Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La mujer que desafió al viento

La gran atleta Julia Vaquero está acostumbrada a correr cuesta arriba. Lidió con enfermedades, dificultades económicas, soledad, engaños... Hoy vuelve a sonreír y tiene una meta: transmitir su experiencia

Julia Vaquero entrena cerca del colegio A Sangriña, en A Guarda, donde empezó de niña a correr Alba Villar

Correr fue la terapia, la salvación y el infierno de Julia Vaquero. Su gloria y su tormento. La mejor atleta gallega de todos los tiempos lleva sorteando obstáculos desde su niñez. Pero la carrera continúa, aún con cuestas muy empinadas. Y Julia tiene una meta clara: vivir en paz y poder transmitir a las nuevas generaciones los conocimientos que adquirió tras años dedicada al deporte de élite.

¿Quién soy?

“Una mujer guerrera, inconformista, perfeccionista y rebelde. También soy divertida y alegre y no soporto las injusticias sociales”

La deportista pontevedresa se convirtió en la reina española del fondo y medio fondo en los años 90: quedó novena en la final de 10.000 metros en los Juegos Olímpicos de Atlanta en 1996; subcampeona en los Europeos de campo a través en 1994 y 1995. Consiguió en Oslo en 1996 el récord nacional de 5.000 metros lisos, que aún a día de hoy resiste; campeona del Challenge Europa y del Campeonato Ibérico de 10.000 metros en 1996 y 97… Parecía imparable. Sin embargo, el deporte de élite, quizás más aún en las mujeres, esconde un rostro cruel que no todos sus protagonistas son capaces de soportar.

Julia nació en Chamonix, Francia, en 1970. Tan solo vivió en la ciudad francesa tres meses ya que sus padres, gallegos emigrantes, decidieron traer a la pequeña a A Gándara (A Guarda), donde se quedó al cuidado de su abuela materna, Concepción.

Julia estudiaba con ahínco y ayudaba a su abuela en las labores del campo y de la casa. Recuerda la precariedad en la que vivían –“sin agua corriente ni calefacción”– pero Julia era una niña alegre. “Me crié libremente, siempre en la calle”, dice. Veía a sus padres durante los meses de invierno, cuando regresaban a casa, aunque, confiesa, “me costaba sentir apego hacia ellos”.

La privilegiada genética que heredó de su progenitor, Nemesio, –“un portento jugando al fútbol”–destacaba ya en la pequeña Julia. “Me divertía corriendo; al principio era algo tan simple como eso”, asegura.

Julia Vaquero corriendo el 58 campeonato de Galicia de Campo Magar

La muerte de su padre en circunstancias extrañas fue el primer golpe que recibió Julia, con solo doce años. “Mi padre tenía problemas con el juego y mi madre, aunque lo intentó en muchas ocasiones, no pudo sacarlo de allí. En una de sus estancias en A Guarda, desapareció. Durante una semana entera no supimos nada de él y, finalmente, apareció muerto en la playa. Tuve que ir a reconocer el cadáver… Yo creo que lo mataron en un ajuste de cuentas, pero nunca quedó claro”, relata con la congoja de revivir un momento tan dramático.

Julia y su madre quedaron en una situación económica muy complicada. “Mi madre tuvo que sacarme adelante sin ningún recurso económico; era una mujer muy fuerte”, alaba la atleta. Y Julia hizo también gala de una enorme fuerza interior. Siguió estudiando, con el apoyo de becas, trabajando en la finca… Y corriendo. “A falta de psicólogos, correr se convirtió en mi terapia”, asegura.

Las medallas no se hicieron esperar. La pequeña, sin contar siquiera con unas zapatillas apropiadas ni con un entrenador que la guiara, debutó en las competiciones deportivas escolares. Sus maestros, sorprendidos por su talento, la animaron a participar en el campeonato comarcal de cross, en A Guarda. Tras colgarse la medalla, hizo lo propio con el provincial, el gallego y, como colofón, el nacional. “Yo era la primera sorprendida”, advierte. Tras triunfar en el campeonato de España, con 14 años, los entrenadores no tardaron en ir a buscarla. Julio Fernández fue su primer técnico. Pero al que recuerda con más cariño es a Alfonso Ortega:

“Fue como un padre para mí; un hombre muy inteligente del que aprendí mucha psicología”

decoration

La carrera continuaba y Julia entrenaba a tope, lloviera o granizara. Entre sus muchos triunfos destacó su oro en el Campeonato de España Universitario de campo a través y el de Campeona de España Junior en 1.500 metros (1989). Ganó el Campeonato de España Absoluto de campo a través siete años consecutivos, de 1992 a 1998.

Julia Vauqero entra en meta en la final Española Emilio Morenati

Las medallas se acumulaban en su cuarto, pero el peso que la joven cargaba a sus espaldas comenzaba a ser excesivo. “Sentía una presión muy grande; no podía perder las becas con las que estudiaba y en los campeonatos se metían conmigo porque estaba gordita y tenía un cuerpo muy masculino… empecé a acomplejarme”, confiesa. La comida, afirma Julia, se convirtió en su válvula de escape y sufrió trastornos alimentarios.

Tuvo la oportunidad de participar en las olimpiadas de Barcelona en 1992 pero no alcanzó la marca mínima. “Fue una gran desilusión y estuve a punto de tirar la toalla”, recuerda. Pero no lo hizo.

Tras acabar los estudios en A Guarda, y siguiendo el consejo de quien más tarde se convertiría en su marido, Julia estudió INEF en A Coruña. “Yo prefería Magisterio de Educación Infantil porque no me interesaban nada otros deportes como el baloncesto y el balonmano, pero él me convenció y ese fue otro de mis grandes errores”, admite.

Tras terminar sus estudios, Julia estuvo un año impartiendo clases como interina en Ourense y Vigo, pero finalmente también tuvo que apartarse de la enseñanza. “No estaba preparada para ser profesora”, considera.

Julia Vaquero en el colegio A Sangriña, donde empezó a correr Alba Villar

En 1996 participó en las olimpiadas de Atlanta. Entrenaba muchas horas y quedó novena en la prueba de 10.000 metros. “Lo pasé muy mal porque sufrí muchos nervios; en pista siempre me sentía inferior al resto y no soportaba la presión mediática”.

Todos aquellos sufrimientos hicieron mella en la salud mental de Julia y comenzó un peregrinaje por diversos psiquiatras que le diagnosticaron un trastorno bipolar y recetaron hasta 12 pastillas diarias. En ese estado, comenzó a bajar su rendimiento y la competición se convirtió en un sueño (o en una pesadilla) cada vez más lejano. En el año 2000 abandonó el atletismo profesional.

En esos años, Julia se casó “porque tocaba” pero de aquella relación “dañina” nació la que asegura es su mayor triunfo: su hija Xulia, que ahora tiene 17 años.

“Mi hija es, sin duda, lo mejor que me ha pasado en mi vida y el principal motor que me impulsa en estos momentos para salir adelante”

asegura con una gran sonrisa.

decoration

Julia ha superado un divorcio difícil y luchado contra la enfermedad mental sin contar apenas con ayudas y en una situación económica muy precaria, viviendo tan solo con una mínima pensión no contributiva. “Cuando dejas de estar en lo más alto, las instituciones se olvidan de ti. Me siento muy abandonada; tan solo el Comité Olímpico me ayuda pagando la medicación”, agradece.

Sin embargo, y tras muchos años sin ponerse las zapatillas, Julia volvió el pasado verano a entrenar. Por fin un psiquiatra redujo y ajustó su medicación y eso le permitió recuperar parte de su legendaria fuerza. “Yo no sé de dónde sale mi coraje tras tantos años de dolor, traición, engaños y maltrato, pero tengo ganas de vivir. Ya que no ejercí como profesora, me gustaría transmitir mis conocimientos o ayudar de alguna manera a los deportistas, quizás desde una fundación que llevase mi nombre”, sugiere con la misma valentía de mostraba en las pistas.

Julia hace poco a poco las paces con el deporte y le vuelven a brillar los ojos porque tiene un sueño por cumplir: acabar un maratón.

De momento, se acaba de federar en el club de Atletismo Trega. Los mismos campos que agitaba de niña con sus carreras, la observan ahora, de nuevo, desafiando al viento.

Las pioneras Kathrine Switzer, la primera mujer que corrió un maratón

La estadounidense Kathrine Switzer (1947) es mundialmente conocida por ser la primera mujer que corrió y completó oficialmente una prueba de 42 kilómetros. Fue en Boston en 1967, una carrera en la que no estaba permitida la participación de mujeres. Fue un hecho sin precedentes en una época en la que los hombres creían que las mujeres no eran capaces de correr más de una milla y media (2,4 kilómetros). El número de su dorsal, el 261, se convirtió en un símbolo de la defensa de la igualdad de género.

La americana completó la prueba sin mayores problemas, con una marca de 4 horas y 20 minutos, y desde entonces Switzer ha participado en 34 maratones más, conquistando el de Nueva York en 1974. No obstante, lo importante para ella es que su imagen “abrió el camino de las mujeres hacia la igualdad de participación en las pruebas de fondo”.  

Compartir el artículo

stats