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El acento de Gabriela

El acento de Gabriela

A Gabriela la mudanza le ha regalado un año. Mientras arreglan la convalidación de su bachillerato, la universidad tendrá que esperar. El tiempo le vendrá bien porque aún no tiene claro si estudiar teatro o matemáticas. Por ahora, busca actividades para rellenar sus días. Sus padres le han aconsejado que prepare el Proficiency, el certificado más alto de inglés que expide Cambridge. La idea no le ilusiona porque, para Gabriela, hablar inglés ha sido siempre algo natural. Desde pequeña, sus padres la enviaban en verano a Durango, un pueblecito en Texas, donde su tío Nelson trabaja como veterinario.

"A quien me pida el certificado, podría enseñarle mis fotos en el lago Wichita’”

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Sin embargo, su madre insiste en que empapele su habitación con diplomas porque las cosas en España no le resultarán fáciles.

Gabriela lleva tres meses en Santa Cruz, a las afueras de Coruña, y ha encontrado una escuela de teatro donde ensayan Los Miserables. Espera que le dejen hacer el papel de Fantine, aunque otra chica tiene opciones. El otro día, me preguntó si conocía algún sitio donde quiten acentos.

“No quiero que me descarten por latina”

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Alguien le ha dicho que, cuando llegan a Londres, los indios se apuntan a un centro para neutralizar su acento ya que así tienen más posibilidades de que les contraten.

Yo le cuento que fui a una escuela de lenguas donde cada alumno tenía un acento distinto. Era un edificio destartalado, con una moqueta llena de quemaduras y una máquina de vending astillada, pero también era un lugar donde conocí a gente de países maravillosos. Sobre la ventanilla de secretaría, un cartel decía: ‘Nunca te rías de alguien con acento. Querrá decir que habla una lengua más que tú’. Gabriela menea la cabeza, convencida de que esa frase no vale para españoles y latinos. Entonces, le pregunto qué le parece el de Coruña y me confiesa que la gente suena triste que le dan ganas de abrazarlos. Le advierto de que, si quiere ser actriz, deberá preocuparse más de aprender acentos que de eliminarlos. Entonces, se coloca las gafas y me responde que le valdría con apagarlo de vez en cuando. Luego se cansa, se enrolla la bufanda y me dice que su abuela le hablaba mucho del frío gallego, pero que no le parece para tanto.

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