Manifestaciones

La protesta vuelve a las calles por la sanidad, contra el machismo...: ¿cómo se mide su éxito o fracaso?

El pico de protestas se alcanzó en 2012, con más de 120 de media al día | 2022 ha sido el segundo año con más movilizaciones de la década en la Comunidad de Madrid

La protesta vuelve a las calles por la sanidad, contra el machismo...: ¿cómo se mide su éxito o fracaso?

La protesta vuelve a las calles por la sanidad, contra el machismo...: ¿cómo se mide su éxito o fracaso?

Miriam Ruiz Castro

Cuando millón y medio de madrileños llenaron las calles de la capital un 27 de febrero de 1981 condenando el intento de golpe de estado de Tejero, la respuesta política fue unánime. Felipe González (PSOE) estrechaba la mano de Manuel Fraga (AP) mientras se abría paso entre el gentío. Santiago Carrillo (PCE) y Nicolás Redondo (UGT) lo acompañaban tras la pancarta, que también sujetaban Rafael Calvo Ortega (UCD) y Marcelino Camacho (CCOO). Después de aquella, ha habido miles de manifestaciones en las calles madrileñas y en todos los rincones de un país que ha liderado repetidas veces las estadísticas europeas de marchas callejeras. Contra gobiernos o decisiones políticas, de condena ante atentados terroristas o para reivindicar derechos, nacionalismo o apoyo a colectivos: los motivos y sus promotores han sido muy diversos, como también lo ha sido la lectura que los partidos políticos han hecho de ellas. 

En 2022, las manifestaciones han vivido un nuevo repunte. Es lo que se extrae de los datos que manejan en algunas de las principales comunidades españolas. En la Comunidad de Madrid, por ejemplo, este ha sido el segundo año con más movilizaciones de la década: se han celebrado 3.758, una cifra ligeramente superior a las 3.709 de 2021. Desde la Delegación del Gobierno en Madrid apuntan a la “diversificación” de las concentraciones como una de las causas. Por ejemplo, si el 25N solía convocarse una única marcha en la región, este año ha habido al menos una treintena.

“Las manifestaciones son un instrumento fundamental de la democracia, que no puede limitarse solo al momento electoral”, indica el profesor de Ciencias Políticas y Sociología Robert M. Fishman. Las hay que aspiran a cambiar las decisiones de los gobernantes y también que solo pretenden reafirmar una opinión de los manifestantes y que aspira a ser mayoritaria. Las más numerosas en España han sido de este segundo tipo: las de condena del terrorismo, especialmente de ETA, que a partir de los años 90 normalizaron la protesta. “España es líder en manifestaciones, porque la cultura política se forja contra el Franquismo y ahí fueron especialmente importantes”, explica Fishman.

Eran convocatorias que quedaban al margen de contiendas políticas. El asesinato del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco tiñó de blanco las manos de millón y medio de personas en la capital y otro millón en Barcelona. Y hubo muchas más manifestaciones en toda España. En el 87, fueron 700.000 catalanes los que salieron en Barcelona a condenar la matanza de Hipercor, y 900.000 los que en el 2000 rindieron homenaje a Ernest Lluch.

Ruido y resultado

El punto de inflexión llegó en 2008. La crisis económica y los recortes se sintieron en las calles: de las 9.131 manifestaciones de 2007 se pasó a más de 44.000 en 2012, casi cinco veces más. Ha sido el récord, con alrededor de 120 protestas diarias. El último dato disponible, de 2021, fue de 33.366 marchas. 

Uno de los últimos ejemplos ha sido la multitudinaria manifestación por la Sanidad Pública de Madrid. Mientras que la oposición la apoyó en las calles, la respuesta del Gobierno autonómico fue minimizarla. El secretario general del PP llegó a decir que había sido “un fracaso”, porque “el 99% de los madrileños” no la habían apoyado. Pero, ¿cómo se mide el éxito de una manifestación? ¿Cómo se lee el mensaje que dejan las calles?

Los partidos agitan la calle cuando están en la oposición y tratan de minimizarla cuando están en el gobierno

“Una manifestación es un hecho político y, como tal, está sujeto a la interpretación política. No hay una verdad absoluta en términos de fracaso o de éxito”, indica la Doctora en Ciencias Políticas y Sociología Marisa Revilla. “Si algo se puede interpretar en esos términos es la cantidad de gente que se moviliza, si es mucha o poca, más allá de si es representativa o no”, añade. 

Ese es el primer problema. Los bailes de cifras hacen muy difícil valorar cuántas personas salieron realmente a las calles. Son determinantes el área del recorrido de la concentración y la densidad media de asistentes por metro cuadrado, pero no siempre hay imágenes aéreas suficientes y los cálculos siguen haciéndose a ojo. El pasado domingo, Vox convocó una manifestación contra el Gobierno y la reforma del delito de sedición: la delegación del Gobierno habla de 25.000 asistentes y la organización los eleva a los 80.000. En 2007, el PP lideró una protesta contra la excarcelación del etarra Iñaki de Juana Chaos. Según el gobierno autonómico, en manos populares, acudieron más de dos millones de personas. La delegación del Gobierno socialista rebajó la cifra a 342.000 personas. Este diario contabilizó unos 425.000. 

Delegación del Gobierno, la misma fuente que contó 200.000 personas defendiendo la sanidad pública de Madrid, cifró en 45.000 las personas en la plaza de Colón junto con PP, Ciudadanos y Vox en 2019 en la manifestación “en defensa de la unidad de España”. Sin embargo, para los partidos de la derecha, aquella convocatoria sí fue un éxito. 

Politiza que algo queda

Llenar las calles sigue siendo una herramienta imprescindible para la protesta social. El catedrático de sociología Jesús Ibáñez contaba que, en las cortes franquistas, como los votos eran unánimes, los periodistas inventaron el aplausómetro para medir la duración y la fuerza de los aplausos: “El voto mide la extensión, pero el ruido mide la intensidad”.

En Catalunya, las manifestaciones por la Diada son buen barómetro de cómo la calle mide la fuerza social de un movimiento. La manifestación de 1977, la primera tras la dictadura, tuvo una reivindicación clara -más autonomía- que se tradujo en Estatut y Parlament. En 2012 llegó el punto de inflexión, con una masiva marcha independentista que congregó a millón y medio de personas, según la Generalitat, y 600.000 según delegación del Gobierno. La cifra tocó máximos en 2014, para después ir bajando, cómo ha ido bajando en el CEO el interés independentista de los catalanes.

Aquella diada histórica, la de 2012, llegó en un contexto de gran movilización social. Los indignados seguían llenando las plazas y las mareas inundaban las calles con frecuencia. El PP respondió rescatando un término, el de la “mayoría silenciosa”. Desde Nueva York, el presidente Mariano Rajoy lanzaba su “reconocimiento a la mayoría de españoles que no se manifiesta, que no salen en las portadas de la prensa y no abren los telediarios, no se les ve, pero están ahí, son la inmensa mayoría de los 47 millones de españoles”. Sin embargo, cuando en Catalunya comenzaron a extenderse manifestaciones por la unidad de España, los populares aseguraban que los asistentes eran representantes de esa mayoría silenciosa que por fin había “roto su silencio”.

Cuando los partidos están en el poder, tienden a la negación. “Es un mecanismo de represión de la protesta, reducirla a cuatro o cinco que no representan el sentir mayoritario”, explica Revilla. La respuesta a la calle siempre ha sido de impermeabilidad. España apoyó la intervención de EEUU en Irak pese a una movilización histórica en 2002, con más de un millón de personas en Madrid y 1,3 millones en Barcelona, pero también hay algunos ejemplos de protestas que sí han servido para torcer el brazo de los gobernantes: las mareas blancas por la Sanidad han parado privatizaciones en Madrid y Andalucía, la PAH ha logrado frenar numerosos desahucios y algunos cambios legislativos, una huelga general puso fin al “decretazo” con el que Aznar eliminó parte de los subsidios al desempleo en 2002 y otra acabó con el contrato temporal para jóvenes de González en 1988.

Quién “calienta” la calle

Fishman señala que las personas con menos recursos económicos tienen “pocas formas de llegar a los gobernantes, de que se los escuche”, por lo que son más dadas a manifestarse. “La izquierda solía llenar las calles porque la derecha tenía otros cauces de influencia. Desde hace un par de décadas, la derecha también se moviliza en la calle”, indica Revilla. La manifestación contra la guerra de Irak coincidió con la segunda legislatura de José María Aznar, con fuerte agitación social: el agua, la reforma laboral o la catástrofe del Prestige sirvieron de acicate para la protesta y la motivación más frecuente pasó a ser la de oposición a medidas del gobierno. A Aznar lo sucedió José Luis Rodríguez Zapatero, y fue en este periodo en que el PP comenzó a convocar manifestaciones junto a otros sectores conservadores, especialmente la Iglesia, en temas como el terrorismo, la reforma de los estatutos, la familia tradicional o la reforma de la ley del aborto.

El 15-M se levantó contra un gobierno de izquierdas, y siguió rodeando el Congreso durante la mayoría absoluta de la derecha. El “no nos representan” clamaba contra la clase política y hablaba de desafección. Parte de su éxito también fue su ambigüedad y amplitud, la indignación frente a la propuesta concreta. “La idea predominante de democracia en España ha sido una que intenta proteger al poder político de la calle”, señala Fishman. El sociólogo recuerda que la ley mordaza, que se aprobó en aquel año, fue “un intento de criminalizar la protesta política”.

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