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Olor a santidad

Julián Hernández

Los santos huelen bien. Es un milagro que da puntos a la hora de entrar en el santoral y un signo inequívoco de que la carne, resucitada y eterna, está vagando por el Reino de los Cielos más allá de toda corrupción. Las rosas se asocian a la Virgen María, pero cada santo tiene su aroma particular, algo así como las fragancias de Antonio Banderas, Justin Bieber o Rosario Flores. Es más normal que lo que capten nuestras pituitarias proceda de un cadáver o una reliquia, aunque hay casos documentados de olor de santidad en vida. En este último supuesto, cabría sospechar que el llamado o la llamada a estar en presencia del Padre por toda la eternidad, use Channel nº 5 o Jabón de Marsella. Pues no: la Iglesia ya se encarga de corroborar la santidad identificando jazmines, gardenias y otras flores aromáticas. No es difícil imaginar a Paco Rabanne intentando sintetizar alguno de esos perfumes (aquí el de Santa Teresa de Jesús, aquí el del Padre Pío?): las ventas se dispararían.

Sorprendentemente, en el proceso de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta no aparece referencia alguna a olores milagrosos emanando de su cuerpo. (En el expediente consta, eso sí, un milagro de curación desmentido por la propia enferma porque resulta que estaba siendo tratada por médicos competentes. Si es así, habría que beatificar a los galenos y no a Teresa.) La falta de perfume embriagador procedente del cuerpo de la nueva beata puede deberse a que se pasó toda la vida acogiendo a moribundos en su "moritorio", como lo llama el escritor Martín Caparrós, y aquello no debía parecer precisamente un almacén de Hugo Boss.

Agnes Gonxha Bojaxhiu nació en Albania y ha pasado a la historia como Madre Teresa de Calcuta. Es bien conocido su talento para recibir donaciones millonarias de diversas procedencias con las que fundó cientos de conventos pero ningún hospital, que eso es cosa de la sanidad pública. Ni siquiera -como cuenta la ex voluntaria Mary Loudon en el documental Hell's Angel (1994) de C. Hitchens- se esterilizaban las jeringuillas en su institución: ¿para qué, si aquella escoria estaba allí sólo para morirse tirada sobre unas colchonetas azules? Los dineros de Agnes-Teresa tampoco parecen desprender muy buen olor. Aparte de donaciones de dictadores, como el carnicero haitiano Baby Doc Duvalier, recibió un pastizal de Charles Keating, buen amigo de Reagan y estafador de muchos millones a pequeños ahorradores americanos. Agnes-Teresa pidió clemencia para Keating a la justicia americana "por lo mucho que había hecho por los pobres", pero al serle solicitada la devolución del donativo producto de un robo, la beata no se dignó a contestar. De transparencia en sus cuentas ya ni hablamos.

¿Olor de santidad de Agnes-Teresa? Esto se parece más a la pestilencia del contenedor de la basura en el portal de Francisco (Ciudad del Vaticano).

@JulianSiniestro

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