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Andrés Díaz de Rábago: "Ya de niño, en Vigo, quería ser misionero en China"

Díaz de Rábago en la Catedral de Santiago. // Xoán Álvarez

Recita años de memoria con la facilidad que quien los vive concienzudamente, para dejar huella. Y lo hace con 100 años. O con 101, porque Andrés Díaz de Rábago es misionero en Taiwán, y allí se nace con un año. Y lo es, no era. Porque aún trabaja cada día en un hospital, aplicando la experiencia de sus 100 años para consolar a los enfermos. Lleva en Asia 70 años, así que el haber nacido en A Pobra do Caramiñal y estudiado en Vigo, en los Jesuitas, es casi un accidente en su biografía. Recuerda su vida desde adónde volvió este mes para formar parte en la campaña del Domund.

-¿Dónde arranca su idea de ser misionero?

-Mi estancia en Vigo fue la que me empezó a dar conocimiento de la misión de China. Era 1925 y estaba en Primaria. Estuve interno en el colegio de los Jesuitas de Vigo y fue allí donde empecé a escuchar de China y de las misiones.

-¿Tenía entonces ya vocación?

-No tanto, pero ya sentía algo por las misiones. Tuvieron que pasar muchos años para que eso pasase. El último empujón fue cuando hacía en Santiago el último año de Medicina en 1940. Se me presentó el problema de decidir entre una vida matrimonial en España, como médico, o la misión de los chinitos, que la llamábamos. Como estaba indeciso, decidí ir a Salamanca a hacer ejercicios espirituales y allí vi que lo que Jesucristo quería de mí era una vida de entrega en las misiones. Aquella decisión que empezó en Vigo, era la verdadera.

-¿Qué sabía de China?

-No conocía nada. No pensaba en cómo era. Sabía que había una misión y que necesitaban nuestra ayuda. Los Jesuitas es una cosa muy lenta y no fui a China hasta 1947. Salí de España y aterricé...

-En Beijing

-No, en Peiching, vosotros decís Beijing, pero nosotros decimos Peiching.

-Nosotros, vosotros, dice. ¿Se siente más chino que español?

-La primera relación, en años, es China. Llevo allí 50 años, y después me quedan los 30 años de España y nueve en Filipinas y ocho en Timor Este.

-¿Son países complicados?

-Sí, pero no era el programa que tenían los Jesuitas para nosotros. Se cambió cuando vino el derrumbamiento. Cuando llegué a China estaban en Guerra Civil. Sabía que había jaleos, pero no tenía una idea clara. Nadie tenía una clara idea de qué iba a pasar con los comunistas [de la Revolución liderada por Mao Zedong]. La mayor parte de la gente no creía que los comunistas pudiesen triunfar. Después llegó la realidad, triunfaron y están ahí. Eso cambió toda mi vida. Siempre digo que gracias a Mao Zedong estoy aquí hoy. Si no hubiese hecho la revolución estaría en un sitio completamente diferente.

-Ahora está en Taiwán, que tampoco es China

-En Formosa. Bueno, es China insular. Tienen sus problemas. Pero hablan chino, muchísimos de ellos son chinos de raza.

-¿Cómo era China cuando llegó?

-China es muy grande. Yo llegué a Pekín, pues no, a Peiping, que todavía se usaba el nombre que le dio la república, que significa la capital del norte.

-¿Cómo se comunicaba?

-Poco a poco. No soy famoso por hablar muy bien los idiomas, pero por hablar muchos sí.

-¿Se desenvuelve en chino?

-Como digo siempre, prefiero la palabra de los portugueses, desenráscome. Pero una de las razones de que yo a los 100 años tenga la cabeza así es porque desde 1947 hablo, bien o mal, diariamente cuatro idiomas. Cuando llegué, con los que sabían inglés hablaba en latín, que ahora es impensable. Con los americanos del Norte, la única lengua en común era el latín. Después aprendí chino e inglés. Ahora hablo chino, inglés, francés y español. En Timor Este también el portugués. Y noto que me ha ayudado, pero también hay otros padres que tuvieron esto y no se encuentran tan bien. Por eso la última respuesta sobre mi cabeza la tiene el de arriba, y Dios no suele hablar (se ríe).

-¿Qué trabajo hacía en las misiones?

-Tuvimos que cambiar los planes e ir a Filipinas, así que iba cambiando de trabajo. Después de que llegase el comunismo, hice mucha enseñanza. En Timor fui el rector del seminario y allí tuve muchos alumnos. Es difícil que a alguien le haya pasado lo que a mí: entre mis alumnos tuve a un premio Nobel de la Paz de 1996, Carlos Filipe Ximenes Velo, el primer obispo timorense, y al primer jefe de estado de Timor Leste. En Taiwán di clases en la universidad.

-¿Qué materias?

-Religión, en general. Pero en Taiwán, como de moral sabía algunas cosas, un jesuita me dejó su cátedra de bioética en la Facultad de Medicina, y me hicieron llamar de Timor para cubrir la plaza. Y también hacía el trabajo de la parroquia en Taiwán y labor en los hospitales, no como médico, sino como sacerdote misionero. En la última parte de mi vida he estado mucho en los hospitales como médico-cura. Y ahí sigo. Y continuaré, ¿hasta cuándo? Mientras tenga cabeza y piernas, si puedo hacer algo, pues continúo.

-¿Nunca pensó en volverse?

-Nunca. Y no es porque no quiera a Galicia. Pero 70 años son muchos. Te doy un consejo, cuando estés en un sitio enamórate del sitio y de la gente. Eso te da una alegría de vivir. ¿Aquí también? Sí, pero allá es donde he vivido 70 años. Nunca había hablado español tanto como ahora aquí [en Santiago]. Mientras pueda servir allí a algo, no pienso volver.

-¿Cómo se convive con diferentes religiones en Taiwán?

-Tienes que respetar mucho a los que piensan diferente a ti, en religión y en cualquier cosa. Tratar con mucho respeto a las creencias de los demás. Eso los misioneros nos lo tomamos muy en serio. No puedes imponer tus ideas a los demás. Presenta tus ideas, pero no vayas a decirles lo que tienen que hacer.

-¿Cómo se lleva ser de la religión minoritaria?

-Entre mis alumnos, la mayoría no fueron cristianos. Los quiero como si fuesen mis hijos, pero los respeto. Les quiero dar mi espíritu cristiano, pero no se lo impongo. Estoy dispuesto a enseñarles lo que quieran, pero sin forzarles.

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