Gobierno

Un presidente al límite: todas las vidas de Pedro Sánchez

Su inverosímil carrera está repleta de momentos así, a todo o nada, que él acaba ganando contra pronóstico: "Siempre se reconstruye"

Pedro Sánchez, jugando al baloncesto en 2013.

Pedro Sánchez, jugando al baloncesto en 2013. / Juan Manuel Prats

Juan Ruiz Sierra

Pedro Sánchez quedó a comer en enero de 2014 con tres periodistas. El ahora presidente del Gobierno acudió en solitario a un restaurante cercano al Congreso, con una mochila al hombro y traje sin corbata, y nada más tomar asiento anunció que quería liderar el PSOE. Aquello sonaba a fanfarronada. Más allá de los círculos del socialismo madrileño, donde él se había criado, muy pocos le conocían. Solo uno de los tres redactores, y esto es algo que no habla muy bien de los otros dos, publicó la noticia. Visto con la perspectiva que otorga el tiempo, era una gran exclusiva: el amanecer del dirigente político más importante de la última década en España. Pero la periodista no tituló con Sánchez. En ese momento, podía ser cualquiera, una más de las cerca de 800.000 personas que comparten ese apellido. “La tregua previa a las primarias del PSOE alienta a nuevos aspirantes a sondear apoyos”, señalaba la crónica, de Colpisa.

Seis meses después, Sánchez era el secretario general de los socialistas. 

Comparado con ese momento, el jefe del Ejecutivo no lo tiene ahora tan complicado. El PSOE se dispone a despedirse de casi todo su poder territorial tras las elecciones locales y autonómicas del pasado domingo, y el propio Sánchez admite que “no es fácil” que se mantenga en la Moncloa tras el adelanto de las generales al 23 de julio porque la “derecha está envalentonada” y tiene “aliados poderosos”. Pero la inverosímil carrera de Sánchez está repleta de momentos así, a todo o nada, que él acaba ganando contra pronóstico. “Es Sánchez. Siempre se reconstruye”, señala un dirigente que lo ha acompañado desde el principio. Estas son las etapas más importantes de una trayectoria en la que se le ha dado varias veces por acabado. 

El ascenso

Sánchez no parecía tener ninguna opción en 2014 de hacerse con el liderazgo del PSOE. Su trayectoria era corta. Junto a Óscar López y Antonio Hernando, había crecido a la sombra de José Blanco en el partido, pero siempre un peldaño por detrás de ellos, y sus dos entradas en el Congreso tuvieron, como tantos otros momentos en esta historia, bastante de fortuito: quienes estaban por delante en las listas renunciaron y le tocó el turno. Cuando Alfredo Pérez Rubalcaba dijo que se iba y convocó primarias, tras quedar tres puntos por detrás del PP en las elecciones europeas, casi nadie apostaba por él

Todo parecía diseñado para que Susana Díaz tomase el relevo. “Sánchez tiene el síndrome del vicerrector”, se reían en el partido. Es decir, su candidatura solo buscaba pactar con la ganadora para hacerse un hueco en la ejecutiva. Pero la entonces presidenta de Andalucía frenó, pensando que no había llegado su momento, y decidió ungir a Sánchez frente a Eduardo Madina, a quien se consideraba entonces (luego habría intercambio de papeles) demasiado rojo para el PSOE. La palabra de Díaz era en ese momento ley dentro del socialismo, así que la mayoría de federaciones la siguieron. 

Sánchez ganó de calle. Los barones respiraron tranquilos. Esperaban que el nuevo líder fuese permeable a sus directrices, casi una marioneta, pero el ahora presidente del Gobierno es cualquier cosa menos dócil. Eso explica lo que vino después. 

La caída

Dejó claro desde el primer momento que no iba a permitir tutelas. Desplegó una agenda comunicativa heterodoxa, que incluía tirarse desde un aerogenerador de 70 metros de altura en el programa de Jesús Calleja, y tuvo gestos por completo ajenos a la tradición socialista, como protagonizar mítines frente a una gigantesca bandera de España y subir al escenario a su mujer, Begoña Gómez. Pero los barones empezaron a cuestionar su autoridad casi desde el principio y los resultados en las urnas fueron malos. Primero, en las generales de diciembre de 2015, obtuvo 90 diputados. Aun así, los 123 escaños del PP quedaron lejos de la mayoría absoluta y Mariano Rajoy le cedió el testigo para intentar formar Gobierno. Sánchez pactó con Ciudadanos, algo que ahora parece increíble, pero no con Podemos. Hubo que volver a celebrar comicios y el resultado fue peor. Sánchez socavó en junio de 2016 todavía más el suelo electoral del PSOE, hasta los 85 diputados, con los populares subiendo a 136. 

La única salida que se vislumbraba era una abstención de los socialistas para dejar gobernar a Rajoy. El propio Sánchez lo reconoció en privado a varios altos cargos del partido. No iba a provocar una nueva repetición electoral, les dijo. Solo que entonces, al ver que ningún líder territorial abogaba en público por algo así y le dejaban solo para comerse el sapo y luego relevarle cuanto antes, decidió cambiar de estrategia. “¡No es no!”, insistía en cada acto, rechazando lo que él llamaba “gran coalición” y abocando a España a unas terceras generales. 

