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La epopeya médica de Isabel Zendal

El investigador Antonio López recrea la figura de la única mujer enrolada en la expedición que permitió erradicar uno de los mayores azotes de la humanidad: la viruela

Aldeana de tierra adentro, de familia pobre de solemnidad y madre soltera. Para la gallega Isabel Zendal Gómez, la vida no iba a ser una navegación sencilla, pero a los 30 años ya estaba embarcada, con rol de protagonista, en la mayor epopeya médica de todos los tiempos: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna arrancó, desde A Coruña y a bordo de la corbeta "María Pita", el 30 de noviembre de 1803.

Isabel Zendal, rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña, fue una de las vigas maestras de la expedición que, a lo largo de 9 años (1803-1812), distribuyó la vacuna contra la viruela por América y Asia. La farmacopea de la época desconocía cómo procesar el pus vacunal para transportarlo sin que perdiese su capacidad inmunizadora. "De la forma más directa", propuso Francisco Xavier Balmis, el director de la expedición: "En vivo, de brazo a brazo, desde A Coruña hasta Nueva España. Con expósitos, que no hayan pasado la viruela".

Los 9 integrantes del equipo médico de la Expedición Filantrópica (1 médico-cirujano, 1 cirujano, 2 ayudantes de cirugía, 2 practicantes y 3 enfermeros; con numerosas hojas de servicio en el ejército -los campos de batalla eran el gran hospital de la época-) salen de Madrid con 10 niños vacuníferos, sacados de la Casa de Desamparados. Cuando el 21 de septiembre de 1803 ponen pie en A Coruña, una certeza se había instalado entre los señores viajeros: "¡Vienen como de una cárcel! ¡Con la insumisión metida en el alma!". Y lo peor estaba a la vista: navegar hasta América, ahora con 22 criaturas, encerradas en una corbeta.

El ser o no ser del plan Balmis radicaba en que no se rompiese la cadena de vacunaciones. Los eslabones, contados, tenían fecha estricta de caducidad: para tres meses de navegación, disponía de 11 parejas de niños -necesaria precaución, por si en uno de ellos no prendiese el antídoto-, que habrían de ser inoculados cada 10-12 días, cuando los granos de vacuna de los anteriores portadores estuviesen en plena sazón de pus. Había peligros que solo podría atajar -intuía Balmis- una mano celestial. Que se produjesen contagios incontrolados entre los expósitos -podían aflorar de día o de noche, con navegación tranquila o turbulenta, durante sus juegos o sus peleas-. O que, en una reacción instintiva ante los picores derivados de las pústulas, algunas criaturas se rascasen y desbaratasen los granos vacuníferos. Cualquiera de ambas situaciones significaría que la real expedición jamás tocaría tierra americana con brazos portadores de vacuna. "¡Mar, trágame!".

En 14 de octubre de 1803, Carlos IV, "conformándose con la propuesta del director", autoriza que la rectora de la Casa de Expósitos de A Coruña se incorpore a la Real Expedición Filantrópica. Ese día, a Balmis se le abrieron, de par en par, las páginas del cuento de su vida: un hada madrina, con varita mágica y todo, se iba a encargar "durante la navegación, del cuidado, asistencia y aseo de los niños que hayan de embarcarse".

De los 22 portadores de vacuna -entre los 3 y los 10 años- a los que Isabel cuidará durante la travesía hasta América, cuatro procedían de la madrileña Casa de Desamparados, cinco venían de Inclusa del Hospital de los Reyes Católicos de Santiago y 12 estaban al amparo de la Casa de Expósitos de A Coruña.

Al último niño le costaba separarse de la mano de Isabel: era su propio hijo. Ya en la ciudad de México (The Royal Expedition in New Spain), los niños -a excepción de Benito, del que cuidará el obispo de Puebla durante los viajes de la madre-, pasaron por el Real Hospicio de Pobres y la Escuela Patriótica, de donde saldrían -tres murieron antes- al ser adoptados por rectores de hospicios y colegios o comerciantes locales.

Isabel se quedaría a vivir, con su hijo, en Puebla, donde dos años después de regresar de Filipinas seguía percibiendo los 500 pesos anuales de su salario como enfermera de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.

En 1806 y desde Macao, "sin poder contener por más tiempo las lágrimas", el director de la expedición escribirá: "La pobre rectora, a causa del excesivo trabajo y de la dureza de rigurosos climas, tiene la salud completamente quebrantada. De manera infatigable, día y noche, ha desplegado toda la ternura de más sensible de las madres sobre los 26 pequeños ángeles que tiene a su cuidado [los niños mexicanos que llevaron la vacuna desde Acapulco hasta Filipinas], tal y como lo había hecho desde A Coruña hasta Nueva España. Aún permanentemente enferma, los atendía con indesmayable determinación". Tres años después, la convulsión lacrimógena de Balmis era ya desmemoria: identifica a la enfermera como "Isabel Gómez Sandalla", abriendo la puerta a las 13 variantes de sus apellidos con que la nombran los historiadores, hasta culminar en la "Isabel López Gandalia" con que el ayuntamiento de A Coruña tiene rotulada su calle.

