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El novio que no conocía a Perales

El novio que no conocía a Perales

Cuando nos conocimos, mi Lama no había escuchado hablar de Perales y el nombre de “Manuel Fraga” le sonaba de algún libro de la ESO, aunque no lograba ponerle cara. Con 12 años menos y no siendo de Galicia, donde los niños reconocen a Fraga antes que a Pepa Pig, esas lagunas parecían naturales, así que no me alarmé y me convencí de que, al fin y al cabo, uno puede prescindir de Perales y Fraga sin que su relación se resienta. La ilusión de los inicios me impedía ver que las dificultades de esta diferencia de edad no habían hecho nada más que empezar.

Pronto descubrí que, cuando escuchaba a Sabina, me miraba como si fuese Mocedades. Con El Canto de Loco y Despistados le vi las orejas al lobo, pero me recorrió un escalofrío cuando me pidió que le acompañase a un concierto de Auryn. Su silencio al escucharme hablar de V me hizo darme cuenta de que nunca tendríamos esas encantadoras conversaciones de series que tienen las parejas. También me repuse del susto de descubrir que su madre estaba más cerca de mi edad que él y hasta me acostumbré a escuchar en las tiendas del barrio frases del tipo:

“Nacho, pero si ya ha pasado tu hermano pequeño a por el pan”

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Más complicado resultó llegar a un pacto lingüístico acerca del modo en el que tenía de referirse a mis amigos. El abuso de la palabra “señor” me sacaba de quicio. Por si las cosas no fuesen bastante difíciles, descubrí que mi Lama era el mayor de su grupo de amigos. Allí me esperaba una banda de post-adolescentes que me miraban temiendo que les fuese a preguntar si todavía se dice molar. Quizá lo más humillante era la amabilidad de alguna de sus amigas, preguntándome si me sentía a gusto en aquel bar tan lleno de gente.

De todo esto hace ya algún tiempo, hoy puedo decir la edad de mi Lama sin que nadie levante las cejas, sin embargo, me temo que las cosas se empiezan a torcer desde su lado. Hasta ahora nunca le había visto titubear cuando contaba que su novio tenía treinta y tantos, eso sí, casi siempre sin concretar. Sin embargo, amigos, los cuarenta pesan en la boca.

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