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GALLEGOS A LA VANGUARDIA

“La acuicultura no se puede desarrollar a cualquier coste”

Silvia Gómez Suárez estudia cómo reducir su impacto ambiental en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, en Chile

Silvia Gómez, hace unos días, en el popular Paseo Dimalow, en el Cerro Alegre de Valparaíso FDV

La acuicultura puede ser la solución a la sobrepesca y el crecimiento de la población mundial. Pero también conlleva grandes retos, entre ellos, su impacto ambiental. Silvia Gómez Suárez, investigadora en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, trata de reducirlo mediante un sistema de economía circular. Y cuenta como aliados en este empeño con unos pequeños organismos marinos nativos de Chile que son capaces de eliminar la contaminación y que, a la vez, podrían servir de alimento a los peces cultivados.

"(La acuicultura) hay que defenderla como alternativa, pero no se puede desarrollar a cualquier coste. Y tengo la suerte de poder aunar en mi trabajo la sostenibilidad ambiental y la conservación marina”

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“La acuicultura ya superó en volumen de producción a la pesca en 2016 a nivel mundial y seguirá aumentando. Hay que defenderla como alternativa, pero no se puede desarrollar a cualquier coste. Implica muchos desafíos. Y tengo la suerte de poder aunar en mi trabajo la sostenibilidad ambiental y la conservación marina”, subraya Silvia, nacida en Santiago en 1986 pero originaria de Monforte de Lemos.

Tras titularse en Ciencias del Mar y completar el ciclo superior de acuicultura en el IGAFA de A Illa, con unas prácticas en un centro de investigación de Creta, llegó a Chile para hacer su tesis doctoral. “En España tenía pocas posibilidades de trabajar en ciencia con mi experiencia y decidí venirme. Entré como turista por 90 días pensando en que si no me aceptaban, al menos, disfrutaría de unas vacaciones”, recuerda.

La aceptaron, pero el primer año no logró beca. “Fue un poco duro. Trabajé repartiendo pizzas en moto y en un hotel hasta que la conseguí. Pero ahora estoy muy contenta de haberlo intentado y me acaban de conceder un postdoctorado en el concurso de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) de Chile”, celebra.

Silvia Gómez, hace unos días, en el popular Paseo Dimalow, en el Cerro Alegre de Valparaíso FDV

Su tesis demostró la viabilidad del poliqueto Abarenicola pusilla como biorremediador en las explotaciones acuícolas. “En el medio natural se encontraron de forma abundante debajo de las jaulas de acuicultura y en la Universidad Austral de Valdivia se hizo algún experimento previo que nos dio la idea para utilizarlos en la eliminación de la contaminación orgánica porque se alimentan de los detritos del fondo”.

"Soy defensora de la acuicultura en tierra. En el mar es más fácil, pero ambientalmente no compensa. Las jaulas o las bateas generan muchos contaminantes orgánicos”

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Los ensayos se realizaron en los sistemas de recirculación en tierra del Laboratorio Experimental de Acuicultura (LEDA), que este año estrenará nuevas instalaciones. “Son estudios controlados que no pueden hacerse en el medio natural y además estos sistemas aprovechan el agua y generan una contaminación máxima del 1%. Soy defensora de la acuicultura en tierra. En el mar es más fácil, pero ambientalmente no compensa. Las jaulas o las bateas generan muchos contaminantes orgánicos”, plantea.

Y el siguiente paso como investigadora ‘postdoc’ durante los próximos dos años será determinar si estos invertebrados marinos de 3-4 centímetros se pueden convertir en harina y escalar después todo el proceso: “Utilizarlos como ingredientes alternativos al pienso supondría cerrar el círculo. Y también vamos a evaluar otra especie nativa, Perinereis gualpensis, para establecer cuál es la más adecuada”.

Silvia pertenece al grupo de investigación en acuicultura, cuyos resultados son de gran interés para un país que está entre los diez primeros del mundo por su producción acuícola y es el segundo en salmón del Atlántico. “También es muy importante el cultivo de seriola, la especie con la que hice la tesis, y de moluscos. El país vive, principalmente, del cobre y el salmón. Cada vez hay más colaboración con las empresas desde la universidad. Las más pequeñas son las más propensas porque buscan diferenciarse y muchas ya hacen una acuicultura ecológica. Y afortunadamente los consumidores también están cada vez más dispuestos a pagar por estos productos”.

Su afán por la conservación y la ciencia también la han llevado a formar parte de la ONG suiza Hydroheart, que promueve proyectos en todo el mundo, y a ser asesora científica de profesores y alumnos de colegios. “Es muy divertido. Unos y otros tienen las mismas ganas y se les ocurren cosas increíbles”.

Silvia viajará en breve a la región de Atacama, donde han puesto en marcha un proyecto en los institutos financiado por el Fondo de Innovación para la Competitividad. “Es una de las zonas más áridas del mundo y con mucha vulnerabilidad social. Costeamos equipos de acuaponía para la producción de plantas y peces con la idea de que surjan ideas de emprendimiento. Siempre con especies marinas porque el agua dulce es un recurso escaso. Tuvimos que dar las clases on line por la pandemia, pero han aprendido mucho y ahora estaré allí durante un mes”, explica.

Silvia quiere volver algún día, al menos, a Europa, pero la ciudad chilena y el resto del continente, que ha aprovechado para conocer durante sus vacaciones, la han conquistado. “Es una dualidad, quieres regresar pero Latinoamérica engancha. A Valparaíso la amas o la odias, pero a mí me encanta. Es muy caótica por el tráfico, el ruido... pero también preciosa y su gente es increíble. Aunque al principio no me podía creer que no los entendiese. Tienen muchos modismos y palabras diferentes. Si alguien te dice que tiene harta pega es que tiene mucho trabajo”, revela entre risas.

Pero sus orígenes españoles la hacen sentirse “más cercana” a los chilenos. “Un día en el autobús me encontré con un señor mayor que llegó en el Winnipeg como refugiado de nuestra Guerra Civil y nunca volvió. En mi experiencia nos tienen mucho cariño”.

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