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Forajidos, mafiosos y Fariña

Forajidos, mafiosos y Fariña

Uno de los diálogos que, bajo una apariencia inocua y breve, más me han fascinado de la historia del cine es el que mantiene Paul Newman, en su interpretación del magistrado Roy Bean en "El juez de la horca" (1972, John Huston), con unos tipos con malas pintas recién llegados sus dominios, oeste del río Pecos (Texas), un territorio del que, a finales del siglo XIX, se decía que marcaba la frontera entre la civilización y la barbarie.

-¿Son ustedes forajidos?, pregunta Bean a los jinetes.

-¡Por supuesto que no!, le responden los aludidos entre la socarronería y un simulado enojo, mientras acarician con sus manos las culatas de los revólveres."Simplemente, somos unos hombres que, debido a las circunstancias de la vida, nos hemos visto obligados vivir fuera de la ley".

Al escuchar su irreprochable argumentación, Newman, es decir, Bean, que se había autonombrado juez tras eliminar a todos aquellos que en su momento lo molestaron, les propone contrato y placa como servidores de la ley y el orden, bien entendido que en todo momento se refiere a su ley y a su orden, tentativa oferta que es aceptada unánimemente por los jinetes.

Basada en hechos reales, "El juez de la horca" recrea la existencia, también real, de Roy Bean, un pistolero que se autoproclamó juez con una pistola en una mano y, en la otra, un grueso libro que contenía las leyes básicas de los Estados Unidos de la época, de tal manera que, si alguna de las incluidas en el código no le gustaba, procedía a arrancar la página en la que estaba escrita sin ninguna clase de remordimiento de conciencia, más bien al contrario: con el total convencimiento moral que otorga el poder.

Algunos críticos cinematográficos, e incluso varios historiadores, no han dudado en calificar "El juez de la horca" como una metáfora del nacimiento de la hogaño nación más poderosa del mundo aunque, en verdad, a mí me parece que es una metáfora del resultado actual de mundo entero que conocemos.

En una exhibición de ingenio, John Huston conduce al espectador a empatizar con Bean y sus hombres, unos malvados de tomo y lomo, pero que se convierten en los "buenos" de la película, y no precisamente porque tengan a la ley de su parte como es el caso, sino porque hacen lo que les da la gana.

Al otro lado de la ley, también ocurre lo mismo. Lo demostró Francis Ford Coppola en sus tres entregas de "El Padrino", cuyos protagonistas principales, delincuentes, asesinos, contrabandistas, estafadores, narcotraficantes?acaban siendo los más queridos y admirados por el público: ¿Quién no lloró en su día la muerte de Don Vito (Marlon Brando) o la de su hijo Sonny? ¿Quién no ha comprendido, y aceptado, las más drásticas decisiones de Michael Corleone (Al Pacino enfadado) e incluso sufrido en carne propia las crisis derivadas de su diabetes.

Y, bien, la verdad es que en la presente, y al margen de la calidad del guion y sus intérpretaciones, les confieso que lo que yo iba a hacer hoy era reflexionar con ustedes sobre las razones del éxito de audiencia de la serie televisiva "Fariña", de la fascinación por los capos de la ría, de la delicada línea que separa/une ambos lados de la ley, del orgullo interior que te circula cuando alguien susurra a tu oído:"Eres uno de los nuestros", de la posibilidad nada utópica de ejecutar "a xustiza pola man". Y, a fin de cuentas ¿no hay en "Fariña" algo de todo esto?

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