Mano de rectora

Antes de partir en la expedición, en la Casa de Expósitos de A Coruña Isabel Zendal componía pañales y camisones -con sábanas viejas-; remendaba pantalones y calzones, camisas o chaquetas. Durante su gestión, en el cuarto de expósitos, "se habilitaron dos piezas, a fin de que esté separado un sexo del otro"; se retejó la cubierta, se encalaron paredes, se instalaron faroles, se montaron camas nuevas y se protegieron -con celosías- las cuatro ventanas "para impedir que los expósitos caigan por ellas a la calle". Y la fauna hospiciana no volvió a encontrar terreno fértil: instala trampas para ratones y ratas; cambia paja de jergones y purga la ropa de cama de los expósitos atacados de sarna, afeita las cabezas piojosas y compra pinzas de hierro para extirpar las raíces de la tiña. Si enfermaban de frío, les daba friegas de aguardiente, para aliviar los dolores musculares y facilitar la eliminación de los malos humores de gripes y constipados.

Isabel Zendal procedía de Santa Mariña de Parada (Ordes-A Coruña) y debió nacer en alguna fecha cercana al 26 de febrero de 1773, día de la primera anotación en el más antiguo registro parroquial (Libro de Bautismos, nº 1; Archivo Histórico Diocesano de Santiago). La primera referencia a la futura expedicionaria es del 19 de agosto de 1781, cuando, junto a 54 familias de la aldea, participa del sacramento de la confirmación en compañía de sus padres -Jacobo Zendal e Ygnacia Gómez- y tres hermanos menores (luego vendrían cuatro hermanos más, de los que tres murieron antes de cumplir un año de vida).

Los Zendal Gómez eran una familia "pobre de solemnidad" (Libro de Difuntos, nº7; AHDS), que no tenía ni dónde enterrarse. Tanto la madre -en 1778- como el padre -en 1800- reciben sepelios de caridad, en sendas sepulturas de 3 reales. "Por ser pobres", tampoco pudieron dejar pagada ni una misa propiciatoria por sus almas.

Tratándose de pobreza, el mal de muchos empeora aún más los males individuales. Así lo revela la mejor fotografía socio-económica de la época: el Catastro de Ensenada. Aunque su tiempo se corresponde con la generación de los abuelos de Isabel, la vida en la aldea en nada cambiará hasta bien avanzado el siglo XIX. En Santa Mariña vivían 62 "familias", distribuidas en 13 lugares. Cultivan trigo, centeno, maíz, mijo y lino -junto con la lana de sus ovejas, la materia prima de su vestuario-. Hacen constar que la cosecha de "habas -que plantan entre el maíz-, de manzanas y castañas es en corta cantidad". La escasa superficie dedicada a prados muestra que el ganado no era el punto fuerte de su economía y la huerta -con las coles como único y exclusivo cultivo- aún les consumía menos atención.

Asentados en tierras pertenecientes al conde de Altamira, los vecinos "no pagan cosa alguna por razón de establecimiento, piso o suelo". Sin embargo, el titular del señorío "tiene la facultad de percibir 1 real anual de cada viuda, por razón de vasallaje. También percibe, de los herederos de cada vecino que se muere en la feligresía, la luctuosa y, por ella, la mejor cosa de cuatro pies que les queda". En 1752, la luctuosa ya no se cobraba en animales domésticos, pero los administradores del conde concedían cinco años de plazo para amortizar el tributo en metálico, que venía siendo el precio de una becerra -para las casas fuertes-, de un carnero -las de mediano caudal- o de dos capones cebados -las de escasos recursos-.

"De cada manojo de trigo, centeno, maíz, mijo menudo y lino, saca el párroco su diezmo (la décima parte)". También se beneficia el cura de las primicias, "que se hallan impuestas encima de los ganados, pagando 5 ferrados de centeno -60 kilos de grano- y una gallina cada vecino que labra con bueyes o vacas propias; el que trabaja con ganado ajeno paga 2½ ferrados de centeno y la mitad de una gallina". A los tributos pagados al conde y al párroco, hay que añadir las tasas provinciales y las cargas de la Corona, pero todos los impuestos juntos son solo una parte de la evaporación final del trabajo de los vecinos de Santa Mariña. El 70% de los labradores contratan tierras en arriendo, que también podía incluir animales de labor, por lo que la mitad del rendimiento de la tierra y de las crías del ganado arrendado va a parar, cada año, a las manos del amo.

