenda película de John Ford. El capitalismo estaba en decadencia. El fascismo asomaba su rostro.

En ese escenario, muchos intelectuales y miembros de las élites culturales y políticas europeas y norteamericanas pensaron que el modelo a seguir era el de Moscú posterior a la revolución rusa. El comunismo de Estado aparecía como un sistema de valores atractivo frente al decadente capitalismo liberal occidental.

Pero en las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre de 1932 ganó el demócrata Franklin Delano Roosevelt. Su llegada a la presidencia fue un revulsivo. Bajo el lema de su discurso de toma de posesión de que “a lo único que hay que temer es al miedo” a cambiar las cosas, Roosevelt puso en marcha poderosos programas de recuperación económica, de modernización de la economía y de las infraestructuras del país y de creación de empleo y atención a los colectivos sociales más pobres. Constituyó lo que se llamó el “New Deal”, el nuevo contrato social del gobierno de Estados Unidos con sus ciudadanos.

Desde la universidad de Cambridge, donde se esforzaba por comprender como sacar a la economía y a la sociedad británica y europea del marasmo, John Maynard Keynes viajó a Estados Unidos en 1933 para ver de cerca el experimento norteamericano. Desde Washington escribió a uno de sus discípulos y amigo: “El laboratorio del mundo es Washington, no Moscú”.

John Maynard Keynes

Hoy, de nuevo, en una coyuntura similar, los nuevos programas de recuperación económica, de modernización de las infraestructuras, de transición a una economía verde, de creación de empleo y, especialmente, los programas de “inversión” en educación infantil y primaria universal, en la “economía de los cuidados” a los mayores, de ayuda a las familias pobres de Joe Biden constituyen los pilares del nuevo contrato social occidental del siglo XXI.

Habrá ocasiones para analizar cada uno de estos programas. Pero, créanme, las noticias sobre la decadencia de EEUU son exageradas. El laboratorio del mundo en este inicio del siglo XXI sigue siendo Estados Unidos, no el modelo autoritario chino.

Compartir el artículo

stats