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“Antonio López e Hideo Yokoyama viendo crecer la hierba” (acrílico, tinta china y oil stick sobre madera) por O`Choro Pedro Alonso "O Choro"

1. A ver. Yo me dije, casi cándido: ahora es el momento. Escribe esos tres artículos pendientes y una vez que por fin concluyas la tarea (hoy no se me ocurre casi nada mejor que acabar las cosas), ya enfilas con fuerza renovada lo que viene. Claro que (ahí me di un par de segundos y ya tuve un aviso de que aquello podría complicarse) mis colaboraciones en prensa se han convertido en conversaciones en sí mismas (para bien y para mal), por no decir auténticas divagaciones a propósito del mundo y ya no sé qué esperar de estas tres últimas piezas que me rondan y que pretendo acometer casi de golpe.

2. He de ir con cuidado con mi nivel de delirio, dosificarme, pensé, no quiero morir en el intento. Y más justo ahora que termina el 20 y el 21 recién empieza. Es decir, cuando uno de una forma más o menos declarada, se dedica a hacer balance de lo que pasó y, según se le va poniendo el cuerpo, se entrega al cincelado y revisión de las propias intenciones antes de lo que viene.
Ya a estas alturas de mi plan “días de escritura para Filomena” debería haber asumido que mi intento, precisamente por querer desarrollarse durante el cambio de año, tenía mucho peligro. Pero yo ya había cogido carrerilla.

3. Así que ya que estamos, también pensé, échale un ojo a todas esas frases que fuiste dejando en tus notas a lo largo de los últimos meses, esas que aún no desarrollaste por a saber qué motivos y en las que uno suele ir dejando constancia de pensamientos o ideas condensadas apenas en un trazo. Y que en ocasiones esconden algo dentro. Quizá una perla.

4. Pero, esperen, la cosa no quedaba ahí. Y aunque sea por encima, también y para colmo me dije, las desarrollas en “Baloo y trono”. (Ese archivo secreto de no ficción que escribo y que como el anterior, “Potro noruego”, probablemente nunca lea nadie).

5. Porque entonces, concluí, me quedará el desván de pensar limpio como una patena. Que es lo que yo necesito para tirarme como se merece a todo lo que viene ahora. Me va a compensar, me animaba, seguro que ustedes me entienden. Porque como ustedes quizá (aunque reconocerlo impone) tengo la impresión según el hilo de los acontecimientos del pasado año, que lo que se avecina, será único y probablemente siga siendo gordo. Mejor estar preparado. Qué otra cosa si no, pienso según veo cómo se desata la memorable nevada que ha convertido Madrid (donde escribo) y tantos otros lugares en algo parecido a Canadá, por unos días. Deben estar a punto de llegar los ovnis, ya saben.

6. De modo que en cuanto comenzó la tormenta, me puse y me dije. “Que nieve”. Ahora que lo pienso, algo parecido manifesté cuando nos encerraron por primera vez. “Que nos encierren”. O si lo visualizan mejor, ya saben, “que chova”. Sin duda, si la realidad me confirma algo a cada paso es que debemos empezar a tener más cuidado con las palabras.
Y sí, me puse a escribir. De verdad lo digo. A escribir y escribir y escribir.

7. Pero sin acabar de entender muy bien por qué, amigos míos, según pasaban los días, de allí no salía prácticamente nada que me sirviese en sí mismo como opción para alguno de mis artículos. Nada.
Por cierto, he de señalar que las primeras de esas frases que tenía anotadas y que básicamente eran fogonazos que uno va dejando en la mesita para desarrollar más tarde, las apunté cuando estaba a punto de comenzar la pandemia. O más exactamente, el primer confinamiento que nos tuvo en casa durante ya no recuerdo cuánto.
De modo que el paquete de frases con posibles perlas dentro, abarcaban todo lo que ha sido la evolución de esta situación de situaciones extraordinarias que viene desplegándose desde hace varias lunas ante nuestras cada vez más perplejas almas. Y que van prácticamente desde el momento en que la mayoría de los mortales aún no teníamos ni idea de lo que era el COVID.
O sea, hace glaciaciones.

8. Que no salía nada susceptible de convertirse en artículo, aclaro, no quiere decir (al menos esta vez) lo que en tantas ocasiones sucede. Que basta que uno tenga un compromiso, para ponerse a hacer otras cosas en la dirección contraria. No, allí estaba sucediendo algo de otra naturaleza. Algo que yo no lograba entender a medida que me sentía cayendo casi de río en río del pensamiento, como un salmón desbordado en busca de la cueva las revelaciones. Y así ha sido, hasta que gracias al cielo, me he dado de frente con una entrevista a un tipo que no conocía hasta esta misma mañana. Y que en cierto modo, me ha salvado.