Madres solteras

Isabel, que entra a trabajar como rectora en marzo de 1800, era madre soltera desde 1796: el rector de la coruñesa parroquia de San Nicolás bautiza "a un niño que nació a las tres de la madrugada del 31 de julio, hijo natural de Ysabel Celdam Gómez, natural de Santa Mariña de Parada y vezina de esta parroquia. Púsele por nombre Benito". Los padrinos "no supieron decir los nombres y apellidos de los abuelos maternos ni menos del padre del baptizado".

La maternidad extramatrimonial no era tan excepcional en la época y un botón de muestra son las Inclusas: la de A Coruña recibía 2 expósitos a la semana y la de Santiago acogía, cada día del año, 2 criaturas procedentes de toda Galicia.

En los núcleos urbanos, antes que exponer a los hijos en el torno de las Inclusas, había madres solteras que preferían "espontanearse" -una confesión civil en cinco actos-, ante las autoridades. Exponían los hechos y se comprometían a no interrumpir el embarazo. Presentaban un fiador -el padre, habitualmente-, "que se obliga con bienes, muebles y raíces, presentes y futuros". Se les concedía licencia para retirarse a la compañía de sus fiadores, "de la que no salga sin expresa facultad y consentimiento a parte alguna". A cambio, la mujer espontaneada obtenía un salvoconducto para "no ser molestada por ministro de Justicia, alcalde o mayordomo, ni vasallo".

Isabel procedía de un medio rural donde -por las huellas que dejan las actas de bautismo- la tolerancia hacía innecesario espontanearse. De todas las madres solteras de Santa Mariña, solo en dos casos afloran rastros de quererse ocultar una situación vergonzante: mujeres que, siendo naturales y vecinas de otras feligresías, residen "al presente en esta parroquia". Sin estar "obligados con su persona y bienes", es habitual que los abuelos figuren como padrinos de los nietos extramatrimoniales e incluso una madre soltera compartirá, con el abuelo materno, la tutela espiritual del hijo de dos mozos solteros. No menos destacable es que, al cabo de los años, haya madres solteras que se casen y tengan nuevos hijos -altamente probable que con el padre del primer hijo extramatrimonial-. Cuando el 70% de los vecinos no son propietarios de la tierra que trabajan ni del ganado que alimentan, cuando la presión fiscal deviene en opresión, "mejor ser madre soltera y tener quien te cuide en la vejez que ser hostiatim": personas solteras o viudas, de debilitada salud, que viven de pedir de puerta en puerta.

Hasta 2013, en que se descubre el origen cierto de la familia Zendal Gómez, tenía base lógica atribuir el "desarraigo" de Isabel a un "carácter forjado con variedad de experiencias", debido a un posible origen irlandés o inglés de sus padres -Sendall o Sandall, antes de castellanizarse-. Con seguridad, la audacia para pillarlas al vuelo y la fortaleza para salir adelante tienen relación directa con ser madre soltera, con la pobreza sufrida en su aldea y con un empleo con mejor nombre que remuneración: como rectora cobraba 50 reales mensuales, paga que redondeaba con extras. En el despacho real que autoriza su alistamiento como enfermera de la expedición, aparece su nuevo salario. 500 pesos fuertes anuales: 10.000 reales cada año, casi 20 veces más de su sueldo como rectora.

La primera vacuna

  • La primera campaña mundial de vacunación comenzó el 30 de noviembre de 1803, en A Coruña -base de los Correos Marítimos que iban a América-, a bordo de la corbeta María Pita, tripulada por 27 vecinos de la ciudad. Los expedicionarios tocaron tierra americana en Puerto Rico (9 de febrero de 1804) y bajaron a Caracas, donde se dividirán en dos partidas: el grupo de Balmis -con Isabel Zendal y cuatro ayudantes- vacunará en Cuba, Guatemala y México, para pasar a Filipinas y la costa de China. Joseph Salvany -subdirector- y tres ayudantes navegarán hasta Barranquilla y, desde Colombia, irán vacunando poblaciones y poblaciones hasta el sur de Chile. Edward Jenner, médico rural inglés, descubrió en 1796 que, en las vacas enfermas de vacuna -pústulas en las ubres, similares a los granos de viruela-, estaba el remedio perfecto contra la enfermedad que más muertes ha causado a la humanidad. Sobre la Real Expedición, dejo escrito Jenner: "No me imagino que, en los anales de la Historia, pueda haber un gesto de filantropía tan noble y extenso como este". Por encima de la gesta viajera, la transcendencia histórica de la expedición deriva de haber consolidado, por el mundo entero, la vacunación como el antídoto imbatible contra las epidemias. Este éxito es la causa de denominar vacunas a todas las inmunizaciones preventivas, aunque nada tienen que ver ya con el original virus vacuno. En 1980, la Organización Mundial de la Salud declaraba la tierra "zona cero de viruela", para remarcar la total erradicación de la epidemia. Una victoria iniciada por Edward Jenner y que, con 22 expósitos y una madre soltera, emprendió su expansión a todos los confines del planeta.

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