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Política y Moda

Muerte a la corbata

Pensar que por llevar menos ropa estaremos más fresquitos es también un error, basta observar cómo se visten en el desierto. Así que, como excusa para quitarse la corbata, la del ahorro energético es pobre

Muerte a la corbata. EFE

Tan solo dos días después de recomendar descorbatarse para ahorrar energía, el presidente español mantuvo este lunes su tradicional despacho con el rey en Mallorca y ambos lucieron traje con corbata. Es cierto que Pedro Sánchez, curándose en salud, puntualizó que su consejo se aplicara “cuando no fuera necesario". Curioso, ¿cuándo un trozo de tela colgando alrededor del cuello puede resultar imprescindible? ¿A modo de soga para un suicidio? Entiendo que el socialista debía referirse al protocolo. Sin embargo, en ninguna institución de este país se obliga a vestir de determinada manera. Ni siquiera en el Congreso de los Diputados. El uniformarse con traje, camisa y corbata es un acuerdo tácito, nada más. El accesorio por excelencia de la coquetería masculina se ha propuesto en el mundo de la diplomacia y los negocios como seña de seguridad y seriedad. Pero si se ultraja (no se sabe cómo anudar, ni que cuello de camisa y americana combina con cada nudo), no esperen que el trozo de tela haga ninguna magia. Muchos dirán que aunque se tratara de una reunión previa al descanso estival, Sánchez debía mostrar respeto en un acto oficial. De acuerdo, acepto el carácter de cortesía que muchos desean prestarle al lazo. Pero, entonces, cuando unas horas después de encontrarse con el monarca se citó con Francina Armengol, ¿por qué apareció sin corbata? ¿La presidenta de Balears merece menos consideración estilística que Felipe VI? Adivino que algunos lectores se atreverán a decir que "sí" (aunque una haya sido elegida democráticamente y el otro por herencia seminal), pero sin tener que abrir el melón de república o monarquía, si Sánchez recibiera en Moncloa a Macron con corbata y luego sin a Scholz, ¿no sería discriminatorio?

El debate sobre la corbata en el panorama político y social no es nuevo. Nos acompaña desde hace décadas. En 2008, el entonces ministro de Industria, Miguel Sebastián, ya planteó prescindir de la corbata para ahorrar energía en verano (con la notoria oposición de José Bono) como ahora propone Sánchez. Pero, para que fuera eficaz, el mensaje del presidente debería haber ido acompañado de un conjunto de medidas estilísticas para aliviar las altas temperaturas. Si liberas el cuello, pero sigues con el mismo traje y calzado que usas en otoño/invierno, no sirve de nada. El Gobierno debería haber hablado de la idoneidad de apostar por tejidos naturales de temporada (lino, algodón fino, seda... para la época estival) y de las prendas anchas. En 2005, el Ejecutivo nipón también quiso dar ejemplo al sector privado con una relajación de su 'dress code' veraniego pero, además de quitarse la corbata y la americana, su camisa (de manga larga, al estilo de la guayabera que es el uniforme diplomático oficial en Cuba) y pantalón (largo) eran holgados y de algodón orgánico. Si el tejido es el adecuado, la tela protege de las temperaturas externas. Por lo tanto, pensar que por llevar menos ropa estaremos más fresquitos es también un error, basta observar cómo se visten en el desierto. Así que, como excusa para quitarse la corbata, la del ahorro energético es pobre. Encontramos otras con más calado: el 98% de sus defensores no tiene ni idea de cómo usarla y el resultado es un atentado visual; y si está bien anudada, provoca tremendos dolores de cabeza y es del todo incompatible con una jornada laboral.

Más que de origen militar como leo en numerosos medios, la corbata nació como declaración de cariño. O, según se mire, de dominio ("ese es mío”). Durante la guerra de los Treinta Años, las mujeres croatas ataban a sus hombres un lazo alrededor del cuello para que recordaran su amor y los protegieran en la batalla. Porque si una prenda no se lleva por convicción sino por convención, pasa a convertirse en una prueba de sumisión (la mayoría de multimillonarios lucen el cuello desnudo desde hace años sin problema alguno). Es lo que le pasó a la izquierda durante décadas hasta que, con la última crisis económica (y la asociación del traje y la corbata con los banqueros y la clase política corrupta), se liberaron, no sin la mirada recriminatoria de la derecha más conservadora, a quien cualquier mínimo cambio, aunque sea estético, se le antoja como una amenaza al sistema.

La desaparición de la corbata no depende de su utilidad (se habría extinguido hace décadas). Como tantos otros símbolos fálicos de la (desapercibida y no cuestionada) sexualizada indumentaria masculina (el pantalón, la cremallera, las hombreras, los zapatos de punta...) comportaría una castración a la que el sistema patriarcal se resiste. "Los hombres deben convencerse de que es un signo de debilidad, más que de fuerza, la necesidad de apoyarse en símbolos externos y de que el cuello sofocante y la chaqueta embarazosa pueden abandonarse sin ningún resultado que afecte ni a su respetabilidad ni a su virilidad (…)“, escribía el psicoanalista John Carl Flugel hace más de un siglo. Por esta razón, camuflada en una presunta igualdad estilística, la mayoría de hombres demanda poder ir a trabajar en bermudas, pero no se les ocurre exigir hacerlo con una falda. Mientras las mujeres hemos realizado numerosas revoluciones indumentarias, que hoy nos permiten tirar tanto del armario femenino como del masculino sin mayores consecuencias, ellos siguen restringidos estéticamente. Francamente, ya os apañaréis.

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