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Del paso del tiempo y las grandes y pequeñas cosas

¿Tiempo objetivo, subjetivo, interior? ¿Pasa más rápido el tiempo tiempo con la vejez?

Si hago bien las cuentas llevo al menos 45 años escribiendo cada día salvo el tiempo intermedio que dediqué las artes de la guerra, del que, por cierto, nada me arrepiento. Cuarenta y cinco años desde que empecé a construir mi arquitectura periodística son muchos años, tantos como para que no recuerdes a muchos pesos pesados que han pasado por tu pluma o te inventes porque lo has soñado a otros que nunca escrutaste. Hace unos días me enteré de que en mis primeras tentativas periodísticas figuraba una entrevista en 1974 a un histórico como Gil Robles, que fue presidente de la CEDA durante la República cuando Franco aún no la había mandado a paseo y que había llegado a Pontevedra como defensor de unos de los implicados en el juicio por el aceite REACE, al que me enviaron a mí los cinco días que duró siendo yo aún un manzanillo de la pluma. No tenía yo memoria siquiera de tal experiencia, que no tuve más remedio que aceptar cuando mi amigo Carlos Leiro, sirviéndose de una colección de ejemplares de una revista en la que empecé, El Pope, y que halló en ese Museo del Tiempo que tiene Javier Xesteira en Nigrán, me mandó no solo fotos con Gil Robles sino alguna otra entrevista por mí olvidada en el túnel del tiempo como con Conde Pumpido padre, cuando aún estaba en la Audiencia Provincial de Pontevedra y no imaginaba siquiera que iba a ser teniente fiscal del Tribunal Supremo, y mucho menos que su hijo, Cándido también, iba a ser Fiscal general del Estado, o su hija Teruca presidenta del Consello Consultivo de Galicia.

Este reencuentro con el pasado que me proporcionó Leiro, a través para más inri de un anticuario, me hizo pensar en el paso del tiempo y mucho más al coincidir con la presentación que haré del último libro de Andrés Aberasturi el próximo miércoles en nuestro Club FARO. Y es que en este libro, "Poesía de la vida. 187 reflexiones sobre las grandes y pequeñas cosas", hay unas cuantas hermosísimas sobre ese paso fugaz de los años que a él parece preocuparle especialmente." Cuántas muertes son necesarias a lo largo de la vida para que uno la continúe-escribe-. Morimos cuando dejamos de ser niños y volvemos a morir cuando dejamos de ser jóvenes. Vamos sembrando nuestras vidas de pequeñas muertes cada vez que nos mudamos de casa, cada vez que hacemos lmpieza en los armarios, cada vez que abandonamos los paisajes que siempre fueron nuestros. Tantas y tantas veces... hasta que llega la muerte con mayúscula... la única certeza que tenemos". Yo miro hacia atrás y veo que me he pasado la vida escribiendo, y Andrés, que ha hecho lo mismo que yo pero en mejor, dice en su libro que "a veces, solo a veces, escribir es una foma rara y dulce de drenar los silencios y llenar de puentes las distancias; las palabras entonces corren por el papel buscando atajos..." Ahora que veo las fotos, reverdece en mi mente aquel encuentro con Gil Robles, y siento lo rápido que se ha ido el tiempo de mis manos porque me parece que fue ayer, pero 45 años han transcurrido ya de aquello. Digo yo si esta inconsciencia del pasado, de esta ausencia de añoranza me salva escribir cada día de mí y de los otros, enamorarme de vez en cuando, seguir asombrado por las cosas y no sentir para nada lo que cuenta Aberasturi en su libro con esa prosa suya para mí inalcanzable por su hondura y poética forma: " Y a estas edades uno anda -yo al menos- tirando del pobre corazón de un lado para otro para ponerlo a salvo del viento negro, del frío y las ausencias".

Ausencias todos sentimos y vamos acumulando con el tiempo, ese tiempo en que como dice Aberasturi, " los años pasan, y de pronto ha cogido una velocidad inusitada, como si tuviera prisa por llegar a no se sabe dónde. Parece que fue ayer de casi todo, que todo fue solo hace unos días". Son tantos los días pasados pero tan veloces que aún sientes en tu cara el calor de los besos de tu madre pero resulta que se ha ido hace mucho y ya estás sintiendo los de tu hija y de tu nieta. Tantas cosas vividasen tantos pero tan pocos años... Y aprendes al final que casi nada es importante salvo el amor aunque, como dice Aberasturi, "tiene un precio que se paga en lágrimas y risas, en miradas de complicidad y en desengaños". Así es la vida, que no se reduce como decía Alvite a amontonar recuerdos y tener a mano el teléfono de la ambulancia.

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