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Cualquier tiempo pasado fue peor, salvo excepciones

Pesquero gallego faenando en el mar de Terranova a mediados del siglo pasado.

Inauguro mi primer artículo de 2021 con una pregunta que se suscitó en uno de los encuentros familiares e intergeneracionales propios de estas fechas: ¿Se puede afirmar sin movernos de la sociedad occidental en que nos tocó vivir que los que nos siguen van a vivir peor que nosotros?

La cuestión se suscitó cenando con mi hija y su marido, que se despacharon a gusto y con buena munición argumental para reafirmar que su generación había sido más castigada que la nuestra por la precariedad, no solo la falta de trabajo sino la minusvaloración económica y de derechos del mismo cuando se lograba. Por fortuna, no entró en materia una nieta que acaba de cumplir 17 y también se sentaba en la mesa. Hubiera complicado aún más las cosas la opinión de una tercera generación.

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Es cierto que ya se ha acuñado la expresión de “generación perdida” a la que le ha tocado establecer su futuro entre dos crisis: esa de los llamados “milenials”, con una crisis económica a los inicios de sus proyectos vitales, que empezaba a recuperarse cuando otra ha vuelto a azotarles. No solo se encontraron una crisis económica cuando empezaban a incorporarse al mercado laboral, sino que ahora, cuando muchos —ni siquiera todos— empezaban a estabilizarse en sus oficios, vuelven a estancarse por la pandemia. Aunque yo les indiqué, tras untar un poco de foie en el pan, que hubo muchas generaciones perdidas anteriormente, como la cohorte generacional que alcanzó la mayoría de edad durante la Primera Guerra Mundial por no ir a la segunda o a la de la guerra civil española, mi hija y su compa conyugal sostenían con buenas razones que al menos su generación lo tuvo más complicado que la de sus padres, que viene a ser la mía.

Los sociólogos, psicólogos sociales o estadísticos tienen materia sobrada para hacer sus matizaciones y yo dije en la mesa que sí, pero depende porque ellos, nacidos en los 70 u 80, habían sido la generación más protegida y promocionada del siglo XX en que nacieron, habían dispuesto de medios de subsistencia inusitados. En cualquier caso, para simplificar, podríamos reconocer que los que nacimos en los 50/60 siempre vimos un horizonte de crecimiento en derechos y mejora económica pero, si mirábamos hacia atrás con perspectiva más global, la vida siempre había sido peor.

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Un día después de esa cena me encontré por azar con un gallego ya jubilado, Castor Covelo, retirado hace unos diez años como director de banco. Hablando distendidamente, le comenté ese cruce de criterios habidos en la cena. “Mira -me dijo- mi padre José Covelo Araujo, era marinero y mi abuelo Agustín había sido patrón de pesca. Mi padre, un hombre del mar, náufrago en 1953 en Gran Sol, regresó repatriado con lesiones por la virulencia de la costa.Después fue a la mar a Terranova, donde permanecían cinco meses, regresaban a puerto, descansaban un mes y vuelta a empezar. Yo nací en 1.945, en la Calle Emilio Rubin, n 7 -2º( Calle de los Cestos). A mi padre le veía dos meses alternos al año, por su ocupación en Terranova. Lo de Terranova era terrible, los barcos no estaban acondicionados y las temperaturas bajo cero eran tan fuertes que alguna vez fueron rescatados por buques rompehielos para sacarlos del atolladero”. Cuando le oí contar esto a mi amigo Castor, pensé que gran parte de las memorias de personas que yo mismo había tenido que recostruir para este periódico se nutrían de ingredientes parecidos aunque no fueran tan extremos: de una orfandad de medios y derechos brutal, de una lucha por la vida extenuante. Definitivamente, salvo excepciones históricas, cualquier tiempo pasado fue peor.

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