Los líderes territoriales concluyeron que todo aquello había ido demasiado lejos. El 1 de octubre es una fecha grabada a fuego en el socialismo. El PSOE celebró el comité federal más traumático de toda su historia. La Policía tuvo que cortar el tráfico en la madrileña calle de Ferraz, donde se encuentra la sede del partido, porque estaba tomada por defensores y detractores de Sánchez, insultándose y empujándose entre sí. Tras 11 horas de intensas discusiones a puerta cerrada, con gritos, lágrimas e incluso un abortado intento de votación en urna sin censo ni garantías promovido por sus partidarios, el secretario general se rindió: su partido no le respaldaba y anunció su dimisión. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, dijo entonces Díaz a un histórico socialista. Nuevo error. 

El renacimiento

Visiblemente emocionado, algo muy infrecuente en él, Sánchez acudió poco después al Congresoentregar su acta de diputado, se marchó a su casa y desde allí vio cómo el PSOE se abstenía para que Rajoy fuese investido. “Está tocado”, decían los suyos. Solo unos pocos quedaban a su lado. En algún momento de ese proceso de duelo, dicen que cuando vio cómo gran parte de su equipo renegaba de él y se pasaba a la candidatura de Patxi López, decidió jugar una vez más y presentarse a las primarias. Y aquí, extremando la versión que había ensayado durante el ‘no es no’, Sánchez volvió a mutar: ahora era el mártir de la izquierda

En lugar de aparecer junto a la bandera rojigualda, en sus actos cantaba puño en alto ‘La Internacional’. De asegurar que no pensaba “pactar con el populismo” que “quiere convertir España en Venezuela”, pasó a defender ir de la mano con Podemos. Cargaba contra el Ibex-35. Defendía que Cataluña es “una nación”. Cuatro días antes de la votación de los militantes socialistas, concedió una entrevista a El Periódico, del grupo Prensa Ibérica. “El PSOE gobernará pronto, con una moción de censura o con elecciones”, dijo. 

Con la inmensa mayoría de los aparatos territoriales y los medios de comunicación en contra, aupado por la ola de rabia en las bases del partido ante la decisión de dejar gobernar al PP, apoyado solo por unos cuantos diputados (Adriana Lastra, José Luis Ábalos, Margarita Robles y Susana Sumelzo, entre muy pocos otros) y con fondos obtenidos gracias al ‘crowdfunding’, Sánchez arrasó. Obtuvo el 50% de los votos, frente al 40% de Díaz, que esta vez sí dio un paso al frente, y el 10% de López. Ya nadie podía segar la hierba bajo sus pies. El triunfo era suyo y solo suyo. 

También cumplió su vaticinio: un año después de las primarias, en junio de 2018, hace ahora justo un lustro, el PSOE volvió a gobernar gracias a una moción de censura motivada por la sentencia del ‘caso Gürtel. De nuevo, pocos confiaban. Ni siquiera en el núcleo duro del secretario general. Al principio se trataba más de una “exigencia democrática” ante la corrupción de los conservadores que de una vía para alcanzar el poder, pero poco a poco las piezas fueron encajando. Podemos, ERC, el PDECat, el PNV, Compromís, Bildu… Casi toda la oposición, salvo Ciudadanos, se sumó a la iniciativa de Sánchez, que logró 180 votos a favor, cinco por encima de la mayoría absoluta. 

El último todo o nada

Desde entonces está en la Moncloa. Primero gobernando en solitario. Más tarde, tras ganar dos veces consecutivas las generales, porque hubo una nueva repetición electoral en 2019, gracias a una coalición con Unidas Podemos durante una legislatura de vértigo, marcada por la pandemia y la guerra en Ucrania, en la que se han aprobado importantes avances sociales (de la equiparación de los permisos de paternidad y maternidad a la revalorización de las pensiones, pasando por la reforma laboral), ha habido crecimiento económico, el empleo ha aumentado y la inflación se ha controlado. Sin embargo, Sánchez y el PSOE están en horas bajas. 

“No tanto”, responden en la dirección del partido. La pérdida de poder territorial tras las elecciones del domingo será enorme, pero en realidad la diferencia con el PP, reflejada en los votos de las municipales, es de apenas tres puntos. Los socialistas creen que pueden darle la vuelta a través de una campaña épica, en la que Sánchez volverá a recuperar el discurso de las primarias, presentándose como un candidato que no tira jamás la toalla, por muy amortizado que parezca. El objetivo es reactivar al electorado progresista que se quedó en casa el pasado domingo con mensajes sobre los logros del Ejecutivo y el peligro de que la “ola ultraconservadora” llegue a España

El presidente reconoce la complejidad de este último todo o nada. Varios líderes territoriales señalan que el partido está “muy decaído” y que la figura del presidente del Gobierno provoca mayor rechazo del que suscita Vox. Pero nunca se sabe. Al fin y al cabo, se trata de Sánchez. Hasta ahora, siempre se ha reconstruido.

Suscríbete para seguir leyendo