9. El tipo es un novelista japonés que vende mucho allí y, por lo visto, ahora también por el mundo adelante. Y que además debe ser muy bueno, nunca está de más aclararlo. Su nombre es Hideo Yokohama.
El periodista dice de él que, por oposición a la aparente dificultad de conseguir entrevistarle, es un hombre humilde.
Y en verdad lo es, y este dato es absolutamente determinante, verán. Y de qué forma.

10. A Hideo le gusta sobre todo escribir relato corto. Aunque lo que más lee en realidad es no ficción. De hecho afirma que aspira a escribir ficción que sea más potente que la vida, que los mismos hechos, a la vez que señala que lograrlo es casi imposible. Aunque esa fue la razón por la que dejó el periodismo y se hizo escritor. Y luego afirma casi alegremente que si se plantea escribir una novela es porque la narración necesite una estructura con más capas.
Bien. Digo alegremente porque la primera novela que escribió le llevó diez años.
Y aquí llega lo que me ha servido como explicación a mi desconcierto.

“Antonio López e Hideo Yokoyama viendo crecer la hierba” (acrílico, tinta china y oil stick sobre madera) por O`Choro Pedro Alonso "O Choro"

11. Hideo empezó la novela que tardaría en escribir diez años cargando al protagonista con un peso muy grande. La experiencia le enseñó que demasiado grande para sus fuerzas, y más aún tras sufrir un infarto en el proceso de escritura e incluso, durante un periodo, ciertos problemas de memoria.
Pero lo más duro, lo que le puso realmente a prueba (es decir, más duro que el infarto y la pérdida de memoria) fue tomar consciencia a los dos o tres años de arrancar la narración, de que existía una brecha entre la persona que empezó a escribir el libro y la que lo escribía tres años más tarde. Es decir, que su sensibilidad había cambiado. Y luego más tarde, a los siete años, igual o peor. De modo que al margen de la dificultad de hacer avanzar al hombre de la novela con más peso del que él como escritor era capaz de gestionar, la complicación más grande la representó tener que ir ajustando el punto de vista de todo lo escrito según avanzaban los años porque nuestro querido Hideo (ya saben, el autor) iba cambiando.
Ha sido leerlo y casi como por arte de magia, relajarme.
Algo dentro de mi estómago se ha abierto.

12. Cuántas cosas han pasado durante los doce meses del 2020 es algo que cuesta creer. Lo veo en mis notas. Y esto lo pienso además según observo los árboles y el patio que tengo delante, repletos de nieve, todo tan normal y en cierto modo tan alucinante. Tan perturbador. Tan hermoso. Ver esa nieve que no cae y cuaja así desde hace unos cincuenta años.
Estos días, al escribir intentando alinear todas esas notas que se me fueron cayendo como uvas maduras del manojo de este loco año, en algún furtivo segundo empezaba a tener la sensación de que todo tenía una explicación posible.
Pero cuando alineando dato tras dato tras dato, estaba a punto de entenderlo absolutamente todo, todo, todo, cuando por fin iba a ser capaz de meter todas las variables, la información entera en una fórmula, cuando rozaba la explicación última que a todo daría sentido, me daba cuenta de lo que en realidad estaba cambiando a medida que los hechos se alineaban, ya no solo era la realidad misma según creía entenderla a través de mis notas, sino también yo mismo.
Y entonces me acordé de una película de no ficción que habla precisamente de eso. O al menos de algo muy semejante. “El sol del membrillo”, de Víctor Erice. No sé si la han visto.

13. El protagonista de la película documental de Erice es Antonio López, uno de los más grandes directores de la mano de uno de los más grandes pintores españoles. Muchos lo conocerán porque fue él el que tardó más de veinte años en pintar el cuadro de la familia real, aunque este dato en verdad no ayuda. Digamos que su técnica es naturalista, hasta extremos que podríamos considerar hiperrealistas. Claro que si no dijese nada más sobre lo que le define, su particularidad como creador no quedaría apuntada, quiero decir, lo que entendemos como su voz, su personal visión. De él son esos cuadros de la Gran Vía que lleva pintando años, o alguna perspectiva de Madrid en la que prácticamente solo se ven edificios.
Si uno tiene sus cuadros delante, tras el primer impacto al ver la realidad reflejada con semejante y aparente nivel de minuciosidad, se dará cuenta de que lo que le importa no es lo que parece, sino lo que es. Si no lo han visto, les diré que hay obras suyas en las que más que ir a la casa de tu infancia otra vez (si lo que pintase fuese la casa de tu infancia), lo que logra transmitir es la respiración de la casa. El aire o lo que sea que está suspendido en él.
Lo intangible.

