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Robo del Códice Calixtino, una intriga entre odios y lucha de poder

El periodista Luis Rendueles rastrea un caso que supera la ficción en el libro "Los ratones de Dios", título inspirado en una frase del deán

El antiguo deán José María Díaz, a la derecha, y el entonces archivero, Segundo Pérez, delante de la urna blindada con el códice en una sala del pazo de Xelmirez, anexo a la catedral de Santiago, donde se montó en 2012 una exposición sobre el libro tras su recuperación. Cuenta Rendueles que "tras el escándalo del robo y el juicio, don José María Díaz fue cesado de sus puestos y apartado a una casa parroquial en Milladoiro". Castiñeiras "había dicho que ellos dos eran como un tío y un sobrino, muy allegados". //Óscar Corral

Sucedió en julio de 2011. El Códice Calixtino, un manuscrito del siglo XII de incalculable valor que es la primera guía de viajes del mundo y una de las joyas culturales más importantes de España, desapareció de la catedral de Santiago de Compostela. Un robo emocional del electricista del templo, sin motivos económicos, desembocó en una investigación policial con tintes de novela de Dan Brown. El periodista Luis Rendueles profundiza en el apasionante caso en el libro "Los ratones de Dios".

Cuando desapareció el códice, recuerda, "yo era subdirector de la revista 'Interviú'. Me tocó cubrir las investigaciones de la Policía y ya me resultó un asunto fascinante. Había un lugar del crimen incomparable, mágico, una piedra que intimida. Un sitio lleno de leyendas. Luego, al ir conociendo los detalles, me fascinó aún más. Los policías pusieron luz dentro de la catedral de Santiago y entonces supieron que allí había muchos "ratones", personas que robaban, odios entre canónigos, luchas de poder...".

La inspectora Ana, la segunda del inspector jefe Antonio Tenorio, le contó que al principio "iban por la catedral algo intimidados por la imponente presencia de las piedras, de la historia del lugar. Son policías de la Brigada de Patrimonio Histórico, detectives que buscan obras de arte, pero sobre todo son policías. En Santiago intentaron que hasta las piedras hablaran y chocaron con el recelo de buena parte de los habitantes del mundo de la catedral, un mundo hermético y también muy poderoso".

La realidad es fascinante: "Robar un manuscrito del siglo XII para hacer daño al deán de la catedral y tenerlo durante un año y un día metido en un saco de piensos para conejos dentro de un garaje... Todo por venganza, porque habían despedido al electricista... Que el deán sugiriera al ladrón entregar el manuscrito bajo secreto de confesión para evitar que fuera condenado... Que hubiera robos en la catedral desde al menos ocho años atrás, que hasta se colocara una cámara oculta en el despacho de las cajas fuertes, que alguien la reventara y que nada de eso se denunciara hasta que el códice volvió a aparecer, que una monja apuntara a la Policía que sospechaba del organista de la catedral porque se decía que era homosexual y frecuentaba ambientes extraños... Yo no tengo talento para crear una ficción así. Algunos aspectos del robo y las investigaciones sí resultan increíbles, pero todo lo que está en "Los ratones de Dios" fue lo que averiguó la Policía. Algunas cosas son delito, otras son pecados o fallas morales".

Siempre queda algo que no se ha podido contar: "En este caso, me habría encantado hablar con Manolo Castiñeiras, el ladrón condenado. No pudo ser. Estaba en prisión y ahora está hospitalizado, sufrió un derrame cerebral hace unas semanas". Hay personas que le aportaron datos, "pero me pidieron que no diera su nombre y otras que salen camufladas o con otros nombres. Las investigaciones sobre las personas de la catedral descubrieron episodios íntimos muy delicados. Uno de esos episodios no está en el libro. Haría más daño que lo que aportaría".

El inspector jefe Tenorio fue calificado por el juez Vázquez Taín, el encargado del caso del códice, como "un héroe", y "no solo por el asunto Calixtino. Tenorio es una autoridad en toda Europa en temas de Patrimonio Histórico. Fue fundamental para resolver el caso. Es un hombre recto, de acción, que llegó a poner la catedral "patas arriba" hasta que apareciera el códice. Se enfrentó al deán, un personaje muy poderoso, a otros canónigos y soportó muchas y distintas presiones. Tenorio, lo digo en el libro, me recuerda un personaje de los westerns de John Ford y Howard Hawks. Un tipo íntegro, un profesional. Cualquier vecino que le vea dando un paseo, con su maltrecha espalda, no sabe que se está cruzando con una eminencia en arte y en la Policía. Es una pena, aunque conociéndole creo que tampoco le gustaría que le pararan, ni la parafernalia ni los focos.

