Como si de un cirujano se tratase, el artesano reparador de relojes continúa emocionándose como el primer día cada vez que recobra la vida de uno de sus pacientes. Minucioso, apasionado, paciente y concienzudo, a sus 68 años de edad y 52 dedicado al oficio, Gerardo Alonso nunca se da por vencido y aunque ya ha haya echado el cierre a su negocio, se mete en su taller para tratar de resucitar el último ejemplar que ha recibido. No importa lo difícil que sea la tarea, el mago no concibe que ningún reloj se le resista y no para hasta que vuelve a oír el latido del mecanismo en forma de tic tac.

Su larga trayectoria profesional ha merecido numerosos reconocimientos; el último de ellos de parte del Colegio Oficial de Joyería, Orfebrería Platería, Relojería y Gemología de Galicia. Lejos de suponer el colofón a su carrera, esta distinción le ha animado a continuar en el oficio. “Podía retirarme, pero este premio me ha dado más ganas de seguir”, dice.

Heredero de una tradición que comenzó su abuelo hace casi un siglo y más tarde le legó su padre, Gerardo es el único relojero capaz de reparar piezas antiguas que ejerce en la ciudad de Vigo. Y seguirá en ello, pese a ese principio de catarata en el ojo derecho probablemente causado por la potencia de la lupa que emplea.

La clientela acude a su establecimiento a arreglar todo tipo de piezas, de pulsera, bolsillo, de sobremesa o de pared , de diferentes estilos y épocas. Casi siempre hay arreglo, aunque a veces depende de la calidad del reloj o de que el cliente pueda permitirse afrontar el presupuesto, algo que no siempre depende del valor económico de la pieza, sino del incalculable precio sentimental.

En los casos más difíciles, Gerardo rebusca entre su almacén y siempre encuentra esa pieza que le hace falta o emplea su torno para elaborarla. Y si no es solo el mecanismo lo que está dañado, se rodea de un equipo de restauradores para trabajar en equipo. “Aún sigo aprendiendo”, confiesa. Y es que a veces, cuando se enfrenta a un modelo antiguo amplía sus conocimientos de esmaltes, barnices y otros detalles de restauración.

Entre sus pacientes especiales, se encuentra una de sus debilidades: el reloj del Instituto de Santa Irene, obra del maestro gallego Evangelino Taboada, uno de los mejores de torre existentes en Galicia. Lo reparó hace 20 años y se encargó de su mantenimiento hasta que prescindieron de sus servicios. Aun así, lo visita una vez al año para asegurarse de que dé bien las campanadas. Lo mima, le habla y le adapta el carillón para amplificar el sonido de las campanadas. Luego se despide de él con cierto sentimiento de tristeza al ver el estado de abandono de este símbolo para Vigo. Y envidia los relojes de esas ciudades y pueblos, por pequeñas que sean, que reciben el mimo de sus habitantes. “No sería caro de mantener”, dice.