14. Pues bien. La película intentó documentar el proceso en el que Antonio López trataba de pintar al óleo un árbol de membrillo en el mismo patio de su taller.
Y ahí tienen ustedes a Antonio, pintando y pintando y pintando (bien) igual que yo estos días escribiendo (sin dejar de darme todo el rato contra las esquinas, mal), hasta que llega un momento en que el maestro empieza a hacer marcas aquí y allá en los frutos del árbol, marcas con pintura, pero también en las hojas, en las ramas.
Al principio yo no entendía.
Desconcertado escudriñaba el plano preguntándome. Pero ¿qué está haciendo?
Hasta que por fin lo vi.

15. Verán. El árbol iba madurando sus frutos, jornada a jornada. Que iban cambiando de tamaño. Pero también de peso, con lo que toda la relación minuciosa de elementos y visible y de qué manera a ojos del maestro, iba cambiando.
Y así Antonio (en una carrera loca por captar el puro presente) iba ajustando los infinitos detalles de la pintura a los hechos, según la transformación que operaba sin tregua el paso de las horas y los días en el cuerpo del árbol! Corrigiendo y corrigiendo la posición y tamaño y el número de todos los elementos, por no ponernos a hablar de la relación con la luz, etcétera.

16. Madre mía.
La tentación ahí es decir:_este tipo está loco.
O pero a quién se le ocurre?
O qué sentido tiene pintar lo que es imposible? Porque (y esto es un spoiler) al final Antonio (en cierto modo atrapado por su virtuosismo) decide casi como es lógico que aquello de registrar el puro presente del árbol, resulta por completo inabordable.
Por lo que tras varias semanas de ardua tarea, desiste de su intento, dando por finalizado el viaje creativo y la película sin haber podido rematar el cuadro.

17. Se me está ocurriendo quizá una idea para el próximo artículo, pero antes acabemos este.
Y yo me pregunto y les pregunto: ¿No haber podido ser capaz de pintar, o más bien de completar el cuadro, fue para Antonio una derrota?
Es seguramente un dato esencial para quien aprecia su trabajo, que su afán (ya lo he dicho, pero quiero repetirlo una vez más) más allá de su aparente intento por reflejar la apariencia de la vida, esconde la tremenda ambición de intentar captar la misma vida.
Esa que como la razón, parece escaparse últimamente imparable entre nuestros dedos.
De modo que me digo: puede ser verdad que las fórmulas para captar y explicar lo que está pasando, se vean incapaces. Quizá porque están viejas, o porque son rígidas, o porque directamente están obsoletas. O porque directamente nos empeñamos en que los hechos se ajusten a lo que nosotros queremos.

Si algo estamos volviendo a captar, no sin cierta aprensión, es que la vida, cuando se pone, no hay quien sea capaz de hacerla presionera

18. O sencillamente (y aquí quiero conectarme con Hideo y Antonio) porque a veces la vida es mucho más grande que el sistema de nuestra mente. Ese que está empeñado en hacer entrar al mundo en cintura. Para que la realidad se ajuste a lo que nosotros queremos.
Y está visto que últimamente de un modo impactante, la realidad no se deja.
Sí, la vida no se deja, o por lo menos no siempre (aun cuando a veces duela).

19. Y me atrevería a decir incluso que lo que sucede (ajeno a nuestro control) no es en sí mismo bueno o malo. (Y con esto no digo que uno tenga que resignarse sino todo lo contrario).

20. Si algo estamos volviendo a captar, no sin cierta aprensión, es que a la vida,cuando se pone, no hay quien sea capaz de hacerla prisionera. Que por momentos no es más que pura e imprevisible y hasta paradójica vibración.
Porque la vida no tiene coto.

21. En ocasiones, recordarlo asombra. Sí, impone.
Nota: Ruego a mis guías y me pido a mí mismo talento y voluntad en este 21 para afinar la escucha. Para, más allá de entender o no, incluso de sufrir o gozar la suerte, ser capaz de volver a caer en la cuenta de que, aunque el cuadro no responda a lo que nos propusimos, la vida y su expresión en el puro presente (como seguramente resolvió Antonio) son propiamente un milagro.
Inabarcable.

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