La catedral es todo un personaje: "Es el corazón de Santiago. También su motor económico. Quizá por eso se guardó silencio sobre los robos y los episodios de violencia. Se decidió que era preferible evitar los escándalos. Cuando la inspectora Ana le pregunta al deán por qué no se denunciaban los robos, él le responde: "Hija, donde hay queso siempre hay ratones".

Hay un trabajador del Vaticano que habla con la Policía y les dice que "la catedral de Santiago es la única de todo el cristianismo que está gobernada por una especie de sindicato, un sindicato poderoso y cruel, les dice. Hasta que ocurre el robo del códice, no daban cuentas a nadie. Luego, la Xunta de Galicia nombra un gestor, un ejecutivo. Curiosamente, el primer año de control digamos civil de las cuentas de la catedral, las donaciones pasan de 570.000 euros (que los canónigos declararon en 2013) a 1.030.000 euros al año siguiente. Pudo ser por fervor religioso simplemente. Nunca lo sabremos".

La catedral es "una mina de ingresos y de riqueza", subraya Rendueles, "el canónigo administrador del templo admitió ante la Policía que en la caja fuerte podía haber un día bueno hasta 50.000 euros; de forma que alguien como el electricista pudo llevarse de allí (parece que es su récord) 37.800 euros en una sola tarde. Castiñeiras explicó en una carta enviada al juez que 'todos' robaban dinero. Que un trabajador pasaba tres meses al año en La Manga del Mar Menor con lo que sisaba de los cepillos, que otro iba mucho a Tenerife y un tercero se hizo un edificio de cinco pisos, bajo y garaje en un terreno que tenía en Galicia. Aseguró que también se robaba parte de los donativos en especie que llegaban a la catedral, como buenos vinos, jamones, cestas..."

"La pobreza es violada por la avaricia y todo género de vicios se fomentan", dice el Códice Calixtino. Un empleado de la catedral "robaba bandejas de oro y las cambiaba por otras simplemente doradas. Un contable se llevó cinco millones de pesetas. En el Museo de la Catedral desaparecieron valiosas obras de arte.... El códice fue solo el último episodio de una rapiña que duró años".

El electricista hablaba en su denuncia "de preservativos usados en el convento de las Mercedarias (monjas de clausura) y de canónigos que se metían en la cama cuando los jóvenes aspirantes a sacerdotes del seminario estaban dormidos... La Audiencia de A Coruña entendió que no había pruebas suficientes para investigar esos asuntos y cerró el caso".

Hay ingredientes de intriga y de misterio en la historia: "Las votaciones para elegir jefe, el deán, se hacían metiendo los nombres en un cántaro bueno y otro malo. Los canónigos vivían y morían allí, algunos están enterrados bajo el claustro. La novela narra incidentes entre canónigos, con insultos y acusaciones de corrupción. La Policía descubrió una guerra de poder entre dos facciones, una más próxima al Opus Dei y otra dirigida por el deán, digamos más abierta en cuanto a la forma de entender la religión".

Chantajes sentimentales, guerras entre canónigos, acusaciones de homosexualidad, consumo de drogas... "Los pasillos de la catedral y la piedra hablaban muy pronto de los 'efebos' del deán. Un mendigo llamaba desde distintos puntos de España al jefe de la catedral y le extorsionaba, le sacaba dinero a cambio de no se sabe bien qué... La Policía llegó a llevarse detenido a uno de esos monaguillos. Mientras le interrogaban, el deán recuperó la memoria y les indicó un punto de la catedral donde debían registrar. Allí estaban las llaves con las que el electricista entró en el Archivo para llevarse el códice...".

Un año después del robo, el juez Vázquez Taín y el inspector jefe Tenorio "deciden ordenar el registro de las casas del electricista. No hay ninguna garantía de que el códice esté allí. El fiscal del caso no firma la petición de registro. Lo hacen ellos dos y se exponen a críticas durísimas si no lo encuentran. Se la jugaron. La suerte es de los audaces, suele decir Vázquez Taín. Ellos lo fueron".

Le encantaría que le dejaran ver "las catacumbas, pero no creo que lo consiga. Por deformación profesional, me interesa el claustro que da acceso al archivo donde se guarda el códice. Y también la puerta de Platerías. Allí está la escultura de la mujer adúltera, representada por una mujer de pelo rizado que sostiene la calavera de su supuesto amante. El Calixtino dice que su marido se la había cortado como venganza y la obligaba a ella a besarla dos veces al día".

Rendueles lo tiene claro: "Nadie estamos libre de pecado. Mucho menos en los circuitos donde se reparten poder y dinero. Y en la catedral de Santiago sobraban de las dos cosas. También hay siempre personas que sorprenden por su grandeza, su dedicación, su desinterés... en todos los casos criminales las hay". Y advierte de que "no es un libro anticlerical, ni mucho menos. Aunque supongo que algunas cosas que allí se cuentan no gustarán en según qué círculos".

El juez Taín, que sigue en activo y ha publicado novelas policiacas, no es un personaje de película pero sí es "un juez diferente. Se jugó la vida luchando contra narcotraficantes en la ría de Arousa, la zona cero de la cocaína en Galicia. Escribe libros, es un hombre inquieto, empático, nada corporativista... Cuando estaba investigando el robo del códice, un tipo al que había condenado por malos tratos quiso echar ácido en la cara del hijo del juez para desfigurarlo. Fue detenido".

En muchos momentos entra en juego la España berlanguiana, "y también hay algo de la España de Torrente. Por ejemplo, un supuesto sicario marroquí al que le pagan 300 euros para darle una paliza a un canónigo administrador de la catedral por un antiguo asunto. El electricista ladrón dice que había carreras entre varios trabajadores de la catedral para llegar a los cepillos con dinero de los peregrinos y rapiñar lo que se pudiera, especialmente los de la zona derecha del altar, donde al parecer los devotos son más generosos y dejan más billetes... Berlanga habría hecho maravillas con esta historia".

Es un privilegio "manejar información y haber contado con la ayuda de las personas que resolvieron el caso. Lo más laborioso fue ordenarlos y darle forma. Con todas mis limitaciones, he intentado que la novela tenga algo del clima de Agatha Christie y también un poco del juego del Cluedo, pero dentro de la catedral de Santiago".

A Castiñeiras, que permanece hospitalizado a causa de un ictus sufrido hace varias semanas, le han retratado "como un tipo simple, pero los policías me dicen que era más listo que una ardilla. Un hombre de pueblo, irónico, capaz de aguantar durante un año la presión policial.... Que siguió yendo cada día a la catedral a misa y a rezar, y siguió robando dinero de la caja fuerte sabiendo que los mejores policías de España estaban allí, encima suyo... No habló con nadie del robo durante un año... Es un enigma, siempre se negó a que le examinara un psiquiatra. Su padre tuvo problemas de acumulación de objetos, algo similar a un síndrome de Diógenes, Castiñeiras robaba cartas de vecinos y en la cárcel acumulaba los tiques de la cafetería... No tiene glamour, no es guapo, se presentó en el juicio con zapatos rotos, pero es un tipo listo e interesante. Dos policías que le vieron un día festivo fuera de la catedral, arreglado, repeinado y con un Lacoste rosa se asombraron y pensaron que no era él. Cuando le preguntaron, contestó: "Parecéis tontas, a la catedral hay que ir de pobre'".

Ahora hay 43 cámaras de seguridad y uno de cada cuatro euros se gasta en seguridad. ¿El códice está a buen recaudo? "Los grandes robos de arte siempre tienen que tener lo que la Policía llama un santo. Alguien que colabore desde dentro, como pasó con el guardia de seguridad de la casa donde Esther Koplowitz tenía sus cuadros en Madrid. Hoy es mucho más difícil robar el códice, casi imposible, pero con un buen santo... En 1906 se robó la cruz que Alfonso III el Magno, el rey de Asturias, había donado a la catedral en el siglo IX, y nunca fue recuperada. Todo indica que fue un robo cometido por un santo".

Pero hay un misterio que quizá nunca se resuelva: "El Calixtino fue una obra del siglo XII pensada para dar realce a Santiago, para convertirla en un segundo Vaticano. Se atribuyó su autoría al Papa Calixto II, pero ya se asume que aquello fue falso y se hizo para darle fama y conseguir peregrinos, como algunas otras cosas. Nadie sabe hoy si lo escribieron una o cuatro personas. La religión, como la política o el fútbol, necesita un relato, que dicen ahora los horteras. En la catedral de Santiago se decía en el siglo XVIII que había un frasco con lágrimas de la Virgen María y otro con leche de sus pechos. Con el tiempo, se han ido adaptando las leyendas y haciéndolas más 'digeribles' ".

La política aparece "de forma marginal. Desde hace tiempo, yo creo que desde los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, algunos políticos han decidido conseguir votos hablando o especulando sobre sucesos y crímenes, utilizando a familiares de víctimas... En el caso del códice, el ministro del Interior quiso hacer una rueda de prensa a la mañana siguiente de recuperarlo, con los policías agotados y sin dormir... Casi todo vale ya, también los asesinatos resueltos o sin resolver, para conseguir rentabilidad electoral".

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