La dimensión casi mítica de la Transición en España ha provocado que cada vez que una coyuntura política se aparta lo suficiente de la normalidad se hable de 'segunda Transición'. De momento, ninguna ha logrado el consenso necesario para ser reconocida como secuela del paso de la dictadura a la democracia, ni siquiera la victoria en 1996 de José María Aznar -que incluso escribió un libro titulado así, 'La segunda Transición'- tras 13 años de gobiernos socialistas. Pero si algún episodio estuvo a punto de llevarse la etiqueta fue el auge, en los años posteriores a la crisis que empezó en 2008, de nuevos partidos que llegaron a amenazar la hegemonía del PSOE y el PP. A las puertas, todo indica, de nuevas turbulencias económicas, vale la pena analizar qué queda de todo aquello en el escenario político, y también cómo han gestionado otros países europeos esa pulsión renovadora.

Además del auge de partidos como Ciudadanos y Podemos, o como causa de su nacimiento, los primeros años de la segunda década del siglo estuvieron salpicados de importantes acontecimientos que todavía moldean el presente político, y que contribuyeron a que aplicarles ese sello de 'segunda Transición' quizás no pareciera exagerado. Los dos principales son la abdicación en su hijo de Juan Carlos I y la puesta en marcha del 'procés' soberanista en Catalunya, que desembocaría en la declaración de independencia frustrada de 2017.

A día de hoy, la primera constatación es que socialistas y populares aguantan mal que bien como fuerzas preeminentes en sus respectivos espectros ideológicos, pese a que en los dos lados del tablero ha habido movimientos bruscos en los últimos años. Ambos partidos han sufrido pérdidas con respecto a sus números de antes de la crisis de 2008, y tanto PSOE como PP se han visto en algún momento cerca de ser víctimas de un 'sorpasso' de los nuevos partidos, pero resistieron y hoy parecen haber sorteado esa contingencia.

En parte, por las disputas internas de quienes quisieron sustituirlos y acabaron cayendo en los mismos males que buscaban restañar. El último ejemplo es la crisis de Ciudadanos en Barcelona. El partido, que nació en Catalunya para hacer frente al nacionalismo, puede estar a punto de pasar a mejor vida en la capital catalana. Las circunstancias -la concejala Luz Guilarte, que iba a ser candidata a alcaldesa el año que viene, ha dimitido, enfrentada a sus dos compañeros en el Ayuntamiento- son lo de menos. La cuestión es que la "refundación" que Inés Arrimadas promueve desde hace meses pierde un calcetín en cada colada, y ya casi no le quedan prendas.

El gran líder -aunque empezara siéndolo por una cuestión alfabética- de esa formación, que primero se reclamó de centroizquierda y después liberal, cuando tuvo opciones de lograr grandes cosas en la política nacional, fue Albert Rivera. Su momento clave fueron las generales de abril de 2019: sacó 57 diputados, se quedó a nueve asientos y 200.000 votos del PP. No pactó con Pedro Sánchez,prefirió forzar unas nuevas elecciones para intentar sustituir a los populares en las preferencias de los españoles de orden. Se hundió hasta los 10 escaños, dimitió, y desde entonces todo ha sido penar.

'El centroderecha es mío'

"A Rivera se le subieron a la cabeza los 57 diputados y se volvió loco. Pensó: 'El centroderecha es mío'. No entendió los resultados de las municipales de un mes después, donde Cs sacó 2.000 concejales y el PP más de 20.000. Ahí se vio que el PP es mucho PP en implantación territorial e institucional, donde la diferencia es abismal", explica Cesáreo Rodríguez-Aguilera, catedrático de Ciencias Políticas de la UB. 

Otro experto, el politólogo y profesor de la UAB Oriol Bartomeus, también apunta a la volatilidad y a la falta de arraigo como causas de que Cs y Podemos no hayan podido sustituir a los grandes partidos en España. "Los nuevos partidos, y ha pasado también por ejemplo en Dinamarca, pueden tener un resultado fantástico y en las siguientes elecciones darse un batacazo y desaparecer. Ciudadanos encabezaba las encuestas en 2018, y en las generales de noviembre de 2019 se quedó en 10 escaños", subraya. Bartomeus piensa que Vox también perderá peso en las próximas convocatorias electorales, entre otras razones porque "en España los partidos tradicionales están más protegidos por el sistema surgido en 1978, que busca sobre todo asegurar la estabilidad".

Un poco antes que Rivera -al menos en el escenario estatal- había despuntado Pablo Iglesias. A rebufo del 15-M, de su contundencia en las tertulias televisivas más populares y de su inconfundible coleta, el profesor de la Complutense y sus colegas se inventaron Podemos, que irrumpió con fuerza en las urnas: logró cinco escaños en las europeas de 2014. Poco después llegó su momento cumbre: en las generales de 2016, el partido y sus fuerzas asociadas obtuvieron más de cinco millones de votos y 71 escaños, solo 14 menos que el PSOE. Nunca volvió a estar tan cerca de desbancar a los socialistas. De "asaltar el cielo", como pidió Iglesias en 2014.

Castigo a la dispersión del voto

"La irrupción de Ciudadanos y Podemos puso en serio peligro la hegemonía de PP y PSOE", constata ahora Rodríguez-Aguilera. Las dos formaciones, pero sobre todo Podemos en aquellas elecciones de 2016, lograron sortear el principal problema que ha afectado a los terceros partidos en España: el castigo en representación que provoca la dispersión de su voto, frente al premio que recibe en escaños la concentración del apoyo de los nacionalistas. Sin tanta fuerza como en esos años, a los nuevos partidos les puede pasar ahora "como le pasaba a Izquierda Unida, que tenía grandes resultados en votos pero muy pocos diputados". "Y los votantes de ese tipo de partidos en muchas provincias ven como año tras año no sacan representación y al final se acaban apuntando a uno mayoritario", afirma Bartomeus.

La entrada en el Gobierno de España, en 2019, ha matizado las disputas internas que, como ha pasado en Ciudadanos, han salpicado la trayectoria de Unidas Podemos. El partido afronta en las elecciones municipales y autonómicas del año que viene un nuevo momento decisivo: retirado Iglesias, la vicepresidenta del Gobierno Yolanda Díaz intenta aglutinar a todas las fuerzas a la izquierda del PSOE. Hay reticencias en el partido, que ya sabe (por las recientes experiencias negativas en Madrid o Andalucía, por ejemplo) que los electores castigan la división.

En cualquier caso, Bartomeus ve una fortaleza en Podemos -y también en Vox- con respecto a Ciudadanos. "En España, los partidos de centro siempre lo han tenido muy difícil. De los tres nuevos, el que está destrozado es el del medio; los de los extremos aún funcionan, tienen cierta parroquia y no se prevé que desaparezcan en las próximas elecciones", asegura. Rodríguez-Aguilera añade, sobre el mismo asunto, que "un partido centrista se desautoriza cuando solo es capaz de pactar hacia un lado del tablero".

A las puertas del año 2023, cuyo colofón serán unas elecciones generales, el panorama político español presenta un bipartidismo imperfecto. Estos días se recuerdan los 40 años de la primera victoria del PSOE, la de 1982, que también fue el primer episodio de la larga hegemonía compartida de populares y socialistas. Aquel año, la suma de los votos de los dos grandes partidos alcanzó el 74,47% de las papeletas, y los 309 diputados (de 350). En 2019 se quedaron lejos de aquellos números (48,81% de apoyos entre PSOE y PP, y 209 diputados), aunque mantuvieron la mayoría absoluta de los escaños.

Grandes diferencias por países

El caso español se parece al alemán, dista más del británico y es radicalmente opuesto al francés o al italiano, por poner el foco en los cinco grandes países de la Europa occidental. Si, como escribió Schopenhauer, el cambio es la única cosa inmutable, en el continente cada país lo afronta de una manera distinta. En el Reino Unido cambia casi todo -brexit, muerte de la reina Isabel II, crisis de primeros ministros- menos el sistema de partidos, que sufre pocas variaciones. Conservadores y laboristas se alternan en el poder desde los años 20 del siglo pasado, y, si bien los Liberal Demócratas crecieron al calor de la crisis -lograron su mayor hito en 2010: con un 23% de apoyos entraron en el gobierno de David Cameron y situaron a Nick Clegg como viceprimer ministro-, su peso ha decaído en las últimas convocatorias.

Bartomeus achaca ese vigor de conservadores y laboristas al sistema electoral británico. "Incluso en los años, antes del brexit, en los que el UKIP llegó a imponer su agenda e influyó en la salida del Reino Unido de la UE, solo tenía un diputado", recuerda Bartomeus. "Y ahora está muerto y enterrado", añade sobre el partido 'antiUE'.

En 2019, en la gran victoria por mayoría absoluta de Boris Johnson, los dos grandes partidos británicos sumaron más del 75% de los votos, y 567 escaños de los 650 que tiene la Cámara de los Comunes. Tres años después, no solo ha caído Johnson, sino también su sucesora, Liz Truss. Rishi Sunak intenta ahora como primer ministro poner orden en la olla de grillos conservadora.

En Alemania, donde se celebraron elecciones en 2021, los socialdemócratas recuperaron el poder tras una reñida batalla con sus tradicionales adversarios de la CDU que, de la mano de Angela Merkel, encabezaban el Gobierno desde 2005, casi siempre en una 'grosse koalition' con el propio SPD. Los dos partidos obtuvieron en los últimos comicios el 49,81% de los votos, y 403 de los 736 asientos del Bundestag.

Tres fracasos liberales en España

Los liberales británicos y los alemanes, con mucha mayor tradición histórica como tercer partido que Ciudadanos, no se han hundido, y siguen por encima del 10% de los apoyos. Llama la atención el fracaso primero de Rivera y después de Arrimadas en liderar en España una opción liberal equiparable a la que hace años que está consolidada en otros países europeos. "La historia de los liberales en España es un drama", sostiene el catedrático Rodríguez-Aguilera. "Después de la Transición, de los tres intentos que ha habido en ese sentido, el primero, el CDS de Adolfo Suárez, pudo haberse consolidado, porque optó por el liberalismo a secas, sin otras etiquetas. Pero al final Aznar se lo tragó. Los dos posteriores, UPyD y Cs, han cometido el mismo error: centrarse en la cuestión territorial. Su obsesión por el nacionalismo español ha sido letal. No han sido genuinos partidos liberales por ejemplo en sus posiciones sobre la memoria histórica o la eutanasia. Solo han sido liberales en lo económico, y para eso ya estaba el PP", añade.

En las últimas elecciones alemanas, a la izquierda del SPD, Die Linken perdió casi la mitad de su fuerza y se quedó por debajo del 5% de los votos. En cambio, los ecologistas de Los Verdes lograron situarse por primera vez justo detrás de los dos grandes partidos, con casi el 15% de las papeletas.

Pero si bien en España, en el Reino Unido y en Alemania gobiernan partidos de larga tradición democrática, los casos de Francia e Italia son claros ejemplos de países donde las nuevas siglas han barrido a las fuerzas que se disputaron el poder después de la Segunda Guerra Mundial. Tienen algo más en común: tanto en Italia como en Francia, el peso de las opciones de extrema derecha es claramente superior al de formaciones análogas de España, Reino Unido y Alemania.

Francia e Italia: desintegración del sistema

"En Francia e Italia, y también en Grecia, ha habido una desintegración del sistema de partidos, cosa que no es muy frecuente", explica Rodríguez-Aguilera. En Italia no queda nada de la larga hegemonía de la Democracia Cristiana, durante la cual el Partido Comunista ejercía de principal partido de la oposición. La corrupción hizo saltar por los aires en los años 90 el sistema, surgido tras la derrota de Benito Mussolini. Desde entonces, el peso de los herederos directos de la Democracia Cristiana es anecdótico. 

En las elecciones celebradas hace menos de dos meses, los Fratelli d'Italia de Giorgia Meloni lograron la primera posición con un 26% de apoyos. La nueva primera ministra, que participó con un discurso de derecha radical en la campaña de Vox en las últimas elecciones andaluzas, se confesaba admiradora de Mussolini en su juventud y ha hecho bandera de su oposición a la inmigración masiva. La acompañarán en el Gobierno dos partidos surgidos tras la crisis del sistema -la Lega y Forza Italia-, comandados por Matteo Salvini y Silvio Berlusconi. En cuanto a la izquierda, se ha reagrupado en torno al Partido Democrático, una marca surgida en 2007 para relevar a El Olivo, creado a su vez en 1995.

Francia es, al menos en política, el polo opuesto del Reino Unido. Si tres de cada cuatro británicos optaron por un partido tradicional en las últimas elecciones a la Cámara de los Comunes, el pasado mes de marzo solo seis de cada 100 franceses apoyaron o bien a Los Republicanos -herederos de la UNR de De Gaulle y de la UMP de Chirac- o bien al Partido Socialista. Ninguno de ellos pasó a la segunda vuelta.

En esa elección final, Francia tuvo que escoger entre los centristas de En Marcha, de Emmanuel Macron -que se hizo con la victoria- o la Reagrupación Nacional, encabezada por Marine Le Pen. No era la primera vez que los ultras, antes bajo las siglas de Frente Nacional, llegaban a la ronda decisiva: ya lo habían hecho en 2002 y en 2017. "Al desaparecer los partidos moderados, se benefician Le Pen y Jean-Luc Mélenchon [el líder de la izquierdista Francia Insumisa]", incide Rodríguez-Aguilera. En cuanto al partido de Macron, que pese a la distancia en los resultados es el principal referente internacional de Ciudadanos -comparten grupo, Renovar Europa, en el Parlamento europeo-, es una formación socioliberal nacida en 2016.

Ultras a la baja en España, Reino Unido y Alemania

Las opciones extremas no han cuajado con tanta fuerza en otros países. En España, si bien Vox logró un buen resultado en 2019 -aunque por debajo de los mejores tiempos de Cs y de Podemos, porque obtuvo un 15% de votos y 52 escaños- el partido de Santiago Abascal también empieza a verse afectado por el mismo mal que todas las formaciones emergentes: la disensión interna. Episodios como la salida de Macarena Olona (diputada en Andalucía que amaga con crear un nuevo partido) o la de Antonio Gallego en el Parlament llegan cuando los ultras españoles se estancan en las encuestas: ya son cuartos según el CIS, y Podemos, en tercer lugar, les aventaja en casi cuatro puntos.

En el Reino Unido, la derecha populista solo tuvo incidencia política importante en un momento puntual, pero qué momento: tras obtener más de un 26% de los votos en las europeas de 2014, el UKIP de Farage se convirtió en la punta de lanza de los defensores del brexit en el referéndum de 2016. En los años posteriores, tras demostrarse que muchos de sus argumentos a favor de la salida de la UE eran exagerados o directamente falsos, han vuelto a la irrelevancia.

En Alemania, donde las reminiscencias de la extrema derecha son tan problemáticas o más que en España, la AfD nacionalconservadora y euroescéptica pareció empezar a crecer en las elecciones europeas de 2014 (7,1% de votos, quinta fuerza) y, sobre todo, las federales de 2017 (12,6% de votos, tercera fuerza). Pero, como Vox, se han estancado, y en las elecciones de 2021 bajaron hasta el 10,3% de apoyos. "La nueva política está llena de altibajos", concluye Bartomeus.

En todo caso, parece que la fragmentación de las opciones electorales ha venido para quedarse, como sucede con la atomización de la oferta televisiva. Si el PSOE y el PP no están a la altura de las expectativas, los ciudadanos pueden, con mucha más normalidad ahora que hace dos décadas, cambiar de canal.