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Balada de Joe Hill

En los inicios del movimiento de la protest song, entre finales de los 50 y principios de los 60 del siglo pasado, Joan Báez popularizó una vieja canción compuesta por Anthony Hayes y Earl Robinson. A España, no obstante, había llegado mucho antes, traída por las Milicias del Batallón Lincoln que combatieron en la Guerra Civil. También Bruce Springsteen, entre otros, ha interpretado una magnífica versión de esta balada.

Y es que Hill es un personaje del que se merece tener noticia, no en balde está considerado uno de los pioneros de la canción de autor moderna, precursor de posteriores figuras como Woody Guthrie, Pete Seeger, Bob Dylan o la propia Báez. Sin embargo, su vida, breve, dura y sufrida, acabó en tragedia: acusado de asesinato, todo parece indicar que injustamente dadas las irregularidades del proceso judicial en el que se le incriminó, fue fusilado el 19 de noviembre de 1915 (acaban de cumplirse 105 años) en Salt Lake City (Estados Unidos).

Nacido en Suecia en 1879 como Joel Emmanuel Hägglund, Hill emigró a Estados Unidos tras el fallecimiento de sus padres. Como tantos otros, tuvo que empezar a ganarse la vida en los primeros trabajos que le ofrecían, aunque mayormente se empleó como estibador y minero. Muy pronto surgió en él una concienciación de clase que lo llevó a afiliarse al sindicato IWW (Industrial Workers of the World) en el que destacó como un activista incansable y, consecuentemente, muy molesto para la patronal. El “arma” utilizada por Hill para activar en la lucha a sus compañeros no eran los discursos, sino la música. Las letras de varias de sus canciones eran editadas y difundidas en los periódicos y boletines sindicales; se trataba de unas canciones con pegadizas estrofas y contenido reivindicativo, con música popular procedente del Country&Western, con las que componía himnos combativos que pudieran ser aprendidos con facilidad y cantados por los obreros en las movilizaciones y huelgas.

Joe Hill dejó como legado, además de decenas de piezas musicales, la mayor parte de ellas recopiladas en el Libro Rojo de las Canciones (Red Songbook) un poema-testamento encabezado por estos versos: Mi testamento es fácil de decidir/ porque no hay nada que repartir. /Mi familia no necesita preocuparse y llorar/… /¿Mi cuerpo? Oh, si pudiera elegir/ yo lo reduciría a cenizas, y dejaría a las alegres brisas soplar/ mi polvo a un lugar donde crezcan